Hacía tiempo que no salía de noche con el grupo de amigos que cada viernes y sábado trataban sin éxito de convencerme para hacerlo. Pero esa noche era diferente. Mi avión hacia Madrid despegaba a las 16 horas del día siguiente, y necesitaba una noche sin pensar ni agobiarme. Una noche como tantas y tantas que pasé durante los primeros años de mi llegada a Bostón.
Mis amigos de allí eran gente adinerada y con gustos caros y políticamente incorrectos. Cada noche que el chófer de John venía a recogerme a mi casa para llevarme a Rhode Island, yo intuía que la noche no iba a tener desperdicio. Casi siempre comenzábamos cenando en el "Bauchard", restaurante de unos conocidos de John, donde solíamos empezar con nuestros caros vicios descorchando varias botellas de Perriere Jouet, antes dirigirnos a uno de los locales de moda cerca de Providence. La mayoría de la gente que allí se encontraba, en los reservados, eran clientes habituales de mi cadena de Lounge Cafés, que no dudaban de gastar cantidades excesivas de dinero en alcohol, drogas y sexo. En pos de sentirme como uno de ellos, jamás rechacé ninguna de sus invitaciones para ser partícipe de su perdición.
Todo cambió la noche en la que conocí a Ela. Durante una de nuestras noches empapadas en vicio y degeneración, un cliente de John nos invitó a un baile privado de cuatro de sus mejores chicas a cada uno de nosotros (John, Mike, Phill y yo). El cerebro de Mike, colapsado por el alcohol y las incontables rayas de coca que había esnifado, no procesó la advertencia del personal de seguridad acerca de la prohibición de tocar a las bailarinas de streeptease. La escena sucedió muy deprisa y el recuerdo que aún martillea mi mente es el de Mike sujetando del pelo a la bailarina y perdiendo su dignidad mientras abofeteaba a aquella chica. Mi puño contactó con su cara, y nos separó de por vida, no he vuelto a saber de él. La furia y el asco que sentí en ese momento me llevó a utilizar la violencia con mi antiguo amigo, pro no lo pude evitar. Tras el altercado, Mike abandonó corriendo el local mientras yo sujetaba a la chica, tumabada en el suelo y trataba de consolarla, mientras esperaba la asistencia sanitaria. Me dijo su nombre: Ela.
Habían transcurrido ya 8 años desde aquello y Ela seguía conmigo. No éramos pareja, en el sentido amoroso del término, pero hacíamos un gran equipo como ella decía. Vivíamos juntos desde prácticamente el accidente con Mike y desde ese momento, comenzó a ayudarme con mi negocio, que despegó exponencialmente.
Aquella noche antes de regresar a Madrid, Ela organizó todo lo necesario para que reviviera una de mis noches de desenfreno. Contó con la ayuda de John y Phill, que dudaban de que consiguiese convencerme para ello, debido a que desde el puñetazo a Mike, yo había renunciado a las corruptas noches en Rhode Island. Sin embargo aquello era diferente. Ela lo sabía y supo entrelazar las palabras adecuadas para hacerme ver que necesitaba una noche de desconexión antes de enfrentarme a mi pasado.
Parecía que nada había cambiado cuando vi aparecer el coche del chófer de John. Se me hizo un pequeño nudo en el estómago, fruto de los nervios y la ansiedad por volver a salir tras tanto tiempo. Quizá también por las pocas horas que quedaban para tomar mi avión. Me acomodé en la parte de atrás y me serví una copa de champán del minibar del que disponía el coche. Cerré los ojos, puse mi mente en blanco y me dejé llevar.
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