Cada vez está más cercano el invierno. Los últimos coletazos de calor de octubre dejarán paso a las tardes frías en las que salir de casa se antoja el último de los planes. Eso es ahora.
Hubo un tiempo en que esperaba con impaciencia la llegada del invierno para disfrutar de imborrables paseos fríos por Madrid. De la mano hacíamos frente a las bajas temperaturas, mientras caminábamos a buen ritmo, a nuestro ritmo, perdiéndonos entre los místicos y fascinantes recovecos existentes en el casco histórico de nuestra ciudad. Disfrutábamos dejándonos llevar entre sus laberínticas calles, y éramos felices al encontrarnos, al doblar cualquier esquina, tras un tiempo deambulando casi perdidos, con algún lugar conocido para ambos.
Fueron varios inviernos, otoños y primaveras. Ahora las gélidas temperaturas vuelven a significar aquello que dejaron de significar hace años: tardes y noches bajo techo, donde el aliento helado del clima invernal tiene prohibida la entrada.
Justo un año después del naufragio de nuestro barco de papel, me vuelvo a acordar de todos nuestros inviernos, con nostalgia, pero como siempre, feliz, sabiendo que fue lo correcto. No volveremos a ser lo que fuimos, pero estoy orgulloso de ser lo que somos.
Justo un año antes, me senté en aquel vagón que cambió completamente mi vida. Comenzó a moverse y yo abrí los ojos hacia aquello que nunca pensé en aquel momento que podría ser, pero que soy ahora.
Justo un año después, estamos bien.