¿Que por qué me da por escribir al sentir que la Navidad
se acerca? Sinceramente, no lo sé.
Con los años he perdido ese cosquilleo que
recuerdo me invadía más y más en tanto la Navidad llamaba a la puerta de mi
hogar. Ya no decoro con motivos navideños mi casa ni mucho menos “pongo” el
árbol de navidad. Ya no acudo a grandes comidas y cenas familiares ni celebro
brindis multitudinarios en pos de un nuevo año plagado de todo lo bueno que
podamos imaginar.
¿Por qué entonces me encuentro aquí de nuevo,
a pocos días de un nuevo año, frente a la pantalla de mi ordenador, dejando que
las palabras fluyan sin control, como en los buenos tiempos?
Quizá sea eso, la cercanía del nuevo año.
Quizá el que las calles y plazas de Mánchester (la ciudad que me acogió hace ya
más de un año), me den la bienvenida cada uno de estos días plagadas de luces y
mercadillos navideños, de gente de todo tipo y procedencia, unidos por un sentimiento
de celebración, haya tenido algo que ver.
Quizá sea simplemente que, al llegar estas
fechas, uno baja el ritmo, desacelera y ralentiza ese compás rutinario de trabajo
y estrés al que nos hemos tenido que hacer adictos para poder vivir “dignamente”.
Al acercarse la Navidad, se nos está permitido tomarnos un respiro en eso de
trabajar para vivir, y deviene lícito eso de vivir para ser feliz.
Quizá ese vacío, ese hueco reservado para la
felicidad que se nos otorga al sentir el aroma navideño sobrevolando nuestros
corazones, me alienta a encontrar la felicidad a través de las palabras.
Escribir para ser feliz, como alguien me dijo hace ya muchos años.
Mirar atrás, hacer balance, recordar…cada vez
es más sencillo gracias a las redes sociales en las que casi diariamente
(algunos sin el casi) contamos al mundo nuestras aventuras y desventuras.
Mi año empezó en Gales y terminará en
Escocia. España quedará para otra ocasión. Siempre fui un mercenario de la
vida, un trotamundos inquieto asido a ningún lugar, sin ese sentimiento de
arraigo que mucha gente siente hacia sus “raíces”.
Sin embargo, los años pasan, y no pasan en
balde. Las canas asoman y el espíritu aventurero cada vez busca experiencias
menos ambiciosas y arriesgadas.
Nunca creí en eso de que la edad no perdona.
No entiendo el cumplir años como una barrera de impedimentos cada vez más
sólida e inquebrantable. Eso sí, con la edad los saltos al vacío se hacen con
paracaídas cada vez más grandes y seguros. Incluso hay quienes dejan de saltar
al vacío.
Con el paso de los años, se comienza a mirar
más hacia fuera y menos hacia dentro de uno mismo. Se valora más una sonrisa de
un ser cercano que una propia. Se busca, en definitiva, un círculo de
confianza, una zona de confort sin puerta de salida, para abandonarla en busca
de nuevas razones para seguir soñando, siempre que nos olvidemos de que la edad
es un únicamente un número y la juventud, simplemente un estado de ánimo.
Como durante todo el año, Mánchester me
albergará durante la Navidad. Mánchester me ha dado todo, y Mánchester tiene
reservado un hueco, donde la felicidad se esconde, dentro de mi corazón. ¿Cuándo
se terminará esta aventura? Aún no tiene fecha de caducidad. No obstante, si
alzo la vista y me busco por los rincones de la que puedo llamar mi segunda
ciudad, durante las Navidades de 2018, no soy capaz de encontrarme.