Allí nos encontrábamos los tres, en silencio, con los codos apoyados en las rodillas y sujetando nuestras cabezas, más que nunca, evitando el cruel efecto de la gravedad. Todos aquellos conocidos que quisieron despedirse de él habían ido desfilando por aquel pequeño adosado en el que solía vivir, mostrándonos sus condolencias, uno a uno, para no permanecer más de diez minutos disfrazando su hipocresía de bellas palabras hacia su persona.
Yo había sido el elegido para abrir el sobre (aunque dejó bien claro, escrito con su caligrafía de imprenta en el dorso, que debíamos estar juntos, como lo habíamos estado durante toda nuestra vida). Habíamos conversado en varias ocasiones, desde el momento de su muerte, horas después de que nos diese aquel sobre, hacía ya 4 días, sobre el posible contenido del mismo: una carta era la opción que más barajábamos, lo más habitual en estos casos (por lo menos en las películas).
Me dispuse a abrirlo ante la atenta mirada de mis dos acompañantes, mis dos mejores amigos. Sus ojos seguían vidriosos e hinchados, al igual que los míos, fruto de tantas lágrimas derramadas durante las últimas horas, durante los últimos días. Permanecíamos en silencio. Finalmente lo abrí. Tomé el contenido del mismo. Comenzó a dibujarse una sonrisa en cada uno de nuestros rostros, hasta ese momento tristes y sombríos. Observamos que en la primera foto de aquella emotiva colección, unida (cronológicamente como pudimos comprobar posteriormente) con una pequeña goma elástica, aparecíamos los cuatro, el día que le confirmaron que padecía esclerosis múltiple severa, y que no le quedaría mucho tiempo de vida. Él sobresalía disfrazado de Leónidas, el protagonista de 300, blandiendo una espada, haciendo ademán de atacarnos. Había escrito en ella la frase que nos acompañó desde aquel día hasta, tras tres años de locuras y aventuras después, el día de su fallecimiento: "Un segundo es un mundo, para alguien con ganas de vivir; cuatro hermanos, una vida"
Aquellas fotos eran de todos los viajes que habíamos hecho desde la fatal noticia: Río de Janeiro, Doha, Shanghai, Praga,... y una lista de lugares alrededor del mundo que contabilizamos en 35 durante esos tres años.
Nuestro amigo nos pidió (obligó) que compartiésemos con él sus últimos años de vida, que aprovechásemos para hacer todas las locuras y emprender todas las aventuras que en algún momento habían surcado alguna de nuestras mentes pero que no habíamos tenido el valor de no dejarlas caer en el olvido. Él se encargaba del aspecto económico. Invirtió todo lo que había ahorrado durante su vida en poner en marcha lo que el denominaba "la verdadera vida". Cada uno de nosotros elegía 4 destinos al año y visitamos todos y cada uno de ellos, salvo el último, elegido por él pocos días antes de su muerte: el cielo: "allí no vamos a ir ninguno de los cuatro" nos dijo, con el ténue hilo de voz que le quedaba, riéndose de su propia gracia, a lo que siguieron nuestras carcajadas.
Mientras contemplábamos las fotos, recordando con alegría todos aquellos momentos, comprobamos los tres cómo foto tras foto, el estado físico de nuestro amigo se deterioraba. Él era el que mejor lo sabía, y lo primero que nos dijo antes de nuestro primer viaje fue: "No quiero ver en vuestros ojos ni una sola mirada de pena cuando os deis cuenta de mis pequeños cambios. Pensad que cada viaje que haga equivaldrá a un año cumplido, me haré un año más viejo por cada aventura que tengamos, y serán los cumpleaños más felices de mi vida". Una mirada cómplice bastó para asegurarnos de que cada uno de nosotros recordamos aquello, que nos dijo en el aeropuerto de Barajas antes de embarcar hacia Nueva York, nuestro primer destino.
Nos reímos durante largo tiempo comentando todas aquellas estampas de nuestros viajes: en Praga, donde nuestro amigo comenzó a perder la sensibilidad en una pierna, y caminaba disfrazado de Lord británico del s. XIX con un bastón de marfil flirteando con cualquier mujer checa con la que se cruzaba; en París, ya en silla de ruedas, haciendo carreras por los Campos Elíseos con los coches de caballos; en Río de Janeiro, donde comenzó a perder la visión de un ojo, disfrazado de pirata y contando relatos de piratería a todas las "damas", como el decía, en la playa de Copacabana; en la Gran Muralla China, a lomos de alguno de nosotros, alternándonos para ser sus corceles...y un sin fin más de anécdotas de momentos inolvidables e irrepetibles que compartimos los cuatro. En todas aquellas fotos había un denominador común: pese a todas las minusvalías que iba padeciendo paulatinamente, lo que más brillaba en aquellas instantáneas era su gran sonrisa, que nunca perdió durante los tres años, como no lo había hecho a lo largo de su vida.
En la última imagen de la colección, el la que aparecía él entubado en el hospital de Kuala Lumpur, vestido de buzo (nos hizo comprar un traje de buzo mientras el permanecía en el hospital porque quería el equipo completo de buceo y solo tenía los tubos), en el que fue nuestro último viaje, había escrito algo en el reverso: " Nunca una mala notica me hizo ser tan feliz. Amad la vida tanto como lo he hecho yo estos últimos años y no dejéis de hacer todo aquello que anelais. Pero sobre todo, siempre juntos; cuatro amigos, una vida"
Esparcimos sus cenizas por el pequeño jardín de su chalet; cerramos puertas y ventanas; bajamos las persianas y colgamos un cartel de "VENDIDO". Esas fueron las instrucciones de nuestro amigo: nos dijo que quería estar seguro de que nadie le turbara mientras echaba una cabezadita (nunca paró de bromear, ni en los últimos coletazos de su vida).
Lo último que nos pidió horas antes de morir, además de lo anterior fue: "Celebrad mi último cumpleaños, mi último viaje"
Arrancamos el coche. Mientras nos alejábamos del lugar donde descansaría nuestro amigo, con una inesperada alegría en nuestros rostros, íbamos pensando cuál podría ser el destino que hubiera elegido él para que celebrásemos su cumpleaños....
No hay comentarios:
Publicar un comentario