La espuma de mi capuccino se derretía lentamente al compás del movimiento inconsciente de mi cucharilla, mientras observaba cómo, en la mesa de enfrente, una pareja de enamorados disfrutaba de su pasión controlada, esperando ansiosos que llegase el momento en que su única y mutua compañía les permitiese dar rienda suelta a su amor de primavera.
Me encontraba en el Caffé Greco, esperando a mi hermano. Él iba a pasar cuatro días en Roma por motivo de negocios, y aprovechando que yo acababa de terminar mi última película ambientada en en la Roma del Siglo I d.C, hicimos todo lo posible para compatibilizar nuestras agendas y poder disfrutar así el uno del otro, como años atrás, cuando la vida nos ofreció el don de ser almas gemelas, de poder profundizar y navegar en nuestros corazones sin miedo a equivocarnos y ser rechazados.
Sentía miedo de ver aparecer a mi hermano, tras cinco años sin hacerlo, y no reconocer a aquel niño, adolescente y adulto que siempre caminó de mi mano, unos pasos por delante para protegerme y dirigir mi senda hacia hacia un futuro en el que fuese capaz de caminar por mí mismo, sin su respaldo y apoyo constante.
Cinco años atrás, al despedirnos cuando emprendió su aventura en Chicago, me dijo una frase que quedó grabada en mi mente de por vida: "Has crecido "little bro", ya no me necesitas para ser feliz, pero avísame siempre que quieras compartir tu felicidad"...
- Little bro! ¡No has cambiado nada! Mi hermano pequeño sigue siendo el guapo de los dos!- James cruzó la puerta del caffé y sin que pudiera reaccionar, me estaba dando uno de esos abrazos cálidos, lleno de sentimiento, con el que, afortunadamente, me hizo comprender que nada había cambiado entre nosotros.
James había envejecido mucho estos últimos años. Había engordado, y sus entradas, que una vez hicieron de él un hombre muy atractivo, se habían tornado en una incipiente alopecia de la cual trataba de escapar afeitándose cada mañana la cabeza. Sin embargo, su mirada penetrante no había cambiado. Sus grandes ojos verdes seguían siendo los mismos que me miraban con dulzura y conseguían que jamás tuviese miedo de vivir.
- Bueno, Kevin, tengo media hora para que me cuentes eso tan importante que querías compartir con tu hermano mayor. Mi vuelo sale desde Ciampino hacia Chicago esta noche, y todavía tengo dos reuniones cerca de la Piazza Navona.
Había preparado este discurso durante las tres últimas noches, hasta el último detalle. Sin embargo, en ese momento en que debían fluir mis palabras libres y sin obstáculos, como conseguía que sucediera al ponerme delante de la cámara, sucumbiendo a una sensación de libertad que únicamente lograba al actuar, un nudo se apoderó de mi garganta, un sudor frío recorrió mi frente y perdí momentáneamente el habla.
James, al percatarse de mi miedo repentino a abrirme hacia él, como tantas y tantas veces había hecho, acercó su silla a la mía, hasta justo estar en paralelo conmigo. Me tomó ambas manos con las suyas y me susurró al oído: "Kevin, estoy aquí, no tienes nada que temer y voy a entender cualquier cosa que me cuentes...". Tampoco su voz profunda había cambiado. Esa voz que conseguía que mis miedos se disipasen con solo escucharla.
- "Cinco meses atrás- comencé- al empezar el rodaje de mi última película, que acepté como reto personal, al tratarse de un filme transgresor, atrevido y quizá, demasiado duro para los papeles que había interpretado hasta el momento, conocí a Danny, coprotagonista de la película. Desde el primer momento congeniamos. Teníamos gran cantidad de cosas en común y hasta físicamente teníamos un cierto parecido, de ahí que nos escogieran para la producción.
