Se movió lentamente cediéndome "mi" lado de aquel banco que tantas ocasiones había sido testigo de nuestras conversaciones y de nuestros besos infinitos. Aún atónito por encontrarme con ella de nuevo allí, como si el tiempo no hubiese pasado y nuestros corazones aún estuviesen entrelazados, tomé asiento en su respaldo. Sentí su calor, el aroma de melancolía y de vivencias que mi memoria quiso y no pudo olvidar y noté un profundo escalofrío al ver su mano acercándose a la mía, tomándola y apretándola con firmeza y delicadeza a partes iguales.
- Al despedirmos hace unas horas, comencé a andar sin rumbo fijo - comenzó- y sin quererlo mis pasos me guiaron hasta aquí, hasta nuestro banco. Cuando llegué acababa de iluminarse el palacio. Me dejé caer, con un nudo en la garganta y mis ojos empañados en lagrimas de tristeza y aquí he permanecido hasta que has aparecido, en el sitio que ocupaste durante tantos años y desde el cual me hiciste la mujer más feliz del mundo. No sé por qué, pero tenía la certeza de que aparecerías, de que te sucedería lo mismo que a mí: tus pasos o el destino, nos darían una oportunidad de pasar, definitivamente y sin resquicios de resentimiento, la página del libro en la que se escribió nuestro amor.
Yo le había escuchado y cada palabra que salía de su boca era una punzada en mi corazón. No creía que estuviese preparado para volver a pasar una noche con ella allí, nuestro lugar secreto, donde nos apartábamos del mundo y soñábamos con imposibles que en nuestras alocadas mentes parecían tan reales...Definitivamente, era incapaz de pasar ni un minuto más en aquel lugar, necesitaba llegar a la habitación de mi hotel, pedirme una Hendrick's en el lobby bar y liberar mi mente, como tantas veces me había a instado a hacerlo Nadia, mi actual pareja y psicóloga de profesión. Hice ademán de levantarme, pero apretó su mano contra la mía con más fuerza, impidiéndo mi huída.
- Edu, por favor - su voz se entrecortaba mientras sus lágrimas cada vez se hacían más frecuentes en sus mejillas, tan suaves como siempre, tan suaves como las recordaba - me gustaría que no te fueses como la última vez. ¿No te acuerdas que tú eras el que hablabas de amistad, el que necesitabas no perderme como amiga y que ibas a luchar por ello?
Ya no pudo controlar más sus lágrimas y comenzó a llorar desconsoladamente. Yo no sabía que hacer y cada vez sentía con más claridad que mi cuerpo comenzaba a separarse de mi mente. Empecé a temblar, se nubló mi vista; necesitaba abandonar aquella peligrosa situación. Me había costado casi dos años de insomnio y pastillas; dos años de gramos de cocaína cada noche en la que me ponía a escribir; dos años de lloros constantes y de reclusión en el pequeño ático que Nadia poseía en Nueva York. No podía tirar todo ahora por la borda aunque los síntomas parecían indicar que así lo haría.
Sin embargo, una sensación de tranquilidad como no recordaba desde hace tiempo; un hálito protector que invadía mis sentidos y me proporcionaba la calidez necesaria para dejar de temblar y el control de mí mismo que segundos antes había perdido: sin darme cuenta me encontré abrazado a ella e intentando detener el tiempo para que aquel momento durase eternamente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario