miércoles, 25 de julio de 2012

Ver llover.

Hacía ya mucho tiempo que no me detenía a ver llover. Hacía tiempo que no disfrutaba del aroma de la lluvia, ese característico olor a "tierra mojada" que tantos recuerdos y emociones hacen brotar en mi mente. Hoy ha sido de esos días en que las tormentas me trasladan a momentos ya vividos, casi olvidados y sólo recordados a través de los estímulos que provocan en mi interior los chaparrones estivales.

La lluvia, las tormentas, son la metáfora de nuestras vidas. Anuncian su llegada, dejan su huella, y desaparecen sin dejar rastro alguno, únicamente el recuerdo en nuestros sentidos del húmedo aroma que traen consigo.

Todas las cosas, y sobre todo, todas las personas que en algún momento forman parte de nuestras vidas, siguen el mismo patrón. Poco a poco anuncian su llegada; forman parte de nuestro círculo vital dejando su huella en él, y tarde o temprano desaparecen. En ese momento, cada persona, que durante más o menos tiempo ha formado parte de nuestro mencionado círculo vital, nos regalará un recuerdo (una imagen, un sonido, un olor..) que siempre quedará grabado en alguno de nuestros sentidos. Así, cada vez que sintamos dicho estímulo, podremos recordar a aquella persona que nos ayudó, durante un tiempo, a escribir nuestra vida, plagada de huellas imborrables.

Hacía mucho tiempo que no me detenía a ver llover. Y hacía mucho tiempo que no sentía la necesidad de que la tormenta durase para siempre.