Describes esa sensación como una pesadumbre teñida de resquicios de una pena que se niega a desaparecer. Te has abierto, y esa oscuridad que reinaba entre tus pensamientos, se ha disipado por completo. Has madurado, pero tu pena y tus ganas de que sea como era antes, hacen que quizá me lo tenga que plantear.
Llueve. Caminas con paso acelerado mientras tus pensamientos se atropellan en tu mente. Puede que sea peligroso, pero crees que es el momento. Crees que el tiempo que pasó ha sido suficiente para poder atravesar la barrera que tú mismo te impusiste. Estás seguro que tan sólo podrás sentirte bien si consigues sumergirte en el mar de emociones que se han ido acumulando durante todo este tiempo.
Logramos empezar a desenterrar nuestros mundos, prohibidos y peligrosos hasta este momento. Ha caído la primera piedra. Por ahora son pequeños pasos, pequeñas redes que comenzamos a desenmarañar. Pronto desembarcaremos en una realidad en la cual no caminaré con pies de plomo mientras consigo adivinar el verdadero sentido de tus palabras.
Luchas contra el miedo y el peligro. Al cruzar la calle, empapada por las gotas de lluvia que tras largos meses no te han abandonado, has pensado en ese momento. Ese segundo en el que con tan solo una pregunta, no te sentiste encadenada, y me mostraste que tu mundo, hasta ese instante difuminado e infranqueable para mí, comenzaba a adquirir un significado que ya podía por fin, empezar a comprender.
domingo, 16 de diciembre de 2012
sábado, 1 de diciembre de 2012
Al otro lado...
Había conseguido quedarme traspuesta cuando sonó el teléfono. Eras tú de nuevo, pero tu voz al otro lado del auricular, anunciaba que había tenido lugar un cambio en tu vida.
Recobramos el contacto hacía relativamente poco tiempo, coincidiendo con la ruptura con la que fue tu pareja durante más de ocho años. De esto hace casi ya un año. Durante este tiempo, nos unió una complicidad mayor si cabe que la que tuvimos en nuestra adolescencia. No pasaba día sin que empeñásemos las horas muertas hablando de cualquier cosa, recordando nuestra infancia, pero sobre todo, recordándola a ella. Todavía no habías conseguido olvidarle, y nuestras conversaciones siempre acababan teñidas de lágrimas de sufrimiento y melancolía. Llorabas y me hacías llorar, pero siempre conseguía que tus llantos se tornaran en carcajadas de resignación.
Te llegué a conocer y entender muy bien, por eso sabía que tu vida había dado un giro repentino.
Tus palabras denotaban una alegría que hacía mucho tiempo perdiste. Comenzaste asegurándome que habías conocido a alguien que conseguiría alejarte de las peligrosas noches de olvido y desenfreno en las que vendías tu alma y tu corazón al mejor postor.
Desde que ella te abandonó, habías prometido día a día que jamás volverías a enamorarte; que jamás dejarías que alguien fuese más importante para tí que tú mismo. Al escucharte contradecir tu ideal de futuro, un nudo en mi estómago comenzó a tomar forma.
Continuaste explicándome, irradiando una emoción incontrolable a cada palabra que pronunciabas, que hace unas semanas os presentaron en una convención, y que desde ahí fue todo muy atropellado. Me relataste cómo desde que tu mejilla rozó la suya al saludaros y sentiste su aroma extendiéndose por toda tu piel, se derrumbaron todos tus esquemas.
Fueron 19 días seguidos los que habías quedado con ella, y te bastaron para saber que sería la mujer de tu vida (según tus palabras). Yo intenté disuadirte de ir tan deprisa. No sé si lo hacía por tí, porque me preocupaba realmente de que el vuelco que había dado tu corazón constituyese un peligro mayor que en el que te viste inmerso durante este último año, o por mí, porque significaría volver a mi antigua soledad, de noches con el corazón a oscuras, cerrado por olvido.
Finalmente te animé a arriesgarte, porque sentí, al otro lado de la línea, que gracias a aquella convención, gracias a que conociste a aquella persona, volvías a ser aquel niño que se acercó a mi mientras leía mi libro en el patio del colegio, y me invitó a jugar con todos los demás; que volvías a ser quien me allanaba el camino para poder socializarme y no me abandonaba a mi propia soledad; que volvías a ser aquél de quien prometí nunca separarme; aquél de quien me enamoré.
Colgamos. Me diste las gracias más de diez veces por todo lo que había hecho por tí. Al otro lado del teléfono, me ruboricé. Me sorprendiste afirmando que a partir de ese momento, ibas a cuidar de mí, para poder intentar devolverme todo lo que supuestamente, yo te había dado.
Quedamos al día siguiente para que conociera a la mujer que había cambiado nuestras vidas. Me habías asegurado que íbamos a ser grandes amigas. No lo dudé, porque sabía esconder muy bien mis sentimientos y me importaba más él que cualquier persona en el mundo, incluida yo.
Recobramos el contacto hacía relativamente poco tiempo, coincidiendo con la ruptura con la que fue tu pareja durante más de ocho años. De esto hace casi ya un año. Durante este tiempo, nos unió una complicidad mayor si cabe que la que tuvimos en nuestra adolescencia. No pasaba día sin que empeñásemos las horas muertas hablando de cualquier cosa, recordando nuestra infancia, pero sobre todo, recordándola a ella. Todavía no habías conseguido olvidarle, y nuestras conversaciones siempre acababan teñidas de lágrimas de sufrimiento y melancolía. Llorabas y me hacías llorar, pero siempre conseguía que tus llantos se tornaran en carcajadas de resignación.
Te llegué a conocer y entender muy bien, por eso sabía que tu vida había dado un giro repentino.
Tus palabras denotaban una alegría que hacía mucho tiempo perdiste. Comenzaste asegurándome que habías conocido a alguien que conseguiría alejarte de las peligrosas noches de olvido y desenfreno en las que vendías tu alma y tu corazón al mejor postor.
Desde que ella te abandonó, habías prometido día a día que jamás volverías a enamorarte; que jamás dejarías que alguien fuese más importante para tí que tú mismo. Al escucharte contradecir tu ideal de futuro, un nudo en mi estómago comenzó a tomar forma.
Continuaste explicándome, irradiando una emoción incontrolable a cada palabra que pronunciabas, que hace unas semanas os presentaron en una convención, y que desde ahí fue todo muy atropellado. Me relataste cómo desde que tu mejilla rozó la suya al saludaros y sentiste su aroma extendiéndose por toda tu piel, se derrumbaron todos tus esquemas.
Fueron 19 días seguidos los que habías quedado con ella, y te bastaron para saber que sería la mujer de tu vida (según tus palabras). Yo intenté disuadirte de ir tan deprisa. No sé si lo hacía por tí, porque me preocupaba realmente de que el vuelco que había dado tu corazón constituyese un peligro mayor que en el que te viste inmerso durante este último año, o por mí, porque significaría volver a mi antigua soledad, de noches con el corazón a oscuras, cerrado por olvido.
Finalmente te animé a arriesgarte, porque sentí, al otro lado de la línea, que gracias a aquella convención, gracias a que conociste a aquella persona, volvías a ser aquel niño que se acercó a mi mientras leía mi libro en el patio del colegio, y me invitó a jugar con todos los demás; que volvías a ser quien me allanaba el camino para poder socializarme y no me abandonaba a mi propia soledad; que volvías a ser aquél de quien prometí nunca separarme; aquél de quien me enamoré.
Colgamos. Me diste las gracias más de diez veces por todo lo que había hecho por tí. Al otro lado del teléfono, me ruboricé. Me sorprendiste afirmando que a partir de ese momento, ibas a cuidar de mí, para poder intentar devolverme todo lo que supuestamente, yo te había dado.