Tan pronto como comenzó el rodaje, sufrimos en nuestras propias carnes la dureza, tanto física como mental, del mismo. Se sucedieron las escenas de muerte, sangre y violencia; escenas de cama, tanto hetero como homosexuales; diálogos plagados de vejaciones y acoso a través de palabras...
Cada vez que el Director daba por terminado el día de rodaje, la sensación de alivio unida a la del trabajo bien hecho, sobrevolaba el set de producción. Cada miembro del equipo de rodaje trataba, de la mejor forma posible, de evadirse durante unas horas, hasta el comienzo de un nuevo día en el mundo de la Antigua Roma, del desgaste que conllevaba la realización de la película.
Danny y yo, que a la postre nos dimos cuenta la gran cantidad de gustos que compartíamos, nos olvidábamos de nuestros papeles durante esas horas de descanso, y aprovechábamos así para conocer y descubrir la noche romana. Ambos destacábamos en el mundillo del cine por ser muy mujeriegos y no se nos había conocido a ninguno una relación que durase más de un alocado fin de semana.
A la puesta del sol, al término del rodaje, dirigíamos nuestros pasos hacia el barrio de Trastevere, donde disfrutábamos degustando toda clase de comidas y vinos típicos italianos en las múltiples trattorias que allí se encontraban. Nuestras conversaciones se alargaban hasta prácticamente hacerse eternas, y continuaban en los bucólicos pubs en los cuales solíamos concluir las salidas nocturnas, cerca de la Piazza di Campo di Fiori, invitando a jóvenes romanas, que ansiosas por poder contar a los cuatro vientos que habían compartido una noche con un actor internacionalmente reconocido, no dudaban en acompañarnos a nuestras respectivas suites para complacer nuestros deseos carnales más profundos.
Y así, día tras día, llegó el ansiado fin de la película. La sensación de alivio fue generalizada en todo el equipo de producción. Habían sido casi 5 meses de duro trabajo, y el sentimiento de todo el colectivo que había hecho posible el filme, fue de necesidad de unas merecidas (y sin fecha de caducidad) vacaciones. La mayoría de actores, cámaras, estilistas, guionistas...que habían trabajado durante estos 5 meses en la realización, no esperaron ni un día más en la capital italiana, y regresaron a sus respectivos hogares esa misma noche.
Danny y yo decidimos que esa madrugada iba a arder Roma (literalmente). El vuelo de mi compañero de fatigas en la capital italiana despegaba a las 12 del mediodía del día siguiente, y nos habíamos propuesto que sus últimas horas en la bella ciudad europea fuesen inolvidables. Tras arreglarnos como ninguna noche lo hicimos (salíamos directamente del rodaje hacia los restaurantes y pubs donde agotábamos nuestras fuerzas al son de los raviolis al pesto y los G.vines) nos dirigimos al restaurante en el que habíamos disfrutado de las mejores veladas nocturnas en aquellos largos cinco meses, el restaurante I Clementini. Las camareras de allí, que tantas noches se unieron a nosotros dirigiéndonos por los ambientes más selectos de la ciudad transalpina, nos habían preparado una gran cena de despedida. Una vez terminamos de cenar, les convencimos para que se uniesen a nosotros en la sobremesa, mientras dábamos buena cuenta de la botella de G.Vine que nos habían regalado.
A media noche, salimos de aquel restaurante, con una incipiente sensación de melancolía y tristeza recorriendo todo nuestro cuerpo, causada por la emotiva despedida que nos brindaron todos los trabajadores de aquel local, los cuales habían hecho de nuestra estancia en Roma, algo imposible de olvidar. Sin saber porqué, mientras caminábamos hacia ningún lugar, sentí que no quería desperdiciar aquella noche buscando mujeres de unas horas que no conseguían llenar mi vacío interior. Sentía que quería aprovechar mis últimas horas junto a Danny; disfrutar de su compañía y de nuestras eternas conversaciones; de nuestras historias reales con toques de fantasía; de nuestra amistad, que en este casi medio año, se había vuelto inquebrantable....y creo que él, sentía lo mismo.
