Se acomodó torpemente el nudo de
la corbata. Un último vistazo al espejo y le seguía costando reconocerse con la
cara despoblada de barba. No le recordaba lo que veía a aquel niño imberbe que
hace ya muchos años vivía soñando con alcanzar todo aquello que se propusiera.
Se podían contar con los dedos de
la mano las veces que se había enfundado un traje. Normalmente disfrutaba de
esas pocas ocasiones en que se sentía especial por parecer un “gentleman”.
Aquel día era especial. Merecía
la pena dedicar más de diez minutos en arreglarse. Ni un mechón de pelo fuera
de su lugar. Las patillas en punta perfectas. Un afeitado apurado, a
contrapelo. Un solo botón de la americana abrochado, como mandan los cánones…
Un último beso le despidió en el
día en que comenzaba una nueva etapa de su vida. No era alguien de quien se
apoderasen fácilmente los nervios. Caminó despacio divisando a lo lejos el
imponente edificio donde a la postre pasaría la mayor parte del tiempo de este
último año.
Altibajos y sinsabores. Grandes
momentos y grandes personas. Nuevas capacidades que nunca creyó poseer y un
sentimiento de orgullo por el trabajo bien realizado.
Le costó adaptarse. Como suele
decirse, y para él no iba a ser diferente, los comienzos siempre son difíciles.
Y en este caso lo fueron. Un trabajo que requería algo muy distinto a aquello
para lo que había sido formado. Un departamento en transición, que distaba
mucho de ser un lugar agradable donde trabajar y desarrollarse. Cada vez más
responsabilidad para alguien, que como él, no poseía un total control de la
situación. Despedidas difíciles en momentos inesperados.
Sin embargo, y sorprendiéndose
incluso a sí mismo, lo que en un pasado no muy lejano le hubiese condenado al
ostracismo y a la inseguridad, esta vez le sirvió para dejar de lado antiguos
miedos y explotar (en el buen sentido de la palabra). Consiguió, gracias a la
inestimable ayuda de la buena gente de la que se rodeó, llegar más lejos de lo
que en un principio había imaginado, entender cosas que jamás pensó que
llegaría a entender.
Todo para nada. Palmaditas en la
espalda; palabras alentadoras y de agradecimiento que llenan la boca de quien
las pronuncia pero que tristemente, suelen caer en saco roto antes de que
tengan repercusión alguna en quien las recibe.
A falta de dos semanas para su
marcha, observa con tristeza y nostalgia la foto que colgó en Facebook el día
en que salió de su casa “trajeado”, convencido y entusiasmado por comenzar una
grande y larga aventura. Aunque no será así, aunque deberá abandonar
(forzosamente) en el momento en que lograba sentirse bien, sentirse feliz, lo
hará con la cabeza alta, orgulloso por haber tenido el placer de conocer,
trabajar, disfrutar, reír y hasta casi llorar, con un grupo de personas tan
especial.
Sin saber por qué, se encontraba
enfrente del espejo, vestido con el mismo traje gris que aquel día le hizo
sentirse invencible. Se fijó en sus ojos. Parecían más verdes de lo habitual,
quizá porque se habían tornado vidriosos al recordar que en pocos días su vida
cambiaría, las puertas de su futuro volverían a abrirse como ocurriera un año
atrás.
Se lavó la cara y volvió a donde
estaba ella. Le dio un beso y le sonrió. Ocurriese lo que ocurriese, tenía la
certeza de que ocurriría con ella.