Hablar de escribir es hablar de cómo me siento enfrente de mi ordenador y escupo todo aquello que distorsiona mi mente, apaga mi alma y hiere mi corazón. Cada vez que el desasosiego puede conmigo, mi terapia es siempre la misma: los malos pensamientos, las dudas y los llantos ahogados fluyen desde mi cerebro hacia mis dedos, que siempre encuentran la forma de llenarlos de sentimiento y melancolía, de un significado que hace que el lector sienta que son verdaderos, reales, pese a los recursos estilísticos que puedan disfrazarlos.
Tras unas líneas, reflejo duro de emociones encontradas, me encuentro liberado. Encarcelo a través de mis palabras la pesadumbre de mis días. Descubro que mi pantalla es mi claro confidente y cada vez que releo todas aquellas emotivas a la par que dolorosas realidades que yacen prisioneras en este blog, me descubro con un nudo en el estómago y una ligera neblina recubriendo mis pupilas. Sin embargo, me encuentro feliz por poder plasmar de una manera atractiva para el lector, mis debacle a través de palabras.
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