domingo, 16 de diciembre de 2012

De miedos y peligros.

Describes esa sensación como una pesadumbre teñida de resquicios de una pena que se niega a desaparecer. Te has abierto, y esa oscuridad que reinaba entre tus pensamientos, se ha disipado por completo. Has madurado, pero tu pena  y tus ganas de que sea como era antes, hacen que quizá me lo tenga que plantear.

Llueve. Caminas con paso acelerado mientras tus pensamientos se atropellan en tu mente. Puede que sea peligroso, pero crees que es el momento. Crees que el tiempo que pasó ha sido suficiente para poder atravesar la barrera que tú mismo te impusiste. Estás seguro que tan sólo podrás sentirte bien si consigues sumergirte en el mar de emociones que se han ido acumulando durante todo este tiempo.

Logramos empezar a desenterrar nuestros mundos, prohibidos y peligrosos hasta este momento. Ha caído la primera piedra. Por ahora son pequeños pasos, pequeñas redes que comenzamos a desenmarañar. Pronto desembarcaremos en una realidad en la cual no caminaré con pies de plomo mientras consigo adivinar el verdadero sentido de tus palabras.

Luchas contra el miedo y el peligro. Al cruzar la calle, empapada por las gotas de lluvia que tras largos meses no te han abandonado, has pensado en ese momento. Ese segundo en el que con tan solo una pregunta, no te sentiste encadenada, y me mostraste que tu mundo, hasta ese instante difuminado e infranqueable para mí, comenzaba a adquirir un significado que ya podía por fin, empezar a comprender.

sábado, 1 de diciembre de 2012

Al otro lado...

Había conseguido quedarme traspuesta cuando sonó el teléfono. Eras tú de nuevo, pero tu voz al otro lado del auricular, anunciaba que había tenido lugar un cambio en tu vida.

Recobramos el contacto hacía relativamente poco tiempo, coincidiendo con la ruptura con la que fue tu pareja durante más de ocho años. De esto hace casi ya un año. Durante este tiempo, nos unió una complicidad mayor si cabe que la que tuvimos en nuestra adolescencia. No pasaba día sin que empeñásemos las horas muertas hablando de cualquier cosa, recordando nuestra infancia, pero sobre todo, recordándola a ella. Todavía no habías conseguido olvidarle, y nuestras conversaciones siempre acababan teñidas de lágrimas de sufrimiento y melancolía. Llorabas y me hacías llorar, pero siempre conseguía que tus llantos se tornaran en carcajadas de resignación.

Te llegué a conocer y entender muy bien, por eso sabía que tu vida había dado un giro repentino.

Tus palabras denotaban una alegría que hacía mucho tiempo perdiste. Comenzaste asegurándome que habías conocido a alguien que conseguiría alejarte de las peligrosas noches de olvido y desenfreno en las que vendías tu alma y tu corazón al mejor postor.

Desde que ella te abandonó, habías prometido día a día que jamás volverías a enamorarte; que jamás dejarías que alguien fuese más importante para tí que tú mismo. Al escucharte contradecir tu ideal de futuro, un nudo en mi estómago comenzó a tomar forma.

Continuaste explicándome, irradiando una emoción incontrolable a cada palabra que pronunciabas, que hace unas semanas os presentaron en una convención, y que desde ahí fue todo muy atropellado. Me relataste cómo desde que tu mejilla rozó la suya al saludaros y sentiste su aroma extendiéndose por toda tu piel, se derrumbaron todos tus esquemas.

Fueron 19 días seguidos los que habías quedado con ella, y te bastaron para saber que sería la mujer de tu vida (según tus palabras). Yo intenté disuadirte de ir tan deprisa. No sé si lo hacía por tí, porque me preocupaba realmente de que el vuelco que había dado tu corazón constituyese un peligro mayor que en el que te viste inmerso durante este último año, o por mí, porque significaría volver a mi antigua soledad, de noches con el corazón a oscuras, cerrado por olvido.

Finalmente te animé a arriesgarte, porque sentí, al otro lado de la línea, que gracias a aquella convención, gracias a que conociste a aquella persona, volvías a ser aquel niño que se acercó a mi mientras leía mi libro en el patio del colegio, y me invitó a jugar con todos los demás; que volvías a ser quien me allanaba el camino para poder socializarme y no me abandonaba a mi propia soledad; que volvías a ser aquél de quien prometí nunca separarme; aquél de quien me enamoré.

Colgamos. Me diste las gracias más de diez veces por todo lo que había hecho por tí. Al otro lado del teléfono, me ruboricé. Me sorprendiste afirmando que a partir de ese momento, ibas a cuidar de mí, para poder intentar devolverme todo lo que supuestamente, yo te había dado.

Quedamos al día siguiente para que conociera a la mujer que había cambiado nuestras vidas. Me habías asegurado que íbamos a ser grandes amigas. No lo dudé, porque sabía esconder muy bien mis sentimientos y me importaba más él que cualquier persona en el mundo, incluida yo.