Se removía inquieto en su pequeño
pupitre, mirando ansiosamente, a cada instante, su reloj de plástico Casio.
Había comenzado la clase hacía ya unos minutos pero su cabeza no se encontraba allí.
Únicamente pensaba en el momento de llegar a casa, de sentarse frente a su
televisor y poder disfrutar de su serie favorita, mientras daba buena cuenta de
su merienda.
Un rápido y desesperado vistazo a
la ventana, tras comprobar que su reloj no se había movido, le hizo percatarse
que había comenzado a nevar, la primera nevada del invierno. Conforme se
intensificaba la caída de los copos en el patio del colegio, los alumnos iban
perdiendo el interés por lo que estaba explicando la profesora y comenzaban a
mirar, prendados, la nevada a través de la ventana del aula. Consciente de
ello, la profesora les otorgó diez minutos de la clase para que pudiesen
observar, tranquilamente, cómo la cancha de fútbol iba poco a poco tiñéndose de
blanco.
Mientras todos reían, bromeaban y
disfrutaban de aquel momento de recreo, él no podía dejar de mirar su pequeño
reloj, regalo de sus padres en el viaje a Tenerife que realizaron el verano
anterior.
Rosa, su profesora, dándose
cuenta de su apatía, se acercó a él, y pasándole la mano por la espalda, le
preguntó qué le sucedía.
-
¿Por qué cuando espero ansioso a que algo ocurra
el tiempo pasa tan despacio?
Rosa le miró con ternura. Sus
ojos no podían despegarse de la pantallita de su reloj. Hasta parecía que
contaba mentalmente los segundos, intentando que transcurriesen más aprisa.
-
Lo bonito y mágico de esos momentos que tanto
ansías que sucedan es ese tiempo de espera en que imaginas, te ves a ti mismo
disfrutando de ese instante tan esperado. Desear que algo suceda, saber que
algo va a suceder es lo que te tiene que hacer disfrutar de cada instante como
si fuese aquél que tantas gantas tienes que ocurra, porque va a ocurrir. Y si
no disfrutas de cada momento como si fuese ese que tantas ganas tienes de que
suceda, éste sucederá, pasará, y mirarás atrás incrédulo, preguntándote a ti mismo
si merecía la pena perder todo ese tiempo por un solo instante de tu vida,
aunque sea el que más desees que ocurra.
Terminó la clase en el mismo
momento que cesó de nevar. Se enfundó rápidamente su abrigo de plumas, tomó su
mochila y desapareció sin despedirse de nadie. Horas después se encontraba en
el sofá de su casa, solo, visualizando los créditos de la serie que acababa de
finalizar, y sin embargo, no podía dejar de pensar en la nieve. En cómo su
profesora le había obsequiado con unas palabras que jamás olvidaría con el
telón de fondo de la primera nevada invernal.
Miré mi reloj. Quizá su esfera
era demasiado grande para mi muñeca, pero me gustaban así. Siempre había
sentido predilección por los relojes, aunque hacía ya muchos años que dejé de
llevar mi reloj digital Casio.
Había acabado antes de
arreglarme, diez minutos. Casi nunca sucedía. Siempre iba con la hora pegada y
muchas veces llegaba tarde a recogerla de su trabajo. Me miré en el espejo y
sin saber por qué, recordé aquellas palabras.
Habían transcurrido más de 15
años desde aquella tarde en que me sentí solo y vacío en el salón de mi casa,
imaginando cómo habría sido disfrutar de ese momento inesperado de felicidad,
con mis compañeros, observando cómo nuestro colegio adquiría el tono
blanquecino característico de las nevadas poco copiosas.
Después de tanto tiempo aún no he
conseguido vivir cada momento como si fuese especial. Ya conseguí entender el
significado de aquellas palabras pero no logro comprenderlas. Sigo viviendo
esperando momentos que anhelo, e incluso deseando que no lleguen algunos de
ellos.
Se acercaba la hora. Se acercaba
ese día señalado en el calendario desde hacía tiempo. Un año juntos. Parece
mentira que haya pasado tanto tiempo, que hayan pasado tantas cosas, que todo
haya cambiado. No puedo decir que haya pasado deprisa, porque viví momentos en
que contaba los días para estar contigo. Pero ahora que estamos juntos, deseo
que el tiempo se detenga, que no se ría de mí mientras deja de lado los
objetivos que me marqué ese día que por fin llegó, tras tanto tiempo anhelándolo.
Mientras conduzco, pienso que me
volvió a suceder. No disfruté el camino, y la meta se presentó ante mí como uno
de esos momentos normales, que se tornan especiales si sabes disfrutarlo, si
conoces la manera de exprimirlo a fondo. Creo que no supe.
Estoy a punto de llegar y por fin
verla, tras un día de trabajo. Bajo la ventanilla y disfruto de esa ligera
brisa primaveral mientras oigo el ruido del motor al pisar el pedal del
acelerador a fondo. Dejo mi mente en blanco, y sin querer, olvido mirar mi
reloj de esfera de cuarzo.