Se anunciaba por megafonía la última llamada de mi vuelo hacia Madrid, y allí seguía yo, inmóvil en la puerta de embarque. Había transcurrido media hora, y no me había movido de mi posición. Mi cuerpo estaba allí, pero mi mente y mis pensamientos no podían decidir que destino elegir, si Madrid o Boston.
Ela había conseguido convencerme de seguir con lo planeado, de tomar mi vuelo para lograr superar el pasado que me seguía aún atormentando, tras tantos años. Yo me había negado a ir al aeropuerto, e intenté con toda mi alma quedarme en el hospital, con Ela. Sin embargo, si en algo me ganaba siempre, era en cabezonería. No paro de llorar, de implorarme y suplicarme que no diese marcha atrás hasta que no me vio salir de la habitación donde estaba ingresada. Me tranquilizó alegando que Melissa cuidaría de ella durante los 4 días que iba a estar yo fuera, que no me preocupase, que estaba en buenas manos.
- Disculpe, ¿va a tomar el vuelo? Nos disponemos a cerrar la puerta de embarque.
No sé si había tomado la decisión correcta. Apoyé mi cabeza en la ventana tratando de evadirme de cualquier pensamiento que martilleaba mi cerebro, y ponía en entredicho la decisión tomada. Traté sin éxito de acomodarme pero tenía todo el cuerpo dolorido. No había dormido nada desde hacía más de 24 horas y los estimulantes que ingerí durante la noche comenzaban a perder su efecto. Casi sin darme cuenta me había quedado dormido.
- Disculpe caballero, siento despertarle pero ya hemos llegado al hospital.
Me desperecé como pude, pagué al taxista y caminé hacia la puerta del hospital. El corazón me retumbaba en el pecho con más intensidad a cada paso que daba, y que me acercaba a Ela. Hice una parada en la pequeña tienda de souvenirs que había en el hall del hospital y le compré un ramo de claveles blancos, sus favoritos. Tomé el ascensor hacia la sexta planta con una pareja joven, que no ocultaba su amor mientras yo intentaba disimular la envidia que sentía hacia ellos.
La habitación 650 era la última del pasillo. Caminé despacio. En las últimas horas me había dado cuenta que durante estos años había estado ciego. Había por fin conseguido quitarme esa venda de mis ojos y de mi corazón. Antes de llegar a la habitación, saqué del bolsillo interior de mi americana las cuatro fotos que siempre me acompañaban desde que abandoné Madrid. Sin dudarlo un instante las hice pedazos y las tiré en el carro de limpieza apostado en el pasillo.
Abrí la puerta con cuidado y allí estaba ella, sola. Había avisado a Melissa de que volvía y le había pedido que, con la excusa de ir a comer algo, saliese cinco minutos antes de que yo llegase. Había aceptado encantada, feliz de que yo me dispusiese a reconocer lo que me había advertido e insinuado cientos de veces.
Todavía algo somnolienta, por los efectos de los tranquilizantes, Ela tardó unos segundos en darse cuenta de que yo estaba allí. Cuando lo hizo comenzó a llorar, a recriminarme mi vuelta al hospital, a reprocharme el no haberle hecho caso. No obstante su mirada no era de enfado, si no de felicidad. Yo sabía que sus lágrimas denotaban emoción y quizá amor. De esto último me cercioré cuando me acerqué, y sin permitirle que siguiera con su discurso de reprobación, besé sus labios, tiernos y carnosos. Se paralizó en un primer momento, pero comenzó a besarme ella también, en el que fue quizá el beso con mayor carga emocional y mayor significado, que nunca me habían dado. En ese momento, nos dimos cuenta que llevábamos enamorados demasiado tiempo el uno del otro.
- He vivido todo este tiempo anclado en mi pasado, sin dar ese paso necesario para olvidar y superar el vacío que creí llenar al dejar todo atrás. Fuiste testigo de que no lo conseguí, y en el fondo sabemos que no lo hubiera conseguido en estos cuatro días en Madrid. Pero aún así me apoyaste, como me has apoyado durante todos estos años. Ahora me doy cuenta que me enamoré de tí desde el primer día que tus ojos se cruzaron con los míos. Me enamoré de esa mirada que muchos hombres desprestigiaban, pero que se grabó a fuego en mi corazón. He tardado demasiado, pero he logrado comprender que no podía dejar pasar la oportunidad de ser felices por vivir martirizado por los vestigios de mi pasado...
Ela me puso su dedo índice en mis labios, con suavidad, interrumpiendo mi discurso, para inmediatamente besarme de nuevo. No sé cuánto duró aquel beso, pero me sentí como hacía mucho mucho tiempo no me sentía. Me sentí libre.
Nos interrumpieron los sollozos de felicidad de Melissa, que acababa de irrumpir en la habitación. Le pedimos que se acercara, felices, riéndonos, y nos abrazamos los tres, como una familia que vuelve a sentirse como tal, tras demasiado tiempo sin serlo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario