martes, 27 de marzo de 2012

Viaje al pasado desde mi futuro (2)

Una nube de alabanzas, un cúmulo de buenas palabras, un aluvión de sonrisas forzadas y una falsa alegría que debía exteriorizar y que últimamente me costaba más. Cada vez era menos amigo de los grandes acontecimientos, ni aunque, como en este caso, fuese yo el protagonista. Es más, en estos últimos me sentía aún si cabe más perdido, por el mero hecho de actuar en aras de parecer el más feliz del momento, el héroe al que todos quieren acercarse, tocar, recibir unas palabras de afecto, al tiempo que alaban sus hazañas...

Tras un breve discurso, preparado durante las dos horas que duró mi vuelo desde Praga, y tras responder a algunas preguntas (siempre las mismas, que porqué viajo solo, no llevo a mi pareja, paso tan poco tiempo en Madrid) ninguna referida a mi libro, me excusé ante los promotores de la ceremonia y alegué que no podía disfrutar del tentempié que habían preparado y el coloquio entre autores, por motivos familiares. En realidad mi cabeza no estuvo en aquel teatro en ninguno de los minutos que duró la entrega del premio, ni siquiera al formular mi discurso (que poco tiempo después tildaron de poco profundo e impersonal). Desde mi encuentro con ella, todo el mobiliario que durante tantos años me había costado encajar entre los muros de mi cerebro y corazón, se había despedazado.

Por fin salí al exterior del edificio. La ligera brisa templada propia de las madrugadas del mes de mayo acarició mi piel, mientras dirigía mis pasos hacia el Palacio de Oriente. Siempre me gustó aquel lugar por la noche, iluminado. Solía, mientras me sentaba a contemplarlo pasada la media noche, imaginarme las historias que podría albergar en su interior.

Fui andando hacia allí, mientras recordaba la última vez que lo contemplé, la madrugada anterior a coger mi vuelo hacia Nueva York, hacía ya más de ocho años. Siempre me sentaba en el mismo banco y siempre en el mismo lado de éste. Encontrándome cerca de él, me percaté de que había alguien sentado allí, y en mi lado. Parece difícil de creer, pero durante todo el tiempo que frecuenté "mi banco", nunca me encontré a nadie a esas horas, es más, la plaza de Oriente casi siempre estaba desierta, salvo por el grupo mendigos que malvivía allí, que agitaba sus ya vacías botellas mientras esperaba paciente el día de su autodestrucción. 

Pensé en pasar de largo, mirar de reojo quién había sido capaz de usurpar mi inmueble más preciado de Madrid, para sentarme justo en el banco siguiente. Mientras realizaba mi operación, al levantar la mirada y girar sutilmente mi cabeza para comprobar cómo era la persona que había osado ocupar mi valioso lugar, un susurro procedente de aquella forma sombría heló mi sangre, paralizó mis sentidos y casi provocó que me desmayase. 

- ¿Quieres que te deje tu sitio?- Allí estaba ella, en el que fue nuestro banco durante tantos años, el lugar que albergó nuestras primeras pasiones y medió en nuestras últimas discusiones. No había sido capaz de reconocer su silueta debido a que ninguna farola estaba encendida a esas altas horas de la madrugada. Era sin duda lo que más me gustaba de aquel fantástico a la par que enigmático lugar: a partir de la media noche sólo tenían cabida vaivenes de sombras sin rumbo establecido únicamente vigiladas por el imponente e iluminado palacio.

No hay comentarios:

Publicar un comentario