Aquella madrugada, que prometía ser una bacanal de lujuria y desenfreno, se tornó en una noche, cuanto menos, extraña. Danny no estuvo ni tan expresivo ni tan hablador como solía estar, y noté cómo, en ningún instante, a diferencia de todos los momentos que había pasado con él, me miró a los ojos.
A eso de las 3 de la mañana, nos encontrábamos los dos, frente a frente, en la puerta de mi suite, sabiendo que aquélla era una despedida que nunca pensamos que iba a llegar y que ninguno estábamos preparados para afrontar. Sin mediar palabra ni intercambiar miradas, Danny me abrazó. Estuvimos abrazados así largo tiempo, perfectamente acomodados y con nuestras respiraciones totalmente acompasadas. Me sentí asustado en ese momento. Tuve miedo porque jamás me había sentido tan cómodo estando abrazado a una persona, y jamás había deseado con tanta fuerza que aquel abrazo se prolongara eternamente. Finalmente Danny se despidió con un "hasta siempre" y emprendió el camino hacia su suite, una planta por encima de la mía. Tras unos minutos allí de pie, mirando hacia la nada y con la mente en blanco, entré en mi habitación y comencé a prepararme para dormir todo el tiempo que no lo había podido hacer durante los 5 meses anteriores.
Mientras estaba contestando mis mails desde la cama, justo antes de intentar conciliar el sueño, llamaron a la puerta. Sin razón alguna mi corazón se aceleró. Mi cabeza no esperaba a nadie, pero mi corazón deseaba que tras esa llamada, que tras esa puerta, se encontrase la persona que había conseguido deshacer toda maraña de mentiras que le habían encarcelado durante todos estos años.
Abrí la puerta y allí estaba Danny, con sus grandes ojos azules fijos en los míos, y sin darme tiempo a preguntarle el porqué de su repentina visita, me besó. Sus labios quedaron sellados a los míos, y aquella noche conseguí librarme de las cadenas que habían hecho de mi alguien tan diferente a quien realmente soy..."-
- Por todo esto quería verte James, quería compartir mi felicidad contigo- sin darme cuenta, mis mejillas se habían llenado de lágrimas, al igual que las de mi hermano mayor. Sus ojos aguamarina tenían un brillo especial que nunca había visto antes.
A mi señal, Danny, que había llegado conmigo al café y se había situado estratégicamente dos mesas hacia la derecha, se acercó y se acomodó a mi lado, en la mesa que hasta ese momento compartíamos James y yo. Tras las oportunas presentaciones, James apuró los dos dedos de whisky de malta que aún le quedaban en su vaso y nos instó a que nos levantásemos los dos. Mi hermano nos obsequió a ambos con uno de sus cálidos abrazos; uno de esos abrazos que tanto eché de menos durante los cinco años que permanecimos separados, y que en este momento me daba su bendición para que continuase adelante con mi verdadera vida.
- Kevin, me siento muy orgulloso de tí. Sabía que tarde o temprano conseguirías empezar a vivir de verdad y que podrías caminar solo, sin mi ayuda. Espero que seáis muy felices. Yo me tengo que ir ya, pero te aseguro que no pasará tanto tiempo como la última vez, hasta que nos volvamos a ver.
James nos dio un beso en la mejilla a Danny y a mí, y se marchó atropelladamente, seguramente a dar por finiquitado uno de los negocios internacionales que gestionaba, que le habían transformado en un hombre millonario a costa de años de vida y soledad. Mientras tanto, Danny y yo volvimos a tomar asiento en nuestras respectivas sillas. Nos miramos y sonreímos. Danny se acercó y cerrando los ojos me besó con sus suaves labios. Nos cogimos de la mano, y después de que pidiésemos un zumo de naranja para cada uno, nos percatamos que la pareja de la mesa de enfrente se levantaba para irse, quién sabe a donde, a disfrutar en soledad del placer de estar juntos. Nos reímos y volvimos a besarnos, sabedores de que tarde o temprano, nosotros seríamos aquella pareja.
