Un susurro de tu boca me basta para saber cómo te sientes. Fueron muchos años en los que me perdía entre tus encantos y tus palabras. No me puedes engañar. Otros te miran a los ojos y se detienen en tu mirada color miel, pero yo, quizá ahora entendiéndote mejor, me adentro hasta tu alma, para acabar el viaje en tu corazón. Me cuenta que naufraga entre tanta tristeza; me cuenta que lucha por no autoconsumirse entre tantas lágrimas de ira y pesadumbre.
Sé que muchas veces te escondes. Sé que te cuesta no pensar en todo lo que puedes perder. Y sé, que pese a que trates de ocultarte tras tu coraza de orgullos y temores, eres frágil y vulnerable.
Sabes que no estás sola. Sabes que no lo pienso sólo yo, sino quienes de verdad van a estar ahí en cualquier momento, en cualquier situación. No conozco tu vida más allá de nuestros lazos, pero te insto a que nunca los pierdas, es más, que los fortalezcas más si cabe.
Te espera la felicidad al doblar la esquina. Sólo tienes que apartar todo aquello que está hiriéndote y alejándote poco a poco de ser realmente feliz. Muéstrales quién de verdad eres, que yo te conozco, y no dudo que puedas hacerlo.
Camina segura, que yo estaré ahí, durante todo el camino, y esperándote al doblar esa esquina.
jueves, 28 de junio de 2012
lunes, 25 de junio de 2012
Entre carreteras.
Quién supo entender tus lágrimas al anochecer,
mientras yo perdía mi vida cantando hasta el amanecer.
Dónde esta el culpable que nos hizo perecer,
yo entre acordes desgañitados y tú, esperándome.
Cuándo te diste cuenta de que no te hacía feliz,
y entregaste tu vida a quien sabría cuidar de tí.
Mi vida entre escenarios, carreteras, melodías de soledad;
quebraron lo que un día llamabas eternidad.
Un lunes olvidado mi vida yo te iba a confesar,
que abandonaba las madrugadas tan lejos de tu aliento,
que tantas veces me hizo levantar.
Ahora escribo en pentagramas de melancolía, tristeza y soledad.
Sin rencores y con deseos, que quien te quiera, lo haga como yo,
pero te lo sepa demostrar.
mientras yo perdía mi vida cantando hasta el amanecer.
Dónde esta el culpable que nos hizo perecer,
yo entre acordes desgañitados y tú, esperándome.
Cuándo te diste cuenta de que no te hacía feliz,
y entregaste tu vida a quien sabría cuidar de tí.
Mi vida entre escenarios, carreteras, melodías de soledad;
quebraron lo que un día llamabas eternidad.
Un lunes olvidado mi vida yo te iba a confesar,
que abandonaba las madrugadas tan lejos de tu aliento,
que tantas veces me hizo levantar.
Ahora escribo en pentagramas de melancolía, tristeza y soledad.
Sin rencores y con deseos, que quien te quiera, lo haga como yo,
pero te lo sepa demostrar.
miércoles, 20 de junio de 2012
El destino de tu mirada. Última parte.
Se anunciaba por megafonía la última llamada de mi vuelo hacia Madrid, y allí seguía yo, inmóvil en la puerta de embarque. Había transcurrido media hora, y no me había movido de mi posición. Mi cuerpo estaba allí, pero mi mente y mis pensamientos no podían decidir que destino elegir, si Madrid o Boston.
Ela había conseguido convencerme de seguir con lo planeado, de tomar mi vuelo para lograr superar el pasado que me seguía aún atormentando, tras tantos años. Yo me había negado a ir al aeropuerto, e intenté con toda mi alma quedarme en el hospital, con Ela. Sin embargo, si en algo me ganaba siempre, era en cabezonería. No paro de llorar, de implorarme y suplicarme que no diese marcha atrás hasta que no me vio salir de la habitación donde estaba ingresada. Me tranquilizó alegando que Melissa cuidaría de ella durante los 4 días que iba a estar yo fuera, que no me preocupase, que estaba en buenas manos.
- Disculpe, ¿va a tomar el vuelo? Nos disponemos a cerrar la puerta de embarque.
No sé si había tomado la decisión correcta. Apoyé mi cabeza en la ventana tratando de evadirme de cualquier pensamiento que martilleaba mi cerebro, y ponía en entredicho la decisión tomada. Traté sin éxito de acomodarme pero tenía todo el cuerpo dolorido. No había dormido nada desde hacía más de 24 horas y los estimulantes que ingerí durante la noche comenzaban a perder su efecto. Casi sin darme cuenta me había quedado dormido.
- Disculpe caballero, siento despertarle pero ya hemos llegado al hospital.
Me desperecé como pude, pagué al taxista y caminé hacia la puerta del hospital. El corazón me retumbaba en el pecho con más intensidad a cada paso que daba, y que me acercaba a Ela. Hice una parada en la pequeña tienda de souvenirs que había en el hall del hospital y le compré un ramo de claveles blancos, sus favoritos. Tomé el ascensor hacia la sexta planta con una pareja joven, que no ocultaba su amor mientras yo intentaba disimular la envidia que sentía hacia ellos.
La habitación 650 era la última del pasillo. Caminé despacio. En las últimas horas me había dado cuenta que durante estos años había estado ciego. Había por fin conseguido quitarme esa venda de mis ojos y de mi corazón. Antes de llegar a la habitación, saqué del bolsillo interior de mi americana las cuatro fotos que siempre me acompañaban desde que abandoné Madrid. Sin dudarlo un instante las hice pedazos y las tiré en el carro de limpieza apostado en el pasillo.
Abrí la puerta con cuidado y allí estaba ella, sola. Había avisado a Melissa de que volvía y le había pedido que, con la excusa de ir a comer algo, saliese cinco minutos antes de que yo llegase. Había aceptado encantada, feliz de que yo me dispusiese a reconocer lo que me había advertido e insinuado cientos de veces.
Todavía algo somnolienta, por los efectos de los tranquilizantes, Ela tardó unos segundos en darse cuenta de que yo estaba allí. Cuando lo hizo comenzó a llorar, a recriminarme mi vuelta al hospital, a reprocharme el no haberle hecho caso. No obstante su mirada no era de enfado, si no de felicidad. Yo sabía que sus lágrimas denotaban emoción y quizá amor. De esto último me cercioré cuando me acerqué, y sin permitirle que siguiera con su discurso de reprobación, besé sus labios, tiernos y carnosos. Se paralizó en un primer momento, pero comenzó a besarme ella también, en el que fue quizá el beso con mayor carga emocional y mayor significado, que nunca me habían dado. En ese momento, nos dimos cuenta que llevábamos enamorados demasiado tiempo el uno del otro.
- He vivido todo este tiempo anclado en mi pasado, sin dar ese paso necesario para olvidar y superar el vacío que creí llenar al dejar todo atrás. Fuiste testigo de que no lo conseguí, y en el fondo sabemos que no lo hubiera conseguido en estos cuatro días en Madrid. Pero aún así me apoyaste, como me has apoyado durante todos estos años. Ahora me doy cuenta que me enamoré de tí desde el primer día que tus ojos se cruzaron con los míos. Me enamoré de esa mirada que muchos hombres desprestigiaban, pero que se grabó a fuego en mi corazón. He tardado demasiado, pero he logrado comprender que no podía dejar pasar la oportunidad de ser felices por vivir martirizado por los vestigios de mi pasado...
Ela me puso su dedo índice en mis labios, con suavidad, interrumpiendo mi discurso, para inmediatamente besarme de nuevo. No sé cuánto duró aquel beso, pero me sentí como hacía mucho mucho tiempo no me sentía. Me sentí libre.
Nos interrumpieron los sollozos de felicidad de Melissa, que acababa de irrumpir en la habitación. Le pedimos que se acercara, felices, riéndonos, y nos abrazamos los tres, como una familia que vuelve a sentirse como tal, tras demasiado tiempo sin serlo.
