Cuando los grandes logros cojean por dudar de su validez, y las palabras profundizan más que el acero candente a través de la piel, es el momento de no pensar, de sólo sentir. Es el momento de valorar el sonido de tu propia respiración como la más dulce de las melodías y de saber que detrás de ese impenetrable y a su vez inconsistente muro, hay un latido propio y fugaz que debe llenar de orgullo la más mortal de las tristezas.
Reducidos a la nada más absoluta revolotean los flujos imaginarios de felicidad, escrutando anchos parajes teñidos de pesadumbres abandonadas por antiguos soñadores que consiguieron, durante un escaso pero apasionante momento, saberse protagonistas de su realidad.
Encontré refugio en tu mirada, que no pedía nada, que atraía mis recuerdos y sin preguntar, escondía mis lamentos y secaba mis lágrimas.
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