A eso de las 3 de la mañana, nos encontrábamos los dos, frente a frente, en la puerta de mi suite, sabiendo que aquélla era una despedida que nunca pensamos que iba a llegar y que ninguno estábamos preparados para afrontar. Sin mediar palabra ni intercambiar miradas, Danny me abrazó. Estuvimos abrazados así largo tiempo, perfectamente acomodados y con nuestras respiraciones totalmente acompasadas. Me sentí asustado en ese momento. Tuve miedo porque jamás me había sentido tan cómodo estando abrazado a una persona, y jamás había deseado con tanta fuerza que aquel abrazo se prolongara eternamente. Finalmente Danny se despidió con un "hasta siempre" y emprendió el camino hacia su suite, una planta por encima de la mía. Tras unos minutos allí de pie, mirando hacia la nada y con la mente en blanco, entré en mi habitación y comencé a prepararme para dormir todo el tiempo que no lo había podido hacer durante los 5 meses anteriores.
Mientras estaba contestando mis mails desde la cama, justo antes de intentar conciliar el sueño, llamaron a la puerta. Sin razón alguna mi corazón se aceleró. Mi cabeza no esperaba a nadie, pero mi corazón deseaba que tras esa llamada, que tras esa puerta, se encontrase la persona que había conseguido deshacer toda maraña de mentiras que le habían encarcelado durante todos estos años.
Abrí la puerta y allí estaba Danny, con sus grandes ojos azules fijos en los míos, y sin darme tiempo a preguntarle el porqué de su repentina visita, me besó. Sus labios quedaron sellados a los míos, y aquella noche conseguí librarme de las cadenas que habían hecho de mi alguien tan diferente a quien realmente soy..."-
- Por todo esto quería verte James, quería compartir mi felicidad contigo- sin darme cuenta, mis mejillas se habían llenado de lágrimas, al igual que las de mi hermano mayor. Sus ojos aguamarina tenían un brillo especial que nunca había visto antes.
A mi señal, Danny, que había llegado conmigo al café y se había situado estratégicamente dos mesas hacia la derecha, se acercó y se acomodó a mi lado, en la mesa que hasta ese momento compartíamos James y yo. Tras las oportunas presentaciones, James apuró los dos dedos de whisky de malta que aún le quedaban en su vaso y nos instó a que nos levantásemos los dos. Mi hermano nos obsequió a ambos con uno de sus cálidos abrazos; uno de esos abrazos que tanto eché de menos durante los cinco años que permanecimos separados, y que en este momento me daba su bendición para que continuase adelante con mi verdadera vida.
- Kevin, me siento muy orgulloso de tí. Sabía que tarde o temprano conseguirías empezar a vivir de verdad y que podrías caminar solo, sin mi ayuda. Espero que seáis muy felices. Yo me tengo que ir ya, pero te aseguro que no pasará tanto tiempo como la última vez, hasta que nos volvamos a ver.
James nos dio un beso en la mejilla a Danny y a mí, y se marchó atropelladamente, seguramente a dar por finiquitado uno de los negocios internacionales que gestionaba, que le habían transformado en un hombre millonario a costa de años de vida y soledad. Mientras tanto, Danny y yo volvimos a tomar asiento en nuestras respectivas sillas. Nos miramos y sonreímos. Danny se acercó y cerrando los ojos me besó con sus suaves labios. Nos cogimos de la mano, y después de que pidiésemos un zumo de naranja para cada uno, nos percatamos que la pareja de la mesa de enfrente se levantaba para irse, quién sabe a donde, a disfrutar en soledad del placer de estar juntos. Nos reímos y volvimos a besarnos, sabedores de que tarde o temprano, nosotros seríamos aquella pareja.