Ela había conseguido convencerme de seguir con lo planeado, de tomar mi vuelo para lograr superar el pasado que me seguía aún atormentando, tras tantos años. Yo me había negado a ir al aeropuerto, e intenté con toda mi alma quedarme en el hospital, con Ela. Sin embargo, si en algo me ganaba siempre, era en cabezonería. No paro de llorar, de implorarme y suplicarme que no diese marcha atrás hasta que no me vio salir de la habitación donde estaba ingresada. Me tranquilizó alegando que Melissa cuidaría de ella durante los 4 días que iba a estar yo fuera, que no me preocupase, que estaba en buenas manos.
- Disculpe, ¿va a tomar el vuelo? Nos disponemos a cerrar la puerta de embarque.
No sé si había tomado la decisión correcta. Apoyé mi cabeza en la ventana tratando de evadirme de cualquier pensamiento que martilleaba mi cerebro, y ponía en entredicho la decisión tomada. Traté sin éxito de acomodarme pero tenía todo el cuerpo dolorido. No había dormido nada desde hacía más de 24 horas y los estimulantes que ingerí durante la noche comenzaban a perder su efecto. Casi sin darme cuenta me había quedado dormido.
- Disculpe caballero, siento despertarle pero ya hemos llegado al hospital.
Me desperecé como pude, pagué al taxista y caminé hacia la puerta del hospital. El corazón me retumbaba en el pecho con más intensidad a cada paso que daba, y que me acercaba a Ela. Hice una parada en la pequeña tienda de souvenirs que había en el hall del hospital y le compré un ramo de claveles blancos, sus favoritos. Tomé el ascensor hacia la sexta planta con una pareja joven, que no ocultaba su amor mientras yo intentaba disimular la envidia que sentía hacia ellos.
La habitación 650 era la última del pasillo. Caminé despacio. En las últimas horas me había dado cuenta que durante estos años había estado ciego. Había por fin conseguido quitarme esa venda de mis ojos y de mi corazón. Antes de llegar a la habitación, saqué del bolsillo interior de mi americana las cuatro fotos que siempre me acompañaban desde que abandoné Madrid. Sin dudarlo un instante las hice pedazos y las tiré en el carro de limpieza apostado en el pasillo.
Abrí la puerta con cuidado y allí estaba ella, sola. Había avisado a Melissa de que volvía y le había pedido que, con la excusa de ir a comer algo, saliese cinco minutos antes de que yo llegase. Había aceptado encantada, feliz de que yo me dispusiese a reconocer lo que me había advertido e insinuado cientos de veces.
Todavía algo somnolienta, por los efectos de los tranquilizantes, Ela tardó unos segundos en darse cuenta de que yo estaba allí. Cuando lo hizo comenzó a llorar, a recriminarme mi vuelta al hospital, a reprocharme el no haberle hecho caso. No obstante su mirada no era de enfado, si no de felicidad. Yo sabía que sus lágrimas denotaban emoción y quizá amor. De esto último me cercioré cuando me acerqué, y sin permitirle que siguiera con su discurso de reprobación, besé sus labios, tiernos y carnosos. Se paralizó en un primer momento, pero comenzó a besarme ella también, en el que fue quizá el beso con mayor carga emocional y mayor significado, que nunca me habían dado. En ese momento, nos dimos cuenta que llevábamos enamorados demasiado tiempo el uno del otro.
- He vivido todo este tiempo anclado en mi pasado, sin dar ese paso necesario para olvidar y superar el vacío que creí llenar al dejar todo atrás. Fuiste testigo de que no lo conseguí, y en el fondo sabemos que no lo hubiera conseguido en estos cuatro días en Madrid. Pero aún así me apoyaste, como me has apoyado durante todos estos años. Ahora me doy cuenta que me enamoré de tí desde el primer día que tus ojos se cruzaron con los míos. Me enamoré de esa mirada que muchos hombres desprestigiaban, pero que se grabó a fuego en mi corazón. He tardado demasiado, pero he logrado comprender que no podía dejar pasar la oportunidad de ser felices por vivir martirizado por los vestigios de mi pasado...
