No quería ser un héroe, sólo un pequeño vagabundo buscando una sonrisa. Su sonrisa. Deambulaba cada noche empeñando su vida y sus sueños en los lugares más oscuros, inhóspitos, indeseados. El alba le sorprendía perdiendo algo más que su vida y su dinero, le sorprendía perdiendo su dignidad.
No soñaba con lujos ni grandezas, solo con encontrar a su princesa, aquella que conseguiría cercenar las cadenas que le impedían abandonar ese mundo de miedos y temores.
No podía imaginar que tras casi darse por vencido, la vida le tendía la mano ofreciéndole una segunda oportunidad.
Nunca había dejado de ser un príncipe pero su alma vagó errante durante tanto tiempo, que olvidó su verdadera identidad.
Aquella noche, con solo mirarla, despertó del mal sueño en que se había transformado su existencia. Resucitó y escapó de ese triste letargo en el que naufragó tanto tiempo atrás. No hubo tiempo para más. Su sonrisa estaba allí. Esa sonrisa que comenzó a iluminarle medio año atrás y que jamás dejará de hacerlo.
Se sucedieron los momentos inolvidables, las noches en que buscaba su mano entre las sábanas que todavía conservaban ese aroma de la primera vez.
Sin embargo el príncipe tuvo que marchar por un tiempo. Tiempo que se le hace eterno sin poder disfrutar de su princesa, de su sonrisa, de su mirada, de su compañía. Pasan los días y cada vez se ve más cercano el momento en que ambos se reencontrarán, esta vez para siempre.
Mientras tanto ese príncipe, que consiguió ser feliz gracias a la sonrisa que cambió su vida y la llenó de luz, mira hacia el horizonte celebrando que tras la mitad de uno, llegarán tantos años como la vida les depare, a este príncipe impaciente y a su princesa sonriente.
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