Hasta donde la memoria me alcanza, siempre le recuerdo enfrentado a su reloj (que nunca faltaba en su mano derecha, a pesar de ser diestro, paradigmas de la vida). Poco amigo de la puntualidad, era incapaz de planear su tiempo adecuadamente para, en palabras de los que le rodeaban, no faltar al respeto a aquellos que tantas veces esperaron por él. Este defecto lo paliaba con una extraordinaria facilidad para improvisar todo tipo de justificaciones (alejadas del estereotipo de la excusa fácil), unida a su permanente sonrisa y su incuestionable don de palabra. Son incontables las ocasiones en que salió airoso de situaciones delicadas, relacionadas con su incorregible impuntualidad, gracias a estas tres “virtudes” que tanto sacaba partido.
Desde la adolescencia, siempre destacó en él su vertiente creativa. Muchos años pintando, otros tantos rasgando las cuerdas de su guitarra, y desde siempre, escribiendo. Hobbies teñidos de una vital necesidad de expresar todo aquello que no se sentía capaz de demostrar a través de su personalidad. Miedos, complejos y falta de confianza escondidos y encerrados en la coraza que había construido en torno a su corazón.
Nunca fue un mal estudiante, podría decirse que hasta brillante durante sus años de instituto. Afortunadamente, su capacidad le bastaba para conseguir grandes resultados con un esfuerzo “moderado”, durante esta etapa. De naturaleza impulsiva, aunque como solía decir, de “tendencia fácil al aburrimiento”, necesitaba de una grande y constante motivación para intentar alcanzar y finalizar los numerosos objetivos y proyectos que se propuso y comenzó.
Alcanzada la mayoría de edad, una desacertada decisión le llevó por el camino que durante toda su vida se arrepentiría de haber tomado. En un ejercicio de falsa madurez, de conformismo y de aceptación de lo que socialmente se adecuaba mejor al falso perfil de estudiante modelo que había desarrollado durante los seis años anteriores, dejó de lado su verdadera vocación artística.
Más de seis años a remolque. Más de seis años buscando la razón para no abandonar y perseguir sus verdaderos sueños. No fueron pocas las ocasiones en que le encontré llorando, maldiciendo, lamentando haber tomado tan aciaga decisión. Recuerdo una ocasión, en el límite de su desesperación y dispuesto a renunciar a aquello que comenzó años atrás, en que se encerró en el baño por más de una hora. Un baño caliente de burbujas; una ducha fría; una imagen empañada de sí mismo que le costó reconocer. En ese instante recordó el consejo que alguien le brindó, en el momento de su despedida, ya mucho tiempo atrás: “Cada vez que dudes de ti mismo, sitúate delante de un espejo. Fija tu mirada en el suelo y lentamente, álzala hasta que te veas reflejado. Observa con cautela lo que ves, y busca cuidadosamente en el interior del espejo la persona que quieres ser, y quizá, más importante, la persona en que te quieres convertir”.
Más de ocho años invertidos en formación universitaria y post universitaria. Una nueva vocación (financiera) que se fue abriendo paso poco a poco y que ahora es parte esencial de su vida. Una incipiente y creciente necesidad por vivir nuevas experiencias, por conocer y aprender y no conformarse con una vida fácil, que le llevó a no echar raíces en ningún lugar, aun sintiendo apego por todos por los que su camino discurrió. Una personalidad forjada a base de cada uno de los momentos que se fueron haciendo hueco en los capítulos de su existencia.
No hace mucho le pregunté (me pregunté) si con todo lo que había vivido, y de la forma en que lo había vivido, había renunciado a todo aquello que mi yo de dieciocho años soñaba y fantaseaba con lograr.
Eran las ocho de la tarde, en el apartamento en el que vivo alquilado en Mánchester, y disfrutaba de uno de los baños que me gusta ofrecerme como homenaje cada cierto tiempo. Al terminar de secarme, frente al espejo empañado, desnudo, pude distinguir a alguien similar a aquél que, en uno de mis peores momentos, visualicé como la persona en quien me quería convertir. Sonreí y me devolvió la sonrisa. La vida volvería a girar pronto, pero me sentía preparado para ello, para volver sin remordimientos.
Faltaban veintiséis para el veintiséis, y a pesar de que no me creo que ya vaya a por los treinta y dos, cada vez me siento mejor. Como he oído por ahí, todo lo bueno sucede en abril.