Abrí los ojos. La rugosidad de
mis dedos y la temperatura del agua, tibia, no ardiendo, como me gustaban los
baños tras un día intenso, me
devolvieron a la realidad. Había transcurrido más de una hora desde que decidí sumergirme en
mi bañera, sumergiéndome y navegando por
el interior de mi mente.
Sus lágrimas de dolor se
incrustaron en mi corazón. Me prometí a mí mismo no volver a hacerle llorar.
Sabía que sufría por mí, como siempre lo había hecho, y no me podía permitir
que lo siguiese haciendo, más aún estando yo lejos como estaba.
Me entretuve unos minutos más en el
baño. Observé varias veces mi imagen en el espejo. Mi rostro no era de
felicidad. Sin embargo, no iba a salir de aquel lugar hasta que mi actitud no
hubiese cambiado. Y salí; y cambié, gracias a ella.
Son casi veintisiete años a su
lado, literalmente a su lado. No es una relación convencional entre madre e
hijo. Más que una madre es alguien a quien puedo acudir, en cualquier
situación, sin importar la trascendencia de aquello que me pueda llegar a inquietar ó
hasta obsesionar. Siempre está ahí, anteponiendo mi felicidad a cualquier cosa,
incluso a la suya propia.
Nos entendemos y congeniamos, y
sabemos muy bien cómo se siente el otro en cualquier situación. Sin duda alguna
es la persona que más ha influenciado mi vida, la responsable de que sea como
soy y la persona a la que más me parezco y siempre me he querido parecer.
Hace unos días vivió uno de los
episodios más tristes de su vida: la pérdida de un familiar, la pérdida de su
padre, mi abuelo. Le cuidó hasta los últimos segundos de su vida, y nunca soltó
su mano.
La escuché llorar de nuevo, no de
tristeza, sino de impotencia, porque pese a saber por el momento en que estaba
pasando, yo acudí a ella con uno de mis caprichos, de mis problemas sin
importancia. Colgué y me desmoroné. Había incumplido mi promesa, había vuelto a
hacerle llorar. Lloré de rabia y dolor, cerciorándome de que en los últimos
meses me estaba olvidando de quien más se ha preocupado de mí durante toda mi vida,
y no solo me prometí, sino que comencé a actuar como un verdadero hijo.
Por eso, tras más de ochenta
entradas en mi blog, quería dedicar la última a esta persona tan especial,
única, quien ha conseguido moldear mi personalidad y hacerme sentir orgulloso
de ser quien soy, en definitiva, a la mejor persona que conozco y a la que más
quiero. MI MADRE.