Quedamos al día siguiente para que conociera a la mujer que había cambiado nuestras vidas. Me habías asegurado que íbamos a ser grandes amigas. No lo dudé, porque sabía esconder muy bien mis sentimientos y me importaba más él que cualquier persona en el mundo, incluida yo.
jueves, 22 de noviembre de 2012
Quizá..
Tantas y tantas veces, aun tratando de esconderte, de pasar desapercibido, de ser el triste susurro de una brizna de viento, te encuentras protagonizando una escena que no fue escrita para tí.
Sientes multitud de miradas ajenas posadas en tu persona. Te preguntas por qué. A qué se debe ese sobrevenido y no deseado protagonismo que te ha concedido por unos instantes el honor de ser alguien, con nombre y apellidos, no sólo uno más que deambula sin ton ni son por la vida, una rueda de situaciones y sensaciones que no deja de girar, hasta que se apaga sin previo aviso.
En esta tesitura, en la que el peso de ser alguien ahoga tus ansias de ser feliz siendo uno más, parece imposible salir del bucle en que te encuentras inmerso, destapando tus complejos y miedos más ocultos.
Sin embargo algo ha cambiado, has cambiado. Hoy has recibido tu nuevo rol de líder entre la muchedumbre como algo normal. Te sientes como si toda tu vida hubieras desempeñado el puesto del héroe y no del antihéroe al que tanto te asemejabas durante estos largos años. Disfrutas y haces disfrutar. Creen en tí y te descubres siendo el espejo en que se quieren reflejar...
Aquella noche dormiste de un tirón, sintiéndote poderoso, creyendo ocupar un trono del que jamás te podrían remover. Descubriste casi sin darte cuenta el placer de ser aquél con quien siempre soñaste.
Quizá sólo necesitabas este pequeño empujón; quizá un pequeño cambio de contexto; quizá la magia de tus palabras; quizá....
Sientes multitud de miradas ajenas posadas en tu persona. Te preguntas por qué. A qué se debe ese sobrevenido y no deseado protagonismo que te ha concedido por unos instantes el honor de ser alguien, con nombre y apellidos, no sólo uno más que deambula sin ton ni son por la vida, una rueda de situaciones y sensaciones que no deja de girar, hasta que se apaga sin previo aviso.
En esta tesitura, en la que el peso de ser alguien ahoga tus ansias de ser feliz siendo uno más, parece imposible salir del bucle en que te encuentras inmerso, destapando tus complejos y miedos más ocultos.
Sin embargo algo ha cambiado, has cambiado. Hoy has recibido tu nuevo rol de líder entre la muchedumbre como algo normal. Te sientes como si toda tu vida hubieras desempeñado el puesto del héroe y no del antihéroe al que tanto te asemejabas durante estos largos años. Disfrutas y haces disfrutar. Creen en tí y te descubres siendo el espejo en que se quieren reflejar...
Aquella noche dormiste de un tirón, sintiéndote poderoso, creyendo ocupar un trono del que jamás te podrían remover. Descubriste casi sin darte cuenta el placer de ser aquél con quien siempre soñaste.
Quizá sólo necesitabas este pequeño empujón; quizá un pequeño cambio de contexto; quizá la magia de tus palabras; quizá....
viernes, 12 de octubre de 2012
Justo un año después.
Cada vez está más cercano el invierno. Los últimos coletazos de calor de octubre dejarán paso a las tardes frías en las que salir de casa se antoja el último de los planes. Eso es ahora.
Hubo un tiempo en que esperaba con impaciencia la llegada del invierno para disfrutar de imborrables paseos fríos por Madrid. De la mano hacíamos frente a las bajas temperaturas, mientras caminábamos a buen ritmo, a nuestro ritmo, perdiéndonos entre los místicos y fascinantes recovecos existentes en el casco histórico de nuestra ciudad. Disfrutábamos dejándonos llevar entre sus laberínticas calles, y éramos felices al encontrarnos, al doblar cualquier esquina, tras un tiempo deambulando casi perdidos, con algún lugar conocido para ambos.
Fueron varios inviernos, otoños y primaveras. Ahora las gélidas temperaturas vuelven a significar aquello que dejaron de significar hace años: tardes y noches bajo techo, donde el aliento helado del clima invernal tiene prohibida la entrada.
Justo un año después del naufragio de nuestro barco de papel, me vuelvo a acordar de todos nuestros inviernos, con nostalgia, pero como siempre, feliz, sabiendo que fue lo correcto. No volveremos a ser lo que fuimos, pero estoy orgulloso de ser lo que somos.
Justo un año antes, me senté en aquel vagón que cambió completamente mi vida. Comenzó a moverse y yo abrí los ojos hacia aquello que nunca pensé en aquel momento que podría ser, pero que soy ahora.
Justo un año después, estamos bien.
Hubo un tiempo en que esperaba con impaciencia la llegada del invierno para disfrutar de imborrables paseos fríos por Madrid. De la mano hacíamos frente a las bajas temperaturas, mientras caminábamos a buen ritmo, a nuestro ritmo, perdiéndonos entre los místicos y fascinantes recovecos existentes en el casco histórico de nuestra ciudad. Disfrutábamos dejándonos llevar entre sus laberínticas calles, y éramos felices al encontrarnos, al doblar cualquier esquina, tras un tiempo deambulando casi perdidos, con algún lugar conocido para ambos.
Fueron varios inviernos, otoños y primaveras. Ahora las gélidas temperaturas vuelven a significar aquello que dejaron de significar hace años: tardes y noches bajo techo, donde el aliento helado del clima invernal tiene prohibida la entrada.
Justo un año después del naufragio de nuestro barco de papel, me vuelvo a acordar de todos nuestros inviernos, con nostalgia, pero como siempre, feliz, sabiendo que fue lo correcto. No volveremos a ser lo que fuimos, pero estoy orgulloso de ser lo que somos.
Justo un año antes, me senté en aquel vagón que cambió completamente mi vida. Comenzó a moverse y yo abrí los ojos hacia aquello que nunca pensé en aquel momento que podría ser, pero que soy ahora.
Justo un año después, estamos bien.
jueves, 27 de septiembre de 2012
Aquella tarde fue diferente.
Ya debían ser más de las ocho. El sol se escondía en el horizonte. El mar se tornaba en llamaradas concebidas por los destellos de los rayos de un sol, al que cada vez le costaba menos desaparecer ante mis atónitos ojos.
No recordaba los atardeceres que había esperado a que el sol se pusiese, allí, en aquella playa, alejada de cualquier atisbo de realidad.
Cada día desde que no podía recordar, tras nuestra obligada siesta (en la que no podía conciliar el sueño), me abandonaban a mi suerte tendido en la arena, sin más compañía que la que me proporcionaba el murmullo de las olas. Allí sentado disfrutaba de mis horas de libertad, a sabiendas de que al desaparecer el sol, regresarían a devolverme a la prisión en la que me hallaba desde hacía ya muchos atardeceres, quizá demasiados.
Aquella tarde fue diferente. Desde el desayuno, deseché cada uno de los sedantes que, cuatro veces al día, me suministraban los enfermeros del centro psiquiátrico. Había desarrollado una habilidad especial para ocultar cualquier cosa en mi esófago, y devolverla posteriormente.
¿Que por qué no había realizado esta operación desde que tengo conciencia de estar aquí? Porque necesitaba no tener el cerebro activo. Al ingerirlos entraba en un estado de paz, que, aunque irreal, me reconfortaba y me permitía esconder el pasado tras los efectos hipnóticos de aquellas drogas.
Durante todo aquel día, "limpio" de ayudas exógenas, las imágenes se sucedían en mi mente, y una tras otra me golpeaban, cada vez más fuerte, como enormes martillos ávidos de venganza y rencor.
Familias enteras, niños, hogares...todo destruido a nuestro paso. Acabábamos con todo únicamente por diversión. En nuestros ratos libres, desvalijábamos aldeas, y no dejábamos aliento alguno de vida allá por donde nuestros putrefactos cuerpos e inexistentes almas decidían dirigir sus miradas de odio y destrucción.
Fueron sólo unas horas, pero entendí el porqué de estar en aquel centro psiquiátrico. No podía dejar de pensar en aquellas imágenes que me atormentaban, y sentía como la locura invadía mi cuerpo. Temblaba, estaba inundado en sudor; las lágrimas discurrían por mis mejillas sin control y mi cabeza seguía siendo martilleada por aquellos recuerdos que durante un tiempo las pastillas habían conseguido ocultar.
De nuevo allí estaba, pero aquella tarde fue diferente. Me abandonaron en la arena como cada día, pero mi mente destilaba una lucidez inusual; un conato de cordura tras la locura en la que me había visto envuelto durante todo el día.
Sin dudar, y con la determinación de alguien que no espera nada más de la vida, desgarré mi lengua de un certero y doloroso mordisco, en el momento en que vi desaparecer a mis espaldas a los enfermeros que me acompañaban cada día hasta la playa, el lugar en que terminaría mi burda existencia.
Me desangraba y la camisa de fuerza que me había protegido de mí mismo durante la larga estancia en aquel lugar, se tornaba en un rojo sombrío y lúgubre.
Durante las horas de penitencia hasta que el último hálito de vida me hubo abandonado, me acordé de los rostros de todas y cada una de las personas a las que había arrebatado su vida y con lágrimas en los ojos, pedí perdón por cada una de ellas. Escribí en la arena el número identificativo que me había acompañado durante toda mi existencia, grabado en mi "Dog-Tag", precedido de las palabras "I'm sorry". A partir de ahí, me dejé llevar...
-Me debes dos de los grandes! Ya te dije que estos marines americanos tras la guerra no duran más de un mes aquí.
Aquella tarde fue diferente. Al desaparecer el sol, los dos enfermeros transportaron el cadáver de aquel soldado, envuelto en sangre y lágrimas, desde la playa hasta la incineradora, donde engrosaría la lista de suicidios de aquel centro psiquiátrico de ex-combatientes.
No recordaba los atardeceres que había esperado a que el sol se pusiese, allí, en aquella playa, alejada de cualquier atisbo de realidad.
Cada día desde que no podía recordar, tras nuestra obligada siesta (en la que no podía conciliar el sueño), me abandonaban a mi suerte tendido en la arena, sin más compañía que la que me proporcionaba el murmullo de las olas. Allí sentado disfrutaba de mis horas de libertad, a sabiendas de que al desaparecer el sol, regresarían a devolverme a la prisión en la que me hallaba desde hacía ya muchos atardeceres, quizá demasiados.
Aquella tarde fue diferente. Desde el desayuno, deseché cada uno de los sedantes que, cuatro veces al día, me suministraban los enfermeros del centro psiquiátrico. Había desarrollado una habilidad especial para ocultar cualquier cosa en mi esófago, y devolverla posteriormente.
¿Que por qué no había realizado esta operación desde que tengo conciencia de estar aquí? Porque necesitaba no tener el cerebro activo. Al ingerirlos entraba en un estado de paz, que, aunque irreal, me reconfortaba y me permitía esconder el pasado tras los efectos hipnóticos de aquellas drogas.
Durante todo aquel día, "limpio" de ayudas exógenas, las imágenes se sucedían en mi mente, y una tras otra me golpeaban, cada vez más fuerte, como enormes martillos ávidos de venganza y rencor.
Familias enteras, niños, hogares...todo destruido a nuestro paso. Acabábamos con todo únicamente por diversión. En nuestros ratos libres, desvalijábamos aldeas, y no dejábamos aliento alguno de vida allá por donde nuestros putrefactos cuerpos e inexistentes almas decidían dirigir sus miradas de odio y destrucción.
