martes, 10 de marzo de 2020

Mi Soledad

¿Por qué me dijiste que querías volar si sabías que no tenías alas? A veces volar no es la solución. Saltaste a ese vacío que tú veías como futuro, como vía de escape, como oportunidad de convertirte en ése que un día fuiste y hace ya mucho olvidaste.

Una simple mirada atrás hubiese bastado. Incluso hacia delante. No había red, ni había alas. No existía ese futuro que tu mente había moldeado en torno a una falsa ilusión, ni ese alguien dispuesto a tirar de ti en el último segundo antes de saltar. Y tú, a pesar de todo, saltaste. 

Y saltaste a ese vacío llamado soledad. Y qué difícil es volar si apenas sabes caminar sin alguien que te cuide y te proteja, sin alguien que te espere. Qué difícil es encontrar alegría y compañía, en esa soledad.

Y tú, ingenuo de ti, pensabas que el límite era el todo. Que el todo giraría en torno a ti, que te daría su atención desmedida y tú únicamente tendrías que aceptar vivir encaramado a esa montaña rusa de emociones y turbaciones que te depararía ese futuro, tan ficticio como irreal, que estabas convencido te esperaría.

¿Dónde estaba ese futuro? Te preguntabas, mientras acariciabas la nada con las yemas de los dedos. Nada había al saltar. Únicamente estabas tú, ese tú sin alas, ese tú que se dio de bruces con la soledad a la que no estaba acostumbrado. Ese tú que no eras tú, que no encontraba la alegría, que no encontraba su compañía, que no se encontraba a sí mismo, en esa soledad.

Me mirabas incrédulo, triste, cabizbajo y decepcionado. Ya te avisé hace tiempo, mucho tiempo. El secreto es abrazar la soledad, buscarla y hasta, muchas veces, necesitarla. Alegrarte en tu retiro, retirarte en busca de la alegría. Buscarla dentro, y no anhelar la que te esperaría fuera. No temer al silencio, ni temer el sentirte desprotegido sentado en tu sofá sin nadie que requiera tu atención ( o tú la suya). 

El secreto, amigo mío, es no sentirte solo, estando en soledad.

Saltaste sin alas, y ahora el sueño es tu peor pesadilla. Madrugadas de insomnio y Diazepan daban paso a mañanas de somnolencia. Menos mal que ya me prometiste, desde el otro lado del teléfono, que hacías todo lo posible  por aprender a disfrutar de cada momento contigo mismo, sin necesidad de escribirme o llamarme asiduamente, sin necesidad de mi atención constante.

Hoy me iré a dormir más tranquilo. Tu tono de voz me convenció, casi por completo. Antes de despedirnos te lo repetí: una vez sientas alegría al ser tú, una vez te encuentres por completo, una vez halles felicidad en tu soledad, estarás preparado para buscarla en compañía. O quizá no lo desees, quién sabe. Pero eso quedará para otra conversación.

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