Hola, amigo, ¿cómo estás? ¿qué tal allí en el espacio? Por
aquí abajo seguimos descolocados y algo rotos, pero quizá es parte del camino
que cada uno de nosotros tenemos que transitar.
Finalmente me he decidido, y aquí
me tienes, recuperando lo que antaño fue mi refugio. Volviendo a escribir.
Quería contarte que me cuesta
reconocerme cada mañana al ver mi imagen en el espejo. Ya no son las incipientes
ojeras, ni el pelo cada vez más canoso (gracias por la genética), sino la
mirada triste que me acompaña desde el pasado diciembre, y que se agudizó de
sobremanera al terminar agosto. Como me dijo un buen amigo (en inglés) “ya no ríes
desde dentro, y eso se nota”.
Sin embargo, no pierdo ese humor
que me caracteriza y, aunque sea a través de mi coraza, intento que no
desaparezca. Nunca cobró tanto sentido la frase de uno de esos grupos musicales
que tanto me gustan, y que me quiero tatuar, (¡sí, otro tatuaje!), “haciendo
bromas como mecanismo cuando nos asomemos al abismo”. ¡Seguro que te hubiese gustado!
Ahora los días me parecen más
largos. Llevo sin trabajar casi un mes (la nieta feliz de tenerme en casa)
durmiendo con trazodona, y despertándome como en otra dimensión, quizá aun más
perdido si cabe. No te preocupes, es temporal, y ya estoy convencido de que pronto
no será necesaria ninguna ayuda para que pueda conciliar el sueño.
Las noches aún duelen, no te voy
a engañar. Mientras otras duermen yo miro a la nada, a la oscuridad infinita,
quizá buscándote. Me hubiese gustado que me esperaras, pero entiendo que necesitabas
irte y, aunque me ha costado (conversaciones semanales de más del tiempo estipulado),
ya no te lo reprocho.
Te podrás imaginar que me puse en
manos de una profesional, y no puedo estar más agradecido por ello (un guiño a
los que velan por la salud mental). Me ayudó a buscarte no solo durante este
verano, sino a buscarnos durante treinta y ocho años.
Y ahí estábamos los dos, yendo en bicicleta
al parque de los patos para jugar al fútbol y acabar rendidos; echando partidas
interminables de palas en cualquier playa del litoral español; tú invitándome a
copas en las fiestas del pueblo, sin ser yo todavía mayor de edad; cabreándonos y des
cabreándonos, para volvernos a cabrear, y arreglando nuestras desavenencias hablando
de nuestro Atleti…
¿Sabes que me contaron la
cantidad de gente que estuvo allí contigo, en tu despedida? Ella estaba abrumada
con todo el cariño que te brindaron. No paraba de recibir buenas palabras,
elogios y agradecimientos hacia ti, que seguro que de alguna u otra manera, te
hizo saber. Yo llegué tarde, pero aún pude sentir la huella imborrable que dejaste, anclada en el Valle del Corneja.
Si me preguntas por ella, te diré
que la veo bien, aunque como dicen, la procesión va por dentro. Pero no te preocupes,
estamos juntos, nos ayudamos y nos apoyamos más que nunca. Sin embargo, cada uno
lidia con sus demonios de la mejor manera que puede, y necesita su propio
espacio para sanar.
¿Qué te parece? Al final he
podido escribir unos párrafos, y hasta me siento aliviado. Dejo mi mente volar
y me observo de nuevo sentado, apoyado en el árbol donde nos quedamos los dos a
solas, en silencio. Allí me quebré amigo, entendí que tu viaje era sólo de ida,
y que el dolor de tu ausencia iba a ser muy difícil de superar. Y lloré por
primera vez desde aquel veintiuno de agosto, en Los Cabos, México. Qué caprichosa es a veces la vida, ¿verdad?
Antes de despedirme, quería
reflexionar sobre algo en lo que he pensado mucho en estas semanas de vida “ociosa”.
Durante este tiempo, en mis
peores momentos (que no han sido pocos), siempre te he buscado, he necesitado
que me salvaras una y otra vez. Y me he dado cuenta que no es casualidad, que lo
llevo haciendo durante toda mi vida. Has sido siempre mi ancla, esa red de
seguridad a la que lanzarme sin miedo caer al vacío. A pesar de mis locuras, de
nuestras diferencias, del dolor y el daño que te pudiese causar, sabía que en
ti tenía un brazo tendido al que aferrarme cuando todo se desmoronaba. Ahora,
aunque no lo pueda agarrar, lo siento, muy adentro, y me reconforta para todo
lo que se viene, que no es poco.
Ya sí que sí, finalizo aquí Amigo.
Que te abras paso por el camino de estrellas, y que los Ángeles te cuiden bien.