Al fondo de la calle, difuminado
por el bochornoso calor de los más de treinta y cinco grados de los mediodías
de agosto madrileños, veía alejarse al “53”, el autobús que había de devolverme
a mi casa tras una jornada pegado a la pantalla del ordenador.
Me senté en el banco de la parada
del autobús. A mi derecha, apoyada en la marquesina donde aún lucía lustroso el
modelo del anuncio de la colonia “Invictus”, una mujer de unos 40 años no
dejaba de enviar whatsapps, mientras poco a poco se le iba dibujando una
sonrisa picarona en su rostro.
Desde que recuerdo, uno de mis
pasatiempos preferidos había sido el observar a la gente, al mundo que me rodeaba,
e imaginar la historia que había detrás de cada persona en la que me fijaba.
Quizá el hecho de ser hijo único y pasar parte de mi infancia en solitario
fuese la razón por la que poseía una
imaginación sin límite, la cual había focalizado en inventar historias de
personajes desconocidos, transeúntes sin dirección que por cualquier razón que
nunca he logrado entender, llamaban mi atención y ponían a funcionar la
maquinaria de mi ingenio, concibiendo en torno a estos personajes reales, un
mundo de fantasía que únicamente existía en mi cabeza.
Habían pasado casi diez minutos y
el autobús no llegaba. Aquella mujer de pelo caoba de mi derecha no escondía su
felicidad por el contenido de los mensajes que estaba recibiendo en su Iphone.
Probablemente se hubiese divorciado no hacía más de tres o cuatro años o quizá
fuese madre soltera. Su hijo estaría pasando el verano con los abuelos en su
casa de la playa (habló durante menos de dos minutos con el pequeño y otros tantos con su madre, para cerciorarse
de que nada fuera de lo común estaba ocurriendo en unas clásicas vacaciones
entre abuelos y nietos, formulando las preguntas de rigor acerca del estado
físico y comportamiento de su pequeño) lo que ella quizá estaba aprovechando
para conocer más a fondo al hombre con el que llevaba menos de medio año
quedando, prácticamente a escondidas por miedo a que su hijo pudiese no llegar
a entender aquella situación…
Una historia más de las tantas
que habían tomado forma en mi mente gracias a que alguien, durante unos escasos
segundos, había conseguido llamar mi atención. Como aquella pareja de ancianos,
ubicados en los asientos delanteros del autobús, justo a continuación del
conductor, que, tras más de cincuenta años de matrimonio, aún se cogían la mano
cariñosamente. Cruzaban sus miradas, cargadas de pasión, como si de dos
quinceañeros que acaban de tener su primera experiencia sexual se tratasen. Quizá ambos eran viudos y
llevaban “unos pocos” meses de intensa relación tras conocerse en uno de esos
viajes organizados para jubilados a los que aún les queda demasiada energía
para malgastar su vida.
El autobús rodeaba la Plaza de las
Ventas, mientras yo jugueteaba con mi nuevo Smartphone. Siempre me había
considerado un gran observador, pero no me cercioré hasta que me formuló una
extraña pregunta, que una mujer, de unos treinta y muchos, se había sentado en
el asiento contiguo al mío del autobús:
“ ¿Tú también eres un contador de
historias?”
Tras el susto inicial, y tras
recuperarme del escalofrío que recorrió durante un instante toda mi columna
vertebral, una sensación de incertidumbre se apoderó completamente de mí. En
pocos segundos demasiadas preguntas se agolparon en mi mente, aunque no fui
capaz de articular palabra para conseguir las ansiadas respuestas que mi
curiosidad demandaba, lo cual no hizo falta, ya que mi “compañera de viaje” se
encargó de aclarar el porqué de aquella, cuanto menos, insólita situación.
“Nos subimos en el mismo autobús
cada martes y jueves a la misma hora, y cada día repites la misma rutina.
Observas durante escasos segundos a una persona, pareja o familia, retiras la
vista de ellos, y dejas volar tu imaginación, fijando tu vista en algún lugar
más allá del cristal, muchas veces traslúcido, del autobús”
No llegaba a entender cómo
aquella desconocida podía conocer tan detalladamente aquello, la manera en que
empleaba mi tiempo imaginando la vida de transeúntes anónimos que por
casualidad se cruzaban en mi camino. La observé entre incrédulo y asustado. Su
rostro no se asemejaba al de una mujer de su edad. Sus profundas ojeras, las
largas arrugas que poblaban su frente, y la tristeza de su mirada, hacían sumar
años a una mujer que debería haber lucido mucho más atractiva.
“Imaginas la vida de la gente
como medio de huida de tu realidad. Empleas tu tiempo en dibujar vidas ajenas,
en recrear realidades que tan solo existen en tu imaginación, por miedo a
enfrentarte a tu propia realidad, por miedo a vivir la vida que un día
imaginaste para ti”
Tragué saliva, que escaseaba en
mi boca reseca. Nunca lo había visto de aquella manera. ¿Podría ser posible que
llevase años evitando pensar en todo aquello que una vez soñé para mí y hace
mucho me resigné a olvidar?
“Si no te das prisa se van a
cerrar las puertas del autobús, y te saltarás tu parada. Piensa lo que te he
dicho. Deja de ser un “contador de historias” y cuenta tu propia historia. No acabes
como yo, contadora de un millón de historias y sin ser protagonista de ninguna”
Bajé a trompicones del vehículo
casi en marcha, mientras las puertas se cerraban violentamente a mis espaldas.
Una última mirada hacia el interior, un último vistazo tratando de buscar a
aquella extraña mujer, consiguió que mi corazón diese un vuelco. No conseguía
distinguir a aquella “contadora de historias” entre los pocos pasajeros que aún
quedaban en el bus. Lo seguí con la mirada mientras arrancaba, buscándola sin
éxito.
Emprendí el camino hacia mi casa,
mientras el “53” se alejaba un día más. No conseguía entender qué había pasado
aquella tarde, qué quería decir aquello que había conseguido que mi rutinario
viaje en autobús hubiera adquirido un significado diferente. Real o imaginaria,
aquella mujer logró que al entrar en mi casa, lo primero que hiciese fuera
encender mi portátil y abrir el procesador de textos. Necesitaba contar mi
historia. Sí, la mía.
“Mi historia, la que dejé
olvidada en el cajón de los sueños, empezó contigo…y no lo dudes, acabará
contigo”