sábado, 20 de julio de 2013

Bryant Park

Hace unos días se cumplió un año desde, quizá, el viaje más especial de mi vida. Repetía experiencia en Nueva York, hasta ahora de la única ciudad que me he enamorado por completo. Fueron 17 días inolvidables entre sus avenidas y rascacielos, entre sus museos y sus parques...para acabar cada noche en mi rincón favorito de Manhattan: Bryant Park. No sé que tendrá este lugar, pero su magia me envolvía mientras me sentaba en el césped a observar a cada una de las muchas personas que se daban cita allí cada noche, escribiendo sus historias con el trasfondo de aquel pequeño espacio verde entre los inmensos edificios de la ciudad.

Desde que regresé de Nueva York, se produjo un giro radical en mi vida. Un punto de inflexión en mi existencia que me hizo romper con todo aquello que no me permitía seguir adelante con mis ansias de vivir de la forma que siempre quise y nunca llevé a cabo, por mis miedos y temores.

A pesar de que fue un verano en el que tuve que estudiar mis últimas asignaturas, disfruté de mi pueblo y su gente como hacía tiempo no lo hacía. Hubo grandes momentos en el valle del Corneja, pero quizá hubo uno que me hizo sentir especial. Aquél en que alguien me dijo que, pese a mi fachada de estúpido arrogante, tras intercambiar unas palabras y bailes aquellos días, se había dado cuenta que yo era algo más que esa horrible fachada que proyecto sin quererlo.

Llegó septiembre y se sucedieron las buenas noticias. Me licencié, y fui admitido en el Máster que tanto me costó decidir realizar. Fue una larga y pesada aventura de dudas y incertidumbre, hasta que me decidí por continuar mi formación en el mundo de las finanzas. Sin lugar a dudas, ha sido una de las mejores decisiones que he tomado a lo largo de mi vida.

Tras un comienzo incierto, fui poco a poco adaptándome a las clases y a mis compañeros. Día a día me iba entusiasmando más con la materia, y a cada día que pasaba, cada fin de semana de salidas nocturnas, se iba creando en torno a nosotros una amistad que espero jamás se rompa.

Algo de lo que me siento agradecido y orgulloso a la vez, durante este año, es de que, aunque he tenido menos tiempo para mi gente, siempre he sentido que han estado ahí, para lo bueno y para lo malo. Nunca faltaron una conversación a tiempo y una tarde de risas y recuerdos pasajeros. Me apoyaron incondicionalmente en mis malos momentos, y comparten alegremente todos los buenos momentos que estoy viviendo este año. Son mi gente.

Al fin llegó junio. Después de casi nueve meses de clases, amistades y relaciones, trabajos y quebraderos de cabeza, ansiedades y superaciones, todo terminó. Y terminó como nunca habían terminado mis últimos meses de junio, celebrando el trabajo bien hecho. Qué bien sienta saber que tras muchos años deambulando sin un rumbo fijo, sin un camino al que amarrarme para comenzar a dirigir mi vida, he conseguido por fin comenzar a escribir unas páginas, que hasta hace nada, yacían en blanco, olvidadas y defenestradas, por mi miedo a encontrar y luchar por algo que de verdad me llenase.

Ha pasado un año desde mi regreso de Nueva York. Han entrado en mi vida personas muy importantes y de las que nunca me gustaría separarme, y he descubierto cuál es mi camino, por el que me acompañarán todas estos amigos y gente especial, que se han ganado un hueco en mi corazón.

Hace un año me sentaba a observar en Bryant Park a todos los newyorkinos que allí se congregaban cada noche, y trataba de imaginar cómo serían sus historias, cómo harían para unir las piezas del puzzle que constituía sus vidas, siguiendo la senda que cada uno de ellos había elegido.

Hoy el protagonista soy yo. Hoy soy yo el que escribe, el que une las piezas, el que no teme, es más, el que desea volver al parque que cambió mi vida, a Bryant Park. El que desea sentarse en su césped para no pensar; para dejar la mente en blanco; para disfrutar.



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