lunes, 12 de octubre de 2015

Un año después...

Se acomodó torpemente el nudo de la corbata. Un último vistazo al espejo y le seguía costando reconocerse con la cara despoblada de barba. No le recordaba lo que veía a aquel niño imberbe que hace ya muchos años vivía soñando con alcanzar todo aquello que se propusiera.
Se podían contar con los dedos de la mano las veces que se había enfundado un traje. Normalmente disfrutaba de esas pocas ocasiones en que se sentía especial por parecer un “gentleman”.
Aquel día era especial. Merecía la pena dedicar más de diez minutos en arreglarse. Ni un mechón de pelo fuera de su lugar. Las patillas en punta perfectas. Un afeitado apurado, a contrapelo. Un solo botón de la americana abrochado, como mandan los cánones…
Un último beso le despidió en el día en que comenzaba una nueva etapa de su vida. No era alguien de quien se apoderasen fácilmente los nervios. Caminó despacio divisando a lo lejos el imponente edificio donde a la postre pasaría la mayor parte del tiempo de este último año.
Altibajos y sinsabores. Grandes momentos y grandes personas. Nuevas capacidades que nunca creyó poseer y un sentimiento de orgullo por el trabajo bien realizado.
Le costó adaptarse. Como suele decirse, y para él no iba a ser diferente, los comienzos siempre son difíciles. Y en este caso lo fueron. Un trabajo que requería algo muy distinto a aquello para lo que había sido formado. Un departamento en transición, que distaba mucho de ser un lugar agradable donde trabajar y desarrollarse. Cada vez más responsabilidad para alguien, que como él, no poseía un total control de la situación. Despedidas difíciles en momentos inesperados.
Sin embargo, y sorprendiéndose incluso a sí mismo, lo que en un pasado no muy lejano le hubiese condenado al ostracismo y a la inseguridad, esta vez le sirvió para dejar de lado antiguos miedos y explotar (en el buen sentido de la palabra). Consiguió, gracias a la inestimable ayuda de la buena gente de la que se rodeó, llegar más lejos de lo que en un principio había imaginado, entender cosas que jamás pensó que llegaría a entender.
Todo para nada. Palmaditas en la espalda; palabras alentadoras y de agradecimiento que llenan la boca de quien las pronuncia pero que tristemente, suelen caer en saco roto antes de que tengan repercusión alguna en quien las recibe.
A falta de dos semanas para su marcha, observa con tristeza y nostalgia la foto que colgó en Facebook el día en que salió de su casa “trajeado”,  convencido y entusiasmado por comenzar una grande y larga aventura. Aunque no será así, aunque deberá abandonar (forzosamente) en el momento en que lograba sentirse bien, sentirse feliz, lo hará con la cabeza alta, orgulloso por haber tenido el placer de conocer, trabajar, disfrutar, reír y hasta casi llorar, con un grupo de personas tan especial.
Sin saber por qué, se encontraba enfrente del espejo, vestido con el mismo traje gris que aquel día le hizo sentirse invencible. Se fijó en sus ojos. Parecían más verdes de lo habitual, quizá porque se habían tornado vidriosos al recordar que en pocos días su vida cambiaría, las puertas de su futuro volverían a abrirse como ocurriera un año atrás.

Se lavó la cara y volvió a donde estaba ella. Le dio un beso y le sonrió. Ocurriese lo que ocurriese, tenía la certeza de que ocurriría con ella.