lunes, 18 de junio de 2012

El destino de tu mirada. Parte tres.

El reloj de pared del reservado marcaba las 5:30 de la mañana, hora límite que me había impuesto para finalizar mi experiencia nocturna. Había perdido la costumbre de trasnochar y castigar mi cuerpo con gramos de la peligrosa felicidad que otorgan las decenas de rayas que se amontonaban en la mesa de aquel lugar.

Mientras estaba recogiendo mi chaquetón del ropero de la zona vip, John había llamado a su chófer para que nos recogiese en la puerta del club. Yo intentaba caminar erguido notando como mi cuerpo cada vez respondía peor a los estímulos de mi cerebro, y me costaba mantener la vertical. Me senté en un pequeño sofá en el hall de salida y allí aguardé a que John me avisara de que el coche estaba listo.

A las 6.30 nos acomodamos en la parte trasera de su Mercedes y dimos buena cuenta del desayuno que nos había preparado su chófer, mientras conversábamos acerca de mis sensaciones aquella noche. Mientras me explicaba cómo se preparaba el mejor gin-tonic de Boston en la discoteca de la que acabamos de salir, nos interrumpió mi teléfono móvil. Un mal pálpito me invadió al comprobar que la llamada era de Melissa, nuestra asistenta. Descolgué. Tres segundos después se me heló el corazón, comenzaron a llenarse de lágrimas incontenibles mis dilatadas pupilas, y me entró un ataque de histeria. Ordené al chófer, mediante palabras atropelladas y balbuceos incomprensibles, que pusiese rumbo al hospital general, donde habían ingresado a Ela por un fallo cardíaco. Melissa consiguió decirme, mientras lloraba desconsoladamente, que había sido trasladada en ambulancia en estado de coma.

Abrí la puerta del coche en marcha, en el parking del área de urgencias del hospital, y terminé rodando por el suelo. Pese a las magulladuras que me hice, me puse en pie como una exhalación y puse rumbo hacia la UCI, donde nos comunicaron que tenían ingresada a Ela.

Eran ya las 10 de la mañana y ahí permanecía yo, sentado delante de ella, en la misma postura que mantenía hacía ya más de 4 horas, esperando cualquier movimiento procedente del cuerpo casi inerte de Ela. Estaba invadiéndome un pesado sopor, cuando escuché un murmullo procedente de aquel cuerpecito de poco más de metro y medio. Ela tenía los ojos entreabiertos y sonreía. Tenía la misma mirada que al despedirse de mí unas horas antes, esa mirada que un día me llevó a acogerla como la persona más importante de mi vida. Me acerqué corriendo hacia sus mejillas y las besé como nunca lo había hecho hasta ahora, apretando dúlcemente sus diminutas manos. Mientras se entremezclaban nuestras lágrimas con el roce de nuestra piel, un aliento de su fina voz consiguió decir: "Tienes que irte al aeropuerto, que vas a perder el vuelo que tanto tiempo te llevó decidir coger"

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