domingo, 2 de junio de 2019

Mi Mánchester


Un avión con escala en Londres me trajo a Mánchester, más de dos años y medio atrás, y jamás podré llegar a expresar con palabras lo que esta experiencia ha significado para mí. 
Ahora, con la decisión de volver tomada, con el punto y final de esta historia en el horizonte, intentaré plasmar en estas líneas todo lo que me gustará contar en unos años, cuando me encuentre recordando con una sonrisa y alguna que otra lágrima, todo lo que aquí viví.

Finales de septiembre de 2016. A modo de huida, con más miedo por lo que me esperaría que tristeza por lo que dejaba atrás, comenzaba mi aventura en Mánchester. Una buena oportunidad laboral; una extrema necesidad de aparcar mi Madrid por un tiempo indefinido y saltar al vacío una vez más (quizá la última); un último tren hacia ese yo que aún no había conseguido encontrar.

Casualidad o destino, preferiría llamarlo suerte, la urbe del ladrillo rojo, cuna del fútbol y del fish and chips, y no muy agraciada pintorescamente hablando, me acogió en su seno. Desde el momento en que visité el centro de Mánchester por primera vez, me cercioré de que la opinión infundada que tenía de la ciudad, basada en falsos estereotipos acuñados por aquellos que no formaron parte de ella, cambiaría inmediata y radicalmente.

Si alguien me preguntase qué fue lo primero que sentí al explorar por primera vez los rincones y recovecos de la ciudad, no tendría duda alguna en responder: Mánchester emana vida. Mánchester huele a diversidad y contraste; a porridge con prisa de buena mañana y curry al caer el sol, aderezado con luces de neón. En definitiva, Mánchester huele a sueños.

Y sueños, sin duda, es lo que yo, y otros tantos como yo, vinimos persiguiendo a Reino Unido. Quizá Mánchester no fuese la opción deseada por la mayoría, sí en cambio la más conveniente y económica. Un empujón al inglés, un postgrado, un primer trabajo, o simplemente “un probar suerte”, todo tenía cabida en la maleta de ilusiones de todos aquellos que decidimos emigrar a la que a la postre, sería nuestra ciudad.

Un paseo por Castlefield y sus canales (mi primer barrio) al atardecer, buscando la luz y el ángulo adecuados para recoger la instantánea perfecta. 

Un salir de casa por la mañana, sin rumbo fijo, emprendiendo la marcha en Deansgate, a la altura del Hilton; visitando por enésima vez la John Rylands Library; callejeando hasta desorientarnos, ubicándonos de nuevo al reconocer St Anne Square , la plaza que, cubierta de flores y mensajes, encogió los corazones de todos los que vivimos en Mánchester, ya hace más de dos años. Un sentimiento de vida, de unidad, de humanidad y orgullo, que pocas veces había experimentado.

Un Sábado de shopping mañanero por Market Street; de visita obligada al Affleck’s y su paraíso Indie que nunca decepciona; de tacos para comer y pintas a media tarde, al calor del ambiente alternativo de Northern Quarter; de postureo al anochecer, con un gin-tonic (en copa de balón) en una mano y el Instagram stories abierto en la otra, disfrutando de la vista panorámica de la ciudad que ofrece el jardín interior del 20 Stories.

Domingos de Sunday Roast o de vuelta a las raíces;  de los que las comidas duran doce horas; de los de arrepentirse el Lunes a las 7.30am, y recordar con una sonrisa diez minutos después, con un café bien cargado; de los que la compañía hace que merezca la pena olvidarse de que al día siguiente esperarán decenas de mails en la bandeja de entrada.

Incontables noches de pizzas y alcohol, en tu casa o en la nuestra. Siempre con los de siempre, terminando la velada entre risas y bailables, aderezados con shots de Jagermeister, o simplemente entre conversaciones trascendentales de madrugada; de las de desnudarse frente al otro, mostrando debilidades y encontrando virtudes; dejando la vista de lado para observar con el corazón; construyendo momentos irrepetibles e imborrables (con permiso de la resaca del día siguiente).

¿Y qué sería de esos momentos sin todas las personas que los hacen posibles? 

Todos aquellos que emigramos, que abandonamos nuestra ciudad natal, que rechazamos vivir asidos por siempre a nuestra zona de confort, pronto nos damos cuenta de la importancia y la intensidad con la que se viven las relaciones en el extranjero. Quizá el comenzar desde cero en la mayoría de los casos; quizá el miedo a la soledad o la temporalidad de la aventura para la mayor parte de nosotros… 

Cada instante de felicidad se magnifica al igual que cada momento de tristeza se torna catastrófico. La amistad circula a un par de velocidades más de lo que nos tiene acostumbrados, casi siempre sin frenos. Un amigo de un conocido, invitado como tú a la despedida de éste, pasa a formar parte, casi sin querer y sin darte cuenta, del círculo de tus mejores amistades. Una carta para tu vecino,  entregada por error en tu buzón, desencadena un sin fin de tardes, noches, cafés, conversaciones y mensajes. 

Esa magia, tan extraña como bella y necesaria, permite derribar la barrera de los prejuicios, y lanzarse de lleno a descubrir que alguien como tú decidió arriesgarlo todo para empezar su nueva vida aquí, en Mánchester. Alguien a quien terminan uniéndote unos lazos tan fuertes que el solo hecho de pensar en una despedida, en no buscar hueco cada semana para compartir pintas y momentos, entristece el alma.

Y sí, tras varias ocasiones en las que decía adiós, siendo yo el que me quedaba, pronto me tocará despedirme desde el otro lado. Pronto volveremos los dos, al principio, finalizando nuestra etapa en Mánchester. Porque yo tuve la suerte de nunca estar solo, de compartir esta experiencia con quien comparto nuestro camino, y así, todo es mucho más fácil.

Poco más de un mes para regresar a mi Madrid. Algo más de treinta días para empaparme de recuerdos y bañarme en nostalgia; de visitar lugares por última vez y encontrarme con amigos por penúltima; de prepararme para decir “hasta pronto” a casi tres años de vida en la ciudad de la abeja.

Un nuevo cambio. Un nuevo salto, esta vez no tan al vacío como los anteriores, y con tintes de ser el definitivo. Una nueva etapa para alguien, que tras mucho buscar y perderse, encontró en Mánchester, dentro de sí mismo, a quien estaba buscando. No es solo una ciudad, es MI ciudad, y aunque nuestros caminos se separen, la llevaré siempre grabada en mi corazón, y desde hace un tiempo, también en mi piel.