Fueron sólo unas horas, pero entendí el porqué de estar en aquel centro psiquiátrico. No podía dejar de pensar en aquellas imágenes que me atormentaban, y sentía como la locura invadía mi cuerpo. Temblaba, estaba inundado en sudor; las lágrimas discurrían por mis mejillas sin control y mi cabeza seguía siendo martilleada por aquellos recuerdos que durante un tiempo las pastillas habían conseguido ocultar.
De nuevo allí estaba, pero aquella tarde fue diferente. Me abandonaron en la arena como cada día, pero mi mente destilaba una lucidez inusual; un conato de cordura tras la locura en la que me había visto envuelto durante todo el día.
Sin dudar, y con la determinación de alguien que no espera nada más de la vida, desgarré mi lengua de un certero y doloroso mordisco, en el momento en que vi desaparecer a mis espaldas a los enfermeros que me acompañaban cada día hasta la playa, el lugar en que terminaría mi burda existencia.
Me desangraba y la camisa de fuerza que me había protegido de mí mismo durante la larga estancia en aquel lugar, se tornaba en un rojo sombrío y lúgubre.
Durante las horas de penitencia hasta que el último hálito de vida me hubo abandonado, me acordé de los rostros de todas y cada una de las personas a las que había arrebatado su vida y con lágrimas en los ojos, pedí perdón por cada una de ellas. Escribí en la arena el número identificativo que me había acompañado durante toda mi existencia, grabado en mi "Dog-Tag", precedido de las palabras "I'm sorry". A partir de ahí, me dejé llevar...
-Me debes dos de los grandes! Ya te dije que estos marines americanos tras la guerra no duran más de un mes aquí.
Aquella tarde fue diferente. Al desaparecer el sol, los dos enfermeros transportaron el cadáver de aquel soldado, envuelto en sangre y lágrimas, desde la playa hasta la incineradora, donde engrosaría la lista de suicidios de aquel centro psiquiátrico de ex-combatientes.
lunes, 17 de septiembre de 2012
Carta vital.
Querido lector desconocido:
Me vuelvo a mostrar ante tí, a través de estas líneas, con el objetivo de que seas partícipe de los pequeños, a la par que importantes acontecimientos, que están llenando mi vida de cambios y emociones.
En primer lugar, a pocos días del fin de este tan esperado pero tan corto verano, me acordaré de una frase que me ha acompañado durante los últimos períodos estivales y ahora comienza a tener sentido: " ¿Quién sabe cuándo habrá otro verano?"- ( Las bicicletas son para el verano, Fernando Fernán Gómez).
Terminaba aquel septiembre de 2005. Daba comienzo mi etapa universitaria, y al igual que ahora, siete años después, intuía que podía ser un punto de inflexión que derivaría en grandes alteraciones en lo que había sido mi vida hasta ese instante.
Como apuntaba, han sido siete años "complejos". Han sido siete años de grandes alegrías, de inolvidables momentos y lo más importante, inolvidables personas que espero me acompañen durante toda mi existencia. Sin embargo, ha sido la época de mi vida más complicada, en la que la tristeza y la decepción me han acompañado asíduamente, quizá más de lo que pensaba podría soportar. Aun así, a pesar de todo, creo que siempre he conseguido levantarme, y siempre lo he hecho con una sonrisa en la cara, incluso en las peores situaciones.
He perdido, prácticamente, siete veranos, tratando de atenuar los fracasos que se acumulaban a mis espaldas. Pero la diferencia entre el anterior "prácticamente" y el "completamente", hacía que disfrutase de los segundos de libertad veraniega con mucha más intensidad. Tanto es así, que cada año, con el comienzo del otoño, me invadía la nostalgia al recordar mis triste pero intenso verano.
Y aquí estoy, septiembre de 2012, y he conseguido licenciarme. Todo se ve de otra manera. Todas las ocasiones en que pensé desistir, cesar en mi empeño por terminar, se ven lejanas y difusas. Acabas y superficialmente, sólo recuerdas las cosas buenas. Es una de las mayores virtudes que tenemos las personas: al conseguir nuestros objetivos, todos los obstáculos y todas las penurias que hemos pasado hasta lograrlos, desaparecen, o al menos se alivian, e incluso, se "dulcifican".
Durante estos días, todo han sido buenas noticias. Además de conseguir concluir mi etapa universitaria, parece que mi futuro se clarifica, tras largos períodos de reflexión, duda, incertidumbre e incluso ansiedad. Podrán demostrarse como buenas o malas decisiones las que he tomado, pero nunca dejarán de ser "mis" decisiones, y jamás me arrepentiré de que así lo sean . Ya conseguí superar, hace algún tiempo, mi estadio de continuos arrepentimientos por cada decisión tomada y cada actuación realizada ; y espero y deseo, no volver a pasar por ello.
Para concluir, te quiero dar las gracias a tí, lector desconocido, por estar ahí, tras ese espejo imaginario, contribuyendo y participando en mi necesidad de plasmar mi senda vital a través de este blog. Espero nunca perder las ganas y el deseo de seguir escribiendo.
Atentamente, siempre tuyo.
Me vuelvo a mostrar ante tí, a través de estas líneas, con el objetivo de que seas partícipe de los pequeños, a la par que importantes acontecimientos, que están llenando mi vida de cambios y emociones.
En primer lugar, a pocos días del fin de este tan esperado pero tan corto verano, me acordaré de una frase que me ha acompañado durante los últimos períodos estivales y ahora comienza a tener sentido: " ¿Quién sabe cuándo habrá otro verano?"- ( Las bicicletas son para el verano, Fernando Fernán Gómez).
Terminaba aquel septiembre de 2005. Daba comienzo mi etapa universitaria, y al igual que ahora, siete años después, intuía que podía ser un punto de inflexión que derivaría en grandes alteraciones en lo que había sido mi vida hasta ese instante.
Como apuntaba, han sido siete años "complejos". Han sido siete años de grandes alegrías, de inolvidables momentos y lo más importante, inolvidables personas que espero me acompañen durante toda mi existencia. Sin embargo, ha sido la época de mi vida más complicada, en la que la tristeza y la decepción me han acompañado asíduamente, quizá más de lo que pensaba podría soportar. Aun así, a pesar de todo, creo que siempre he conseguido levantarme, y siempre lo he hecho con una sonrisa en la cara, incluso en las peores situaciones.
He perdido, prácticamente, siete veranos, tratando de atenuar los fracasos que se acumulaban a mis espaldas. Pero la diferencia entre el anterior "prácticamente" y el "completamente", hacía que disfrutase de los segundos de libertad veraniega con mucha más intensidad. Tanto es así, que cada año, con el comienzo del otoño, me invadía la nostalgia al recordar mis triste pero intenso verano.
Y aquí estoy, septiembre de 2012, y he conseguido licenciarme. Todo se ve de otra manera. Todas las ocasiones en que pensé desistir, cesar en mi empeño por terminar, se ven lejanas y difusas. Acabas y superficialmente, sólo recuerdas las cosas buenas. Es una de las mayores virtudes que tenemos las personas: al conseguir nuestros objetivos, todos los obstáculos y todas las penurias que hemos pasado hasta lograrlos, desaparecen, o al menos se alivian, e incluso, se "dulcifican".
Durante estos días, todo han sido buenas noticias. Además de conseguir concluir mi etapa universitaria, parece que mi futuro se clarifica, tras largos períodos de reflexión, duda, incertidumbre e incluso ansiedad. Podrán demostrarse como buenas o malas decisiones las que he tomado, pero nunca dejarán de ser "mis" decisiones, y jamás me arrepentiré de que así lo sean . Ya conseguí superar, hace algún tiempo, mi estadio de continuos arrepentimientos por cada decisión tomada y cada actuación realizada ; y espero y deseo, no volver a pasar por ello.
Para concluir, te quiero dar las gracias a tí, lector desconocido, por estar ahí, tras ese espejo imaginