domingo, 2 de noviembre de 2014

Ojalás


 Mirar de lejos al cielo ó de cerca al suelo, cada uno hacia donde se sienta más cómodo e identificado. Siempre llega ese momento en que una plegaria, un ruego, una súplica, toman forma en nuestro interior y se dirigen a ese lugar lejano donde esperamos que alguien tenga a bien escucharla, interesarse por ella, y cumplir el deseo que se aloja en lo más profundo de la misma.
No soy muy de creer, pero en ocasiones, el mundo gira en la dirección opuesta a la que se dirigen tus pasos, haciéndote tropezar y sin querer, sin poder controlarlo, la primera palabra que susurras ó escupes, dependiendo de tu estado anímico, es ese "ojalá", el cual esperas que ese a quien te encomiendas, pueda cumplir.

Me he dado cuenta que hay muchas más cosas en la vida de las que imaginaba, imposibles de controlar. A veces es bonito caminar a ciegas. Darte de bruces contra realidades insospechadas que te hacen crecer y madurar. Encontrarte con personas inesperadas que sin darte cuenta se sientan cada noche a tu mesa y se despiertan cada mañana con el ruido del café que preparas.

Otras veces, sin embargo, lo inesperado e incontrolable, duele. De un día para otro, ese mundo que  has ido cimentando poco a poco, tiembla peligrosamente. Una sola palabra y tropiezas, sin poder, o lo peor, sin querer levantarte.

Tras muchas lágrimas y "ojalás", miras a tu alrededor, y ahí se encuentran todos. La que cada mañana te despierta con ese buenos días con olor a café recién hecho. La familia que aunque no de sangre, has ido creando en torno a tí, y que sabes que siempre, y sobre todo ahora, van hacer que tu deseo llegue intacto a quien haya de escucharlo y cumplirlo.


Porque como dijo aquél, el maestro, si quieres algo, deséalo con todas tus fuerzas, por imposible que parezca, que el universo conspirará para cumplirlo. Y si todos los que estamos a tu alrededor lo hacemos, será fácil que en poco tiempo nos riamos y recordemos con nostalgia ese día en que alguien nos presentó y comenzamos a ser familia.

martes, 9 de septiembre de 2014

PORQUE NO TODO ES DORMIR

Me gustaba observar cómo el humo de mi cigarro ascendía en la oscuridad de la noche y se iba poco a poco entremezclando con la tímida neblina que hacía que el vello se me erizara en aquella madrugada de septiembre. Un último cigarrillo en el balcón. Una pareja de enamorados se despedía efusivamente, olvidando por un momento que una impuesta y conservadora educación sería contraria a aquella despedida.

La miré con ternura. Dormía plácidamente. El día había sido largo para ella (a diferencia del mío, que transcurrió con una lentitud abrumadora, casi tediosa) y al llegar a casa le esperaba lo habitual durante estos últimos días: no era tristeza, sino, quizá apatía lo que reflejaba mi cara.
Sin embargo el verla salir de la boca del metro significaba un soplo de aire fresco, una bocanada de felicidad, que lamentablemente poco a poco se diluía entre los temores y frustraciones que me habían acompañado durante la jornada.

No es fácil vivir así. Las horas muertas dan paso a una actividad cerebral desbordada que termina desbordándome. Un mínimo detalle, un paso en falso, y todo el castillo de naipes que tanto me había costado apostar en mi cabeza, se desmorona sin remedio.

Parece que el verano está quedando cada vez más lejano. El vecino del cuarto continúa viendo la televisión hasta altas horas de la madrugada con el volumen tan alto que no entiendo como alguien puede dormir en nuestro edificio. La costumbre imagino. Mientras da rienda suelta a su imaginación con películas subidas de tono y recuerda sus años de juventud, el frescor de la noche hace que cada vez me cueste más fumarme el par de cigarrillos de rigor en el balcón, observando a lo lejos cómo el Pirulí se alza majestuoso sobre el cielo madrileño.

Ella se mueve ansiosa en la cama. Aunque dormida, sabe que no estoy allí. Dos caladas más, y la cama volverá a ser de los dos. Ahora es a mí al que le cuesta dormir sin ella, sin su presencia a mi izquierda y sin su piel rozando mi mano.


El tono incandescente de la ceniza de mi Fortuna ha desaparecido. Oigo los anuncios procedentes de la televisión del viejo verde del cuarto (pensé que al pagar la cuota te ahorrabas estos trámites publicitarios entre escena y escena de la película pornográfica de cada madrugada). Dejo entreabierta la ventana de mi balcón y me pierdo entre las sábanas. Ella se da la vuelta inconscientemente y se acurruca en mi pecho. No aguantaré mucho así, pero mientras tanto disfruto del olor de su pelo. La beso y cierro los ojos. Hasta mañana a la misma hora.

miércoles, 3 de septiembre de 2014

Tan lejos de mi lado

CAPÍTULO I

" No olvides nada, revisa bien la maleta antes de salir. Te he dejado café recién hecho. Ánimo que vas a disfrutar. Te voy a echar de menos. Juan"

Odiaba la costumbre de mi hermano de dejarme post-its en la puerta de la nevera, sujetos por el viejo imán en el que hace ya muchos años pegamos una foto de los tres, sonrientes,  para cualquier recado, tarea u ocurrencia que se le pasara por la cabeza. Álex haz esto; Álex recoge lo otro; Álex no olvides pasarte por ese sitio; Álex, Álex, ÁLEX.

Últimamente optaba por contestarle en la misma nota que él me dejaba. Utilizaba frases ocurrentes que sacaban de quicio a mi hermano cuando las leía, al regresar a casa al anochecer, tras un día intenso de trabajo en el despacho, pensando que no había hecho lo que me pedía en aquel mísero trozo de papel amarillo.

Aunque me costaba reconocerlo, mi hermano siempre había estado allí. Desde su posición de hermano mayor, intentaba, la mayoría de ocasiones sin éxito, ser mi principal apoyo. Más aún, desde que mamá nos dejó. Sin embargo, no conseguía sustituirla. Ella era la única que me entendía, la que sabía qué oscuros pensamientos atravesaban mi mente, y la que conseguía disuadirlos, con una sonrisa, una palabra, un abrazo...siempre a tiempo. Habían transcurrido más de dos años desde aquella fatídica madrugada en que aquel chico de diecinueve años, puesto de coca y anfetas, cometió el mayor error de su vida al atropellar a mi madre a la salida de su turno de guardia en el hospital, robándome así lo que más quería. Murió en el acto. Incluso en el momento de dejarnos, y durante toda su vida, no fue mucho de llamar la atención. Se fue sin dar pie a que intentasen salvarla los sanitarios que habían salido del hospital alentados por el ruido y el griterío.

Llevaba más de un año acudiendo asiduamente a, según Juan, uno de los mejores psicólogos de Madrid. Habían sido muchas tardes conversando, charlando, riendo y llorando con aquel desconocido, que sin quererlo, ó quizá, porque lo necesitaba, había pasado a ser uno de mis mejores amigos.


Conseguía la mejor marihuana de la ciudad. Al principio era reticente a aceptar fumar en su consulta, y me conformaba con observarle  dibujar figuritas con el humo exhalado mientras parecía interesarse por cómo había transcurrido mi vida desde mi adolescencia hasta ahora. Me pedía que no escatimase en detalles, que fuese tan explícito como pudiese y que no dudase en gritar, en levantarme o sentarme a mi antojo, en fumar todo lo que quisiera. Me repetía una y otra vez que el guión de aquella hora y media juntos, martes y jueves de cada semana, lo elegía yo. Poco a poco me fui desinhibiendo. Tras unos meses, en los que Toni, mi psicólogo, conocía casi todos los pormenores de mi vida, su frase más repetida, entre calada y calada de los mejores porros de marihuana que había probado jamás, era: "Álex, has vivido demasiado deprisa". Ya lo sabía. (...)

miércoles, 27 de agosto de 2014

EL CAMINO DE EZAN

La luna brillaba triste aquella noche. Borrosa, a través de los ojos de Ezan, se apiadaba de él. La miraba, con miedo, melancólico, sabiendo que aquella podía ser la última noche en que, desde la cima de aquella colina de roca granítica, la contemplase, mientras se lamía las profundas heridas que le había provocado la lucha por el trono de la manada.
Sabía que aquella noche era fundamental. Si conseguía sobrevivir hasta que llegase el alba, significaría que su hora aún no había llegado.
Cada vez la luna se iba tornando más borrosa a ojos de Ezan. Sus heridas eran muy graves. Casi no podía caminar sin tropezar y caer a cada pocos pasos. Había perdido a su manada . Sin embargo, lo que más le importaba, la había perdido a ella.
Ezan era el primogénito del jefe de la manada. Al cumplir los 5 años, debía medirse en un duelo a muerte con aquél que le retase, para suceder a su padre de una manera justa, con el fin de demostrar a todos los miembros de la manada que era el elegido, en quien podrían confiar su futuro.
Yago fue quien le retó, su primo. Habían crecido juntos, jugando, riendo y aprendiendo, hasta que un año atrás, su amistad inquebrantable se resquebrajó por culpa de Senia, de pelo mestizo y profundos ojos grisáceos, de la cual ambos quedaron prendados.
Senia se enamoró de Ezan. De verdad le quería, no por su posición o su futuro como jefe de la manada. De verdad se veía junto a él el resto de sus vidas, sin importar lo que pasara. Ezan nunca llegó a confiar en que ello fuera verdad. Se sentía en plenitud de poder y victorioso por haber conseguido su amor, y por verse en escasos meses como jefe de la tribu. No tenía duda alguna acerca de su victoria en el duelo, si es que algún otro lobo tuviese el valor de retarlo. Sin embargo, por mucho que Senia se lo repitiese, no llegaba a confiar en ella. Esto fue su perdición.
Comenzó a comportarse como un tirano. Aun sin haber llegado el día en que tomase el relevo de su padre, sus aires de superioridad contaminaron a toda la manada. Nadie en ella podía reconocer en aquel lobo negro con la media luna blanca en el pecho, el cachorro que hace ya mucho tiempo soñaba con ser el jefe de todas las manadas de la colina, el que evitaría la lucha de clanes entre ellas.
A pocos días del relevo generacional, la desconfianza se había instaurado en la manada. Ninguno de sus miembros veía a Ezan como el futuro jefe y éste lo sabía. Lejos de intentar cambiar, su actitud y comportamiento empeoraron. Se enfrentó en varias ocasiones con aquellos que abiertamente se oponían a él. Muchos de ellos habían pedido encarecidamente a Yago, el primo de Ezan, que le retase en duelo a muerte para obtener el trono de la roca. La manada entera confiaba en él, en aquél que había crecido a la sombra de Ezan y que había seguido el camino que ambos se marcaron cuando eran cachorros.
La única que continuaba a su lado, incondicionalmente, como tantas veces le había prometido, era Senia. A pesar de todo, sabía que Ezan no era así, que en algún momento volvería a encontrar la senda que hacía tiempo había perdido.
La noche antes del duelo, Ezan no pudo dormir. El miedo a morir le atormentaba. Senia trataba sin éxito de calmarlo. Caminaron bajo las estrellas hasta el punto más alto de la colina, hasta su roca. No se veía la luna, cubierta por un manto de nubes bajas. Senia le miró, triste al comprobar cómo el miedo emanaba de los ojos de Ezan. Éste, lejos de reconocerlo, le volvió a recriminar que jamás podría llegar a confiar en ella y que no entendía por qué estaba allí, con él, si como todos los demás, debería odiarle. Senia, con lágrimas en los ojos, le contestó lo que siempre le había dicho: estaría incondicionalmente a su lado, pasase lo que pasase, más aún en los malos momentos como aquél en que se encontraban. Ezan se giró, dándole la espalda. No podía mostrar debilidad. Miró al cielo y no pudo ver la luna. Observó como la mancha de su pecho en forma de media luna, su seña de identidad, se había deteriorado en el último año. En ese momento supo que al día siguiente perdería.
Ezan no podía mantenerse despierto. Cada vez sangraba más. No le importaba haber sido desterrado y haber deshonrado a su padre y al resto de la manada. Sólo le importaba ella, la única que se había mantenido a su lado. Sabía que había perdido la confianza en él mismo y es lo que había provocado que se comportase de aquella manera, y que hubiese tomado el camino de oscuridad y tiranía que había elegido, con el fin de esconder sus propios miedos. Se recostó sobre sus patas delanteras. La luna de su pecho estaba manchada de sangre. Miró al cielo, como tantas noches desde su roca, y ahí estaba la luna, llena, brillante. Cerró los ojos y esperando su hora, la imagen de Senia inundó su memoria. Le pidió perdón por todo y gritó a la luna que la quería, antes de perder el conocimiento.
Al alba se despertó. No sabía aún si estaba vivo o muerto. Alzó la vista y allí estaba ella, Senia. Le había encontrado malherido, a punto de morir, y había pasado toda la noche limpiando sus heridas, y humedeciendo su cuerpo para bajarle la fiebre. Ezan no podía creerlo. A pesar de todo no le había abandonado y le había salvado la vida.  No pudo contener las lágrimas y lloró desconsolado. Entre sollozos le volvió a preguntar por qué, por qué aun sabiendo que se le consideraría desterrada, había abandonado la manada para salvarle. Senia le miró fijamente, muy seria, y le contestó lo mismo que tantas veces le había contestado, invitándole a que esta vez, por fin, sí le creyera. Nunca por nada, le abandonaría y siempre, a pesar de todo, estaría a su lado.
Ezan, lentamente, se incorporó. Apoyó su cabeza en el lomo de Senia, en señal de arrepentimiento. Le pidió perdón y le agradeció todo lo que había hecho por él, y le aseguró que jamás le volvería a decepcionar. Ella le miró a los ojos, y supo que aquél de quien se había enamorado, había vuelto. Ezan caminó hasta su roca y divisó el horizonte, divisó su futuro lejos de aquel lugar, siempre junto a Senia. Se acordó de Yago, su primo y aquél que justamente le había derrotado, y desde lejos, le otorgó su bendición como el gran jefe que uniría a todas las manadas de la colina.

Regresó al lugar donde se había quedado Senia esperándole, en silencio. Le acarició el lomo de nuevo con su cabeza, y le alentó a caminar, hacia el norte, buscando un nuevo futuro para ambos en el que confiarían el uno en el otro incondicionalmente, y sobre todo, donde Ezan recuperaría la confianza en sí mismo que un día, ya lejano y olvidado, perdió.

miércoles, 21 de mayo de 2014

La magia de la nieve

Se removía inquieto en su pequeño pupitre, mirando ansiosamente, a cada instante, su reloj de plástico Casio. Había comenzado la clase hacía ya unos minutos pero su cabeza no se encontraba allí. Únicamente pensaba en el momento de llegar a casa, de sentarse frente a su televisor y poder disfrutar de su serie favorita, mientras daba buena cuenta de su merienda.
Un rápido y desesperado vistazo a la ventana, tras comprobar que su reloj no se había movido, le hizo percatarse que había comenzado a nevar, la primera nevada del invierno. Conforme se intensificaba la caída de los copos en el patio del colegio, los alumnos iban perdiendo el interés por lo que estaba explicando la profesora y comenzaban a mirar, prendados, la nevada a través de la ventana del aula. Consciente de ello, la profesora les otorgó diez minutos de la clase para que pudiesen observar, tranquilamente, cómo la cancha de fútbol iba poco a poco tiñéndose de blanco.
Mientras todos reían, bromeaban y disfrutaban de aquel momento de recreo, él no podía dejar de mirar su pequeño reloj, regalo de sus padres en el viaje a Tenerife que realizaron el verano anterior.
Rosa, su profesora, dándose cuenta de su apatía, se acercó a él, y pasándole la mano por la espalda, le preguntó qué le sucedía.
-          ¿Por qué cuando espero ansioso a que algo ocurra el tiempo pasa tan despacio?
Rosa le miró con ternura. Sus ojos no podían despegarse de la pantallita de su reloj. Hasta parecía que contaba mentalmente los segundos, intentando que transcurriesen más aprisa.
-          Lo bonito y mágico de esos momentos que tanto ansías que sucedan es ese tiempo de espera en que imaginas, te ves a ti mismo disfrutando de ese instante tan esperado. Desear que algo suceda, saber que algo va a suceder es lo que te tiene que hacer disfrutar de cada instante como si fuese aquél que tantas gantas tienes que ocurra, porque va a ocurrir. Y si no disfrutas de cada momento como si fuese ese que tantas ganas tienes de que suceda, éste sucederá, pasará, y mirarás atrás incrédulo, preguntándote a ti mismo si merecía la pena perder todo ese tiempo por un solo instante de tu vida, aunque sea el que más desees que ocurra.
Terminó la clase en el mismo momento que cesó de nevar. Se enfundó rápidamente su abrigo de plumas, tomó su mochila y desapareció sin despedirse de nadie. Horas después se encontraba en el sofá de su casa, solo, visualizando los créditos de la serie que acababa de finalizar, y sin embargo, no podía dejar de pensar en la nieve. En cómo su profesora le había obsequiado con unas palabras que jamás olvidaría con el telón de fondo de la primera nevada invernal.
Miré mi reloj. Quizá su esfera era demasiado grande para mi muñeca, pero me gustaban así. Siempre había sentido predilección por los relojes, aunque hacía ya muchos años que dejé de llevar mi reloj digital Casio.
Había acabado antes de arreglarme, diez minutos. Casi nunca sucedía. Siempre iba con la hora pegada y muchas veces llegaba tarde a recogerla de su trabajo. Me miré en el espejo y sin saber por qué, recordé aquellas palabras.
Habían transcurrido más de 15 años desde aquella tarde en que me sentí solo y vacío en el salón de mi casa, imaginando cómo habría sido disfrutar de ese momento inesperado de felicidad, con mis compañeros, observando cómo nuestro colegio adquiría el tono blanquecino característico de las nevadas poco copiosas.
Después de tanto tiempo aún no he conseguido vivir cada momento como si fuese especial. Ya conseguí entender el significado de aquellas palabras pero no logro comprenderlas. Sigo viviendo esperando momentos que anhelo, e incluso deseando que no lleguen algunos de ellos.
Se acercaba la hora. Se acercaba ese día señalado en el calendario desde hacía tiempo. Un año juntos. Parece mentira que haya pasado tanto tiempo, que hayan pasado tantas cosas, que todo haya cambiado. No puedo decir que haya pasado deprisa, porque viví momentos en que contaba los días para estar contigo. Pero ahora que estamos juntos, deseo que el tiempo se detenga, que no se ría de mí mientras deja de lado los objetivos que me marqué ese día que por fin llegó, tras tanto tiempo anhelándolo.
Mientras conduzco, pienso que me volvió a suceder. No disfruté el camino, y la meta se presentó ante mí como uno de esos momentos normales, que se tornan especiales si sabes disfrutarlo, si conoces la manera de exprimirlo a fondo. Creo que no supe.

Estoy a punto de llegar y por fin verla, tras un día de trabajo. Bajo la ventanilla y disfruto de esa ligera brisa primaveral mientras oigo el ruido del motor al pisar el pedal del acelerador a fondo. Dejo mi mente en blanco, y sin querer, olvido mirar mi reloj de esfera de cuarzo.

lunes, 31 de marzo de 2014

Reflexiones en abril.

Sonaron las doce campanadas, este año, muy lejos de donde yo me encontraba. No me puedo quejar. Los fuegos artificiales en la Bahía de San Francisco me daban la bienvenida al nuevo año, junto a alguien muy especial. Si de un año pudiese decir que iba a ser el año de mi vida, este 2014 parecía contar con todos los ingredientes para ello: volvía a casa tras una experiencia irregular, y volvía feliz, dispuesto a emprender un nuevo camino, dispuesto a, con casi 27 años, hacerme adulto.

26 días para mis 27 años, y ningún abril había hecho que me costase tanto sonreír. El castillo de naipes de mi ilusión poco a poco se había ido desmoronando. Una serie de malas noticias que han ido aconteciendo a lo largo del año; la impotencia de verme cada día en mi sofá, pegado a mi portátil, buscando, sin resultado alguno, aquello que me permitiese alzar el vuelo, comenzar a vivir; pero sobre todo, la sensación de haber ido equivocándome a cada paso dado, a lo largo de mi vida, eso es lo peor. Echar la vista atrás y comprobar que todo el camino recorrido parece haber sido en vano. Comprobar que cada decisión tomada había sido errónea. Reconocer que todo lo hecho no consigue hacerme feliz, ni se acerca al ideal de futuro que tenía años atrás, cuando la vida comenzó a obligarme a tomar decisiones.

El estruendo de los (escasos) fuegos artificiales cesó y mis deseos ya estaban ascendiendo con el humo que en aquella fría noche de enero, nos recordaba que había algo que celebrar. Sin duda comenzaba un año especial, lo sentía en mi interior. Nuestras miradas cómplices se cruzaron. Ella también lo sentía. Por fin estábamos juntos y nos tocaba disfrutar.

Mañana ya es abril. Casi tres meses desde que regresé. Casi tres meses desde que comencé a preguntarme qué es lo que de verdad quiero, lo que de verdad necesito. Casi diez años desde que no siento alegría con la entrada de este nuevo mes. Casi un año desde que te conocí.

Mi camino puede ser complejo. Mi camino puede hacerme dudar acerca de dónde se encuentra la meta, de las acciones que debo llevar a cabo para alcanzarla. Pero si jamás en mi camino ha aparecido la palabra arrepentimiento, ha sido por quiénes han aparecido durante el mismo, y quiénes han caminado siempre conmigo. Por ellos, por los que han sido mis escuderos durante todo este tiempo merece la pena equivocarse, merece la pena no seguir la línea recta que hace tantos años soñaba con seguir.

Abril me recuerda que no sé que me deparará este 2014. Me recuerda que hace tres meses deseé con toda mi alma ser uno más, sin lamentaciones. Deseé ser observado como cualquiera de los que me rodea, hacer lo que se supone que debo hacer. Deseé no quedarme atrás y mirar al mundo desde el vagón de cola.

No fue buena idea nacer en abril. Sin embargo, aún pienso que este 2014 puede ser un gran año. Aún pienso que abril podrá hacerme sonreír.

miércoles, 5 de febrero de 2014

MI GUÍA.


Abrí los ojos. La rugosidad de mis dedos y la temperatura del agua, tibia, no ardiendo, como me gustaban los baños tras un día intenso,  me devolvieron a la realidad. Había transcurrido  más de una hora desde que decidí sumergirme en mi bañera, sumergiéndome  y navegando por el interior de mi mente.
Sus lágrimas de dolor se incrustaron en mi corazón. Me prometí a mí mismo no volver a hacerle llorar. Sabía que sufría por mí, como siempre lo había hecho, y no me podía permitir que lo siguiese haciendo, más aún estando yo lejos como estaba.
Me entretuve unos minutos más en el baño. Observé varias veces mi imagen en el espejo. Mi rostro no era de felicidad. Sin embargo, no iba a salir de aquel lugar hasta que mi actitud no hubiese cambiado. Y salí; y cambié, gracias a ella.
Son casi veintisiete años a su lado, literalmente a su lado. No es una relación convencional entre madre e hijo. Más que una madre es alguien a quien puedo acudir, en cualquier situación, sin importar la trascendencia de aquello que me pueda llegar a inquietar ó hasta obsesionar. Siempre está ahí, anteponiendo mi felicidad a cualquier cosa, incluso a la suya propia.
Nos entendemos y congeniamos, y sabemos muy bien cómo se siente el otro en cualquier situación. Sin duda alguna es la persona que más ha influenciado mi vida, la responsable de que sea como soy y la persona a la que más me parezco y siempre me he querido parecer.
Hace unos días vivió uno de los episodios más tristes de su vida: la pérdida de un familiar, la pérdida de su padre, mi abuelo. Le cuidó hasta los últimos segundos de su vida, y nunca soltó su mano.
La escuché llorar de nuevo, no de tristeza, sino de impotencia, porque pese a saber por el momento en que estaba pasando, yo acudí a ella con uno de mis caprichos, de mis problemas sin importancia. Colgué y me desmoroné. Había incumplido mi promesa, había vuelto a hacerle llorar. Lloré de rabia y dolor, cerciorándome de que en los últimos meses me estaba olvidando de quien más se ha preocupado de mí durante toda mi vida, y no solo me prometí, sino que comencé a actuar como un verdadero hijo.

Por eso, tras más de ochenta entradas en mi blog, quería dedicar la última a esta persona tan especial, única, quien ha conseguido moldear mi personalidad y hacerme sentir orgulloso de ser quien soy, en definitiva, a la mejor persona que conozco y a la que más quiero. MI MADRE.