Ela me puso su dedo índice en mis labios, con suavidad, interrumpiendo mi discurso, para inmediatamente besarme de nuevo. No sé cuánto duró aquel beso, pero me sentí como hacía mucho mucho tiempo no me sentía. Me sentí libre.
Nos interrumpieron los sollozos de felicidad de Melissa, que acababa de irrumpir en la habitación. Le pedimos que se acercara, felices, riéndonos, y nos abrazamos los tres, como una familia que vuelve a sentirse como tal, tras demasiado tiempo sin serlo.
lunes, 18 de junio de 2012
El destino de tu mirada. Parte tres.
El reloj de pared del reservado marcaba las 5:30 de la mañana, hora límite que me había impuesto para finalizar mi experiencia nocturna. Había perdido la costumbre de trasnochar y castigar mi cuerpo con gramos de la peligrosa felicidad que otorgan las decenas de rayas que se amontonaban en la mesa de aquel lugar.
Mientras estaba recogiendo mi chaquetón del ropero de la zona vip, John había llamado a su chófer para que nos recogiese en la puerta del club. Yo intentaba caminar erguido notando como mi cuerpo cada vez respondía peor a los estímulos de mi cerebro, y me costaba mantener la vertical. Me senté en un pequeño sofá en el hall de salida y allí aguardé a que John me avisara de que el coche estaba listo.
A las 6.30 nos acomodamos en la parte trasera de su Mercedes y dimos buena cuenta del desayuno que nos había preparado su chófer, mientras conversábamos acerca de mis sensaciones aquella noche. Mientras me explicaba cómo se preparaba el mejor gin-tonic de Boston en la discoteca de la que acabamos de salir, nos interrumpió mi teléfono móvil. Un mal pálpito me invadió al comprobar que la llamada era de Melissa, nuestra asistenta. Descolgué. Tres segundos después se me heló el corazón, comenzaron a llenarse de lágrimas incontenibles mis dilatadas pupilas, y me entró un ataque de histeria. Ordené al chófer, mediante palabras atropelladas y balbuceos incomprensibles, que pusiese rumbo al hospital general, donde habían ingresado a Ela por un fallo cardíaco. Melissa consiguió decirme, mientras lloraba desconsoladamente, que había sido trasladada en ambulancia en estado de coma.
Abrí la puerta del coche en marcha, en el parking del área de urgencias del hospital, y terminé rodando por el suelo. Pese a las magulladuras que me hice, me puse en pie como una exhalación y puse rumbo hacia la UCI, donde nos comunicaron que tenían ingresada a Ela.
Eran ya las 10 de la mañana y ahí permanecía yo, sentado delante de ella, en la misma postura que mantenía hacía ya más de 4 horas, esperando cualquier movimiento procedente del cuerpo casi inerte de Ela. Estaba invadiéndome un pesado sopor, cuando escuché un murmullo procedente de aquel cuerpecito de poco más de metro y medio. Ela tenía los ojos entreabiertos y sonreía. Tenía la misma mirada que al despedirse de mí unas horas antes, esa mirada que un día me llevó a acogerla como la persona más importante de mi vida. Me acerqué corriendo hacia sus mejillas y las besé como nunca lo había hecho hasta ahora, apretando dúlcemente sus diminutas manos. Mientras se entremezclaban nuestras lágrimas con el roce de nuestra piel, un aliento de su fina voz consiguió decir: "Tienes que irte al aeropuerto, que vas a perder el vuelo que tanto tiempo te llevó decidir coger"
Mientras estaba recogiendo mi chaquetón del ropero de la zona vip, John había llamado a su chófer para que nos recogiese en la puerta del club. Yo intentaba caminar erguido notando como mi cuerpo cada vez respondía peor a los estímulos de mi cerebro, y me costaba mantener la vertical. Me senté en un pequeño sofá en el hall de salida y allí aguardé a que John me avisara de que el coche estaba listo.
