miércoles, 21 de mayo de 2014

La magia de la nieve

Se removía inquieto en su pequeño pupitre, mirando ansiosamente, a cada instante, su reloj de plástico Casio. Había comenzado la clase hacía ya unos minutos pero su cabeza no se encontraba allí. Únicamente pensaba en el momento de llegar a casa, de sentarse frente a su televisor y poder disfrutar de su serie favorita, mientras daba buena cuenta de su merienda.
Un rápido y desesperado vistazo a la ventana, tras comprobar que su reloj no se había movido, le hizo percatarse que había comenzado a nevar, la primera nevada del invierno. Conforme se intensificaba la caída de los copos en el patio del colegio, los alumnos iban perdiendo el interés por lo que estaba explicando la profesora y comenzaban a mirar, prendados, la nevada a través de la ventana del aula. Consciente de ello, la profesora les otorgó diez minutos de la clase para que pudiesen observar, tranquilamente, cómo la cancha de fútbol iba poco a poco tiñéndose de blanco.
Mientras todos reían, bromeaban y disfrutaban de aquel momento de recreo, él no podía dejar de mirar su pequeño reloj, regalo de sus padres en el viaje a Tenerife que realizaron el verano anterior.
Rosa, su profesora, dándose cuenta de su apatía, se acercó a él, y pasándole la mano por la espalda, le preguntó qué le sucedía.
-          ¿Por qué cuando espero ansioso a que algo ocurra el tiempo pasa tan despacio?
Rosa le miró con ternura. Sus ojos no podían despegarse de la pantallita de su reloj. Hasta parecía que contaba mentalmente los segundos, intentando que transcurriesen más aprisa.
-          Lo bonito y mágico de esos momentos que tanto ansías que sucedan es ese tiempo de espera en que imaginas, te ves a ti mismo disfrutando de ese instante tan esperado. Desear que algo suceda, saber que algo va a suceder es lo que te tiene que hacer disfrutar de cada instante como si fuese aquél que tantas gantas tienes que ocurra, porque va a ocurrir. Y si no disfrutas de cada momento como si fuese ese que tantas ganas tienes de que suceda, éste sucederá, pasará, y mirarás atrás incrédulo, preguntándote a ti mismo si merecía la pena perder todo ese tiempo por un solo instante de tu vida, aunque sea el que más desees que ocurra.
Terminó la clase en el mismo momento que cesó de nevar. Se enfundó rápidamente su abrigo de plumas, tomó su mochila y desapareció sin despedirse de nadie. Horas después se encontraba en el sofá de su casa, solo, visualizando los créditos de la serie que acababa de finalizar, y sin embargo, no podía dejar de pensar en la nieve. En cómo su profesora le había obsequiado con unas palabras que jamás olvidaría con el telón de fondo de la primera nevada invernal.
Miré mi reloj. Quizá su esfera era demasiado grande para mi muñeca, pero me gustaban así. Siempre había sentido predilección por los relojes, aunque hacía ya muchos años que dejé de llevar mi reloj digital Casio.
Había acabado antes de arreglarme, diez minutos. Casi nunca sucedía. Siempre iba con la hora pegada y muchas veces llegaba tarde a recogerla de su trabajo. Me miré en el espejo y sin saber por qué, recordé aquellas palabras.
Habían transcurrido más de 15 años desde aquella tarde en que me sentí solo y vacío en el salón de mi casa, imaginando cómo habría sido disfrutar de ese momento inesperado de felicidad, con mis compañeros, observando cómo nuestro colegio adquiría el tono blanquecino característico de las nevadas poco copiosas.
Después de tanto tiempo aún no he conseguido vivir cada momento como si fuese especial. Ya conseguí entender el significado de aquellas palabras pero no logro comprenderlas. Sigo viviendo esperando momentos que anhelo, e incluso deseando que no lleguen algunos de ellos.
Se acercaba la hora. Se acercaba ese día señalado en el calendario desde hacía tiempo. Un año juntos. Parece mentira que haya pasado tanto tiempo, que hayan pasado tantas cosas, que todo haya cambiado. No puedo decir que haya pasado deprisa, porque viví momentos en que contaba los días para estar contigo. Pero ahora que estamos juntos, deseo que el tiempo se detenga, que no se ría de mí mientras deja de lado los objetivos que me marqué ese día que por fin llegó, tras tanto tiempo anhelándolo.
Mientras conduzco, pienso que me volvió a suceder. No disfruté el camino, y la meta se presentó ante mí como uno de esos momentos normales, que se tornan especiales si sabes disfrutarlo, si conoces la manera de exprimirlo a fondo. Creo que no supe.

Estoy a punto de llegar y por fin verla, tras un día de trabajo. Bajo la ventanilla y disfruto de esa ligera brisa primaveral mientras oigo el ruido del motor al pisar el pedal del acelerador a fondo. Dejo mi mente en blanco, y sin querer, olvido mirar mi reloj de esfera de cuarzo.