Me despierto y ya es 7 de enero. Primera
alarma, segunda alarma…Nada cambia. ¿Para qué despertar si se está mejor
soñando?
Treinta metros cuadrados que dan para muchas
horas de pensamientos infructuosos enfrente de la pantalla de mi portátil. Llamadas
que no llegan, sueños y propósitos que se esfuman, aquel niño creció demasiado
tarde y la realidad se golpea de bruces contra él.
No eres tú, es la situación…sí,
¿y por qué yo? Un vistazo a mi alrededor y casi todo aquél que conozco, desde
hace tiempo ha encontrado su camino. Sinceramente creí haberlo encontrado,
aunque un duro golpe a última hora me abrió los ojos y me hizo darme cuenta que
aún debía continuar con mi búsqueda.
Buscar y buscar, pero, ¿qué
buscar? Días enteros aplicando a ofertas de empleo que de empleo tienen poco.
Pequeñas alegrías cada vez que, tras más de media hora cumplimentando todos mis
datos, estoy casi seguro de que doy el perfil y que tarde o temprano recibiré
la esperada llamada, que, ¿incomprensiblemente?, en escasas ocasiones se
produce.
¿Dar el perfil? Quizá no me crea
ni yo el perfil que se supone que se desprende de mi propio currículum. Quizá sea ésa la razón por la que, por mucho que me
empeñe en seguir dirigiendo mis pasos por el camino que marcan los títulos
universitarios que yacen olvidados en algún cajón perdido de mi antigua casa, siempre
sucede algo que me disuade y aleja de ese esperado camino , al pensar que por
fin esos arrinconados certificados pudiesen llegar a tener sentido.
2016, el año de mis 29. Muchos
años ya escribiendo de lo mismo, sin encontrar una solución. Muchos años
tratando sin éxito de encontrar el adulto que vive en mí y de abandonar a aquel
joven que aún piensa que puede hacer algo más en su vida que empeñarla en una
oficina, más de ocho horas diarias, por un salario que muy pocas veces llega a
ser competitivo.
Sin embargo, y aunque me pese,
todas estas palabras que hoy quedarán aquí plasmadas, carecerán de sentido el
día en que reciba esa ¿ansiada? llamada en que me ofrezcan vivir para trabajar,
y sienta que, a pesar que hace ya muchos años que superé los dieciocho, la
época adulta por fin esté llamando a mi puerta.
Mientras tanto subiré, bajaré,
reiré y hasta casi lloraré, entre mis cuatro paredes perdiendo el tiempo en
sinsentidos como el que supone escribir estas líneas.