A las 6.30 nos acomodamos en la parte trasera de su Mercedes y dimos buena cuenta del desayuno que nos había preparado su chófer, mientras conversábamos acerca de mis sensaciones aquella noche. Mientras me explicaba cómo se preparaba el mejor gin-tonic de Boston en la discoteca de la que acabamos de salir, nos interrumpió mi teléfono móvil. Un mal pálpito me invadió al comprobar que la llamada era de Melissa, nuestra asistenta. Descolgué. Tres segundos después se me heló el corazón, comenzaron a llenarse de lágrimas incontenibles mis dilatadas pupilas, y me entró un ataque de histeria. Ordené al chófer, mediante palabras atropelladas y balbuceos incomprensibles, que pusiese rumbo al hospital general, donde habían ingresado a Ela por un fallo cardíaco. Melissa consiguió decirme, mientras lloraba desconsoladamente, que había sido trasladada en ambulancia en estado de coma.
Abrí la puerta del coche en marcha, en el parking del área de urgencias del hospital, y terminé rodando por el suelo. Pese a las magulladuras que me hice, me puse en pie como una exhalación y puse rumbo hacia la UCI, donde nos comunicaron que tenían ingresada a Ela.
Eran ya las 10 de la mañana y ahí permanecía yo, sentado delante de ella, en la misma postura que mantenía hacía ya más de 4 horas, esperando cualquier movimiento procedente del cuerpo casi inerte de Ela. Estaba invadiéndome un pesado sopor, cuando escuché un murmullo procedente de aquel cuerpecito de poco más de metro y medio. Ela tenía los ojos entreabiertos y sonreía. Tenía la misma mirada que al despedirse de mí unas horas antes, esa mirada que un día me llevó a acogerla como la persona más importante de mi vida. Me acerqué corriendo hacia sus mejillas y las besé como nunca lo había hecho hasta ahora, apretando dúlcemente sus diminutas manos. Mientras se entremezclaban nuestras lágrimas con el roce de nuestra piel, un aliento de su fina voz consiguió decir: "Tienes que irte al aeropuerto, que vas a perder el vuelo que tanto tiempo te llevó decidir coger"
sábado, 16 de junio de 2012
El destino de tu mirada. Parte dos.
Hacía tiempo que no salía de noche con el grupo de amigos que cada viernes y sábado trataban sin éxito de convencerme para hacerlo. Pero esa noche era diferente. Mi avión hacia Madrid despegaba a las 16 horas del día siguiente, y necesitaba una noche sin pensar ni agobiarme. Una noche como tantas y tantas que pasé durante los primeros años de mi llegada a Bostón.
Mis amigos de allí eran gente adinerada y con gustos caros y políticamente incorrectos. Cada noche que el chófer de John venía a recogerme a mi casa para llevarme a Rhode Island, yo intuía que la noche no iba a tener desperdicio. Casi siempre comenzábamos cenando en el "Bauchard", restaurante de unos conocidos de John, donde solíamos empezar con nuestros caros vicios descorchando varias botellas de Perriere Jouet, antes dirigirnos a uno de los locales de moda cerca de Providence. La mayoría de la gente que allí se encontraba, en los reservados, eran clientes habituales de mi cadena de Lounge Cafés, que no dudaban de gastar cantidades excesivas de dinero en alcohol, drogas y sexo. En pos de sentirme como uno de ellos, jamás rechacé ninguna de sus invitaciones para ser partícipe de su perdición.
Todo cambió la noche en la que conocí a Ela. Durante una de nuestras noches empapadas en vicio y degeneración, un cliente de John nos invitó a un baile privado de cuatro de sus mejores chicas a cada uno de nosotros (John, Mike, Phill y yo). El cerebro de Mike, colapsado por el alcohol y las incontables rayas de coca que había esnifado, no procesó la advertencia del personal de seguridad acerca de la prohibición de tocar a las bailarinas de streeptease. La escena sucedió muy deprisa y el recuerdo que aún martillea mi mente es el de Mike sujetando del pelo a la bailarina y perdiendo su dignidad mientras abofeteaba a aquella chica. Mi puño contactó con su cara, y nos separó de por vida, no he vuelto a saber de él. La furia y el asco que sentí en ese momento me llevó a utilizar la violencia con mi antiguo amigo, pro no lo pude evitar. Tras el altercado, Mike abandonó corriendo el local mientras yo sujetaba a la chica, tumabada en el suelo y trataba de consolarla, mientras esperaba la asistencia sanitaria. Me dijo su nombre: Ela.
Habían transcurrido ya 8 años desde aquello y Ela seguía conmigo. No éramos pareja, en el sentido amoroso del término, pero hacíamos un gran equipo como ella decía. Vivíamos juntos desde prácticamente el accidente con Mike y desde ese momento, comenzó a ayudarme con mi negocio, que despegó exponencialmente.
Aquella noche antes de regresar a Madrid, Ela organizó todo lo necesario para que reviviera una de mis noches de desenfreno. Contó con la ayuda de John y Phill, que dudaban de que consiguiese convencerme para ello, debido a que desde el puñetazo a Mike, yo había renunciado a las corruptas noches en Rhode Island. Sin embargo aquello era diferente. Ela lo sabía y supo entrelazar las palabras adecuadas para hacerme ver que necesitaba una noche de desconexión antes de enfrentarme a mi pasado.
Parecía que nada había cambiado cuando vi aparecer el coche del chófer de John. Se me hizo un pequeño nudo en el estómago, fruto de los nervios y la ansiedad por volver a salir tras tanto tiempo. Quizá también por las pocas horas que quedaban para tomar mi avión. Me acomodé en la parte de atrás y me serví una copa de champán del minibar del que disponía el coche. Cerré los ojos, puse mi mente en blanco y me dejé llevar.
Mis amigos de allí eran gente adinerada y con gustos caros y políticamente incorrectos. Cada noche que el chófer de John venía a recogerme a mi casa para llevarme a Rhode Island, yo intuía que la noche no iba a tener desperdicio. Casi siempre comenzábamos cenando en el "Bauchard", restaurante de unos conocidos de John, donde solíamos empezar con nuestros caros vicios descorchando varias botellas de Perriere Jouet, antes dirigirnos a uno de los locales de moda cerca de Providence. La mayoría de la gente que allí se encontraba, en los reservados, eran clientes habituales de mi cadena de Lounge Cafés, que no dudaban de gastar cantidades excesivas de dinero en alcohol, drogas y sexo. En pos de sentirme como uno de ellos, jamás rechacé ninguna de sus invitaciones para ser partícipe de su perdición.
Todo cambió la noche en la que conocí a Ela. Durante una de nuestras noches empapadas en vicio y degeneración, un cliente de John nos invitó a un baile privado de cuatro de sus mejores chicas a cada uno de nosotros (John, Mike, Phill y yo). El cerebro de Mike, colapsado por el alcohol y las incontables rayas de coca que había esnifado, no procesó la advertencia del personal de seguridad acerca de la prohibición de tocar a las bailarinas de streeptease. La escena sucedió muy deprisa y el recuerdo que aún martillea mi mente es el de Mike sujetando del pelo a la bailarina y perdiendo su dignidad mientras abofeteaba a aquella chica. Mi puño contactó con su cara, y nos separó de por vida, no he vuelto a saber de él. La furia y el asco que sentí en ese momento me llevó a utilizar la violencia con mi antiguo amigo, pro no lo pude evitar. Tras el altercado, Mike abandonó corriendo el local mientras yo sujetaba a la chica, tumabada en el suelo y trataba de consolarla, mientras esperaba la asistencia sanitaria. Me dijo su nombre: Ela.
Habían transcurrido ya 8 años desde aquello y Ela seguía conmigo. No éramos pareja, en el sentido amoroso del término, pero hacíamos un gran equipo como ella decía. Vivíamos juntos desde prácticamente el accidente con Mike y desde ese momento, comenzó a ayudarme con mi negocio, que despegó exponencialmente.
Aquella noche antes de regresar a Madrid, Ela organizó todo lo necesario para que reviviera una de mis noches de desenfreno. Contó con la ayuda de John y Phill, que dudaban de que consiguiese convencerme para ello, debido a que desde el puñetazo a Mike, yo había renunciado a las corruptas noches en Rhode Island. Sin embargo aquello era diferente. Ela lo sabía y supo entrelazar las palabras adecuadas para hacerme ver que necesitaba una noche de desconexión antes de enfrentarme a mi pasado.
Parecía que nada había cambiado cuando vi aparecer el coche del chófer de John. Se me hizo un pequeño nudo en el estómago, fruto de los nervios y la ansiedad por volver a salir tras tanto tiempo. Quizá también por las pocas horas que quedaban para tomar mi avión. Me acomodé en la parte de atrás y me serví una copa de champán del minibar del que disponía el coche. Cerré los ojos, puse mi mente en blanco y me dejé llevar.
domingo, 10 de junio de 2012
El destino de tu mirada. Primera parte.
Habían pasado ya veinte años desde que me fui y aún no había regresado. Caminaba hacia el pequeño despacho donde gestionaba la cadena de lounge cafes, que había abierto hacía ya más de 10 años, cansado y apesadumbrado. Llevaba varias noches durmiendo mal, justo desde el día en que recibí un email con la invitación a un evento de antiguos alumnos de mi universidad.
Había releído la invitación una y otra vez hasta que casi podía describirla de memoria: "Con motivo de la conmemoración de los 20 años de la promoción del 2011, se hace un llamamiento a todos los alumnos de la misma para compartir una velada en el Salón de Actos de la Universidad, el día 24 de junio a las 20 horas. Necesario llevar la entrada que se adjunta en el e-mail, tanto para el titular como para el acompañante"
No podía quitarme aquella invitación de la cabeza pese a que un primer momento deseché por completo la idea de acudir al evento. No había regresado desde que me trasladé a Boston y había perdido todo contacto con mis compañeros y amigos. Nada había que pudiera empujarme a volver; o sí que lo había.
Volvía a abrirse paso entre mis pensamientos el recuerdo de aquella mirada. Aquellos profundos ojos que me pedían a gritos que no me fuese, que no abandonase todo lo que tenía. Durante años no había podido olvidarlos y me perseguían a cada momento. Me había costado deshacerme de aquella mirada, o quizá esconderla entre mis pensamientos más profundos. Sin embargo, un e-mail de los cientos que recibo al día, me hizo regresar del olvido y rememorar el pasado.
Esa misma noche, al llegar a casa, busqué entre todas las cajas en que había trastos viejos inservibles pero de los que me costaba deshacerme. Allí estaban, las cuatro únicas fotos que conservaba de mi antigua vida, antes de dejar todo atrás.
Desde que me llamaron de la pequeña empresa de marketing en la que empecé a trabajar en Bostón confirmándome que comenzaría mi empleo tres meses después, hasta el día que me fui, hice daño a cuatro personas importantes de mi vida, las cuatro personas que aparecían en aquellas fotos.
Debía decidir si tomar un vuelo Madrid en 5 días o hacer como si no hubiese pasado nada. Aquel e-mail habría sido un spam que nunca habría llegado a leer. Tenía esos 5 días para valorar si debía seguir con mi vida como hasta ahora, desde hacía ya veinte años, o volver para conseguir paliar el daño que hice. Lograr que las miradas de aquellas fotografías, sobre todo la de una de ellas, dejasen de emanar tristeza. Volver tras unos días navegando entre antiguas tempestades, con 4 nuevas fotografías que reflejasenn el perdón de aquellas miradas.
Había releído la invitación una y otra vez hasta que casi podía describirla de memoria: "Con motivo de la conmemoración de los 20 años de la promoción del 2011, se hace un llamamiento a todos los alumnos de la misma para compartir una velada en el Salón de Actos de la Universidad, el día 24 de junio a las 20 horas. Necesario llevar la entrada que se adjunta en el e-mail, tanto para el titular como para el acompañante"
No podía quitarme aquella invitación de la cabeza pese a que un primer momento deseché por completo la idea de acudir al evento. No había regresado desde que me trasladé a Boston y había perdido todo contacto con mis compañeros y amigos. Nada había que pudiera empujarme a volver; o sí que lo había.
Volvía a abrirse paso entre mis pensamientos el recuerdo de aquella mirada. Aquellos profundos ojos que me pedían a gritos que no me fuese, que no abandonase todo lo que tenía. Durante años no había podido olvidarlos y me perseguían a cada momento. Me había costado deshacerme de aquella mirada, o quizá esconderla entre mis pensamientos más profundos. Sin embargo, un e-mail de los cientos que recibo al día, me hizo regresar del olvido y rememorar el pasado.
Esa misma noche, al llegar a casa, busqué entre todas las cajas en que había trastos viejos inservibles pero de los que me costaba deshacerme. Allí estaban, las cuatro únicas fotos que conservaba de mi antigua vida, antes de dejar todo atrás.
Desde que me llamaron de la pequeña empresa de marketing en la que empecé a trabajar en Bostón confirmándome que comenzaría mi empleo tres meses después, hasta el día que me fui, hice daño a cuatro personas importantes de mi vida, las cuatro personas que aparecían en aquellas fotos.
Debía decidir si tomar un vuelo Madrid en 5 días o hacer como si no hubiese pasado nada. Aquel e-mail habría sido un spam que nunca habría llegado a leer. Tenía esos 5 días para valorar si debía seguir con mi vida como hasta ahora, desde hacía ya veinte años, o volver para conseguir paliar el daño que hice. Lograr que las miradas de aquellas fotografías, sobre todo la de una de ellas, dejasen de emanar tristeza. Volver tras unos días navegando entre antiguas tempestades, con 4 nuevas fotografías que reflejasenn el perdón de aquellas miradas.
lunes, 4 de junio de 2012
Acudí a tí.
Acudo a tí de nuevo y me recibes con esa sonrisa traviesa. Me recuerdas que ya me avisaste que volvería a tu territorio cuando peor se pusiera el camino. Pero no me guardas rencor, es más, me ayudas a sentir que, aunque sea durante estos momentos que compartimos confidencias, he de subir la barbilla y mantener la mirada al frente. Jamás caminar cabizbajo recordando los posibles " ...y si hubiera.." y lamentando no haberlos llevado a cabo. Me instas a que mis equivocaciones fortalezcan mi persona y allanen mi devenir, tan difuso, tan plagado de posibilidades que navegan entre mis pensamientos. Consigues que vuelva a creer y logras que dé las pinceladas que yo quiera no las que debiera, pese a que pueda estrellarme. Me aseguras que me ayudará a crecer.
Ya estamos aquí los dos, yo tecleando y tú recibiendo mis palabras, filtrándolas y dándolas un toque de tu estilo humorístico. Me has hecho reír y estamos consiguiendo que nuestra amistad sea cada vez más verdadera. Creo que empezaré a acudir a tí, no sólo para desahogarme y pedirte ayuda, sino para disfrutar haciendo algo de lo que más me gusta hacer: escribir.
Ya estamos aquí los dos, yo tecleando y tú recibiendo mis palabras, filtrándolas y dándolas un toque de tu estilo humorístico. Me has hecho reír y estamos consiguiendo que nuestra amistad sea cada vez más verdadera. Creo que empezaré a acudir a tí, no sólo para desahogarme y pedirte ayuda, sino para disfrutar haciendo algo de lo que más me gusta hacer: escribir.
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