martes, 9 de septiembre de 2014

PORQUE NO TODO ES DORMIR

Me gustaba observar cómo el humo de mi cigarro ascendía en la oscuridad de la noche y se iba poco a poco entremezclando con la tímida neblina que hacía que el vello se me erizara en aquella madrugada de septiembre. Un último cigarrillo en el balcón. Una pareja de enamorados se despedía efusivamente, olvidando por un momento que una impuesta y conservadora educación sería contraria a aquella despedida.

La miré con ternura. Dormía plácidamente. El día había sido largo para ella (a diferencia del mío, que transcurrió con una lentitud abrumadora, casi tediosa) y al llegar a casa le esperaba lo habitual durante estos últimos días: no era tristeza, sino, quizá apatía lo que reflejaba mi cara.
Sin embargo el verla salir de la boca del metro significaba un soplo de aire fresco, una bocanada de felicidad, que lamentablemente poco a poco se diluía entre los temores y frustraciones que me habían acompañado durante la jornada.

No es fácil vivir así. Las horas muertas dan paso a una actividad cerebral desbordada que termina desbordándome. Un mínimo detalle, un paso en falso, y todo el castillo de naipes que tanto me había costado apostar en mi cabeza, se desmorona sin remedio.

Parece que el verano está quedando cada vez más lejano. El vecino del cuarto continúa viendo la televisión hasta altas horas de la madrugada con el volumen tan alto que no entiendo como alguien puede dormir en nuestro edificio. La costumbre imagino. Mientras da rienda suelta a su imaginación con películas subidas de tono y recuerda sus años de juventud, el frescor de la noche hace que cada vez me cueste más fumarme el par de cigarrillos de rigor en el balcón, observando a lo lejos cómo el Pirulí se alza majestuoso sobre el cielo madrileño.

Ella se mueve ansiosa en la cama. Aunque dormida, sabe que no estoy allí. Dos caladas más, y la cama volverá a ser de los dos. Ahora es a mí al que le cuesta dormir sin ella, sin su presencia a mi izquierda y sin su piel rozando mi mano.


El tono incandescente de la ceniza de mi Fortuna ha desaparecido. Oigo los anuncios procedentes de la televisión del viejo verde del cuarto (pensé que al pagar la cuota te ahorrabas estos trámites publicitarios entre escena y escena de la película pornográfica de cada madrugada). Dejo entreabierta la ventana de mi balcón y me pierdo entre las sábanas. Ella se da la vuelta inconscientemente y se acurruca en mi pecho. No aguantaré mucho así, pero mientras tanto disfruto del olor de su pelo. La beso y cierro los ojos. Hasta mañana a la misma hora.

miércoles, 3 de septiembre de 2014

Tan lejos de mi lado

CAPÍTULO I

" No olvides nada, revisa bien la maleta antes de salir. Te he dejado café recién hecho. Ánimo que vas a disfrutar. Te voy a echar de menos. Juan"

Odiaba la costumbre de mi hermano de dejarme post-its en la puerta de la nevera, sujetos por el viejo imán en el que hace ya muchos años pegamos una foto de los tres, sonrientes,  para cualquier recado, tarea u ocurrencia que se le pasara por la cabeza. Álex haz esto; Álex recoge lo otro; Álex no olvides pasarte por ese sitio; Álex, Álex, ÁLEX.

Últimamente optaba por contestarle en la misma nota que él me dejaba. Utilizaba frases ocurrentes que sacaban de quicio a mi hermano cuando las leía, al regresar a casa al anochecer, tras un día intenso de trabajo en el despacho, pensando que no había hecho lo que me pedía en aquel mísero trozo de papel amarillo.

Aunque me costaba reconocerlo, mi hermano siempre había estado allí. Desde su posición de hermano mayor, intentaba, la mayoría de ocasiones sin éxito, ser mi principal apoyo. Más aún, desde que mamá nos dejó. Sin embargo, no conseguía sustituirla. Ella era la única que me entendía, la que sabía qué oscuros pensamientos atravesaban mi mente, y la que conseguía disuadirlos, con una sonrisa, una palabra, un abrazo...siempre a tiempo. Habían transcurrido más de dos años desde aquella fatídica madrugada en que aquel chico de diecinueve años, puesto de coca y anfetas, cometió el mayor error de su vida al atropellar a mi madre a la salida de su turno de guardia en el hospital, robándome así lo que más quería. Murió en el acto. Incluso en el momento de dejarnos, y durante toda su vida, no fue mucho de llamar la atención. Se fue sin dar pie a que intentasen salvarla los sanitarios que habían salido del hospital alentados por el ruido y el griterío.

Llevaba más de un año acudiendo asiduamente a, según Juan, uno de los mejores psicólogos de Madrid. Habían sido muchas tardes conversando, charlando, riendo y llorando con aquel desconocido, que sin quererlo, ó quizá, porque lo necesitaba, había pasado a ser uno de mis mejores amigos.


Conseguía la mejor marihuana de la ciudad. Al principio era reticente a aceptar fumar en su consulta, y me conformaba con observarle  dibujar figuritas con el humo exhalado mientras parecía interesarse por cómo había transcurrido mi vida desde mi adolescencia hasta ahora. Me pedía que no escatimase en detalles, que fuese tan explícito como pudiese y que no dudase en gritar, en levantarme o sentarme a mi antojo, en fumar todo lo que quisiera. Me repetía una y otra vez que el guión de aquella hora y media juntos, martes y jueves de cada semana, lo elegía yo. Poco a poco me fui desinhibiendo. Tras unos meses, en los que Toni, mi psicólogo, conocía casi todos los pormenores de mi vida, su frase más repetida, entre calada y calada de los mejores porros de marihuana que había probado jamás, era: "Álex, has vivido demasiado deprisa". Ya lo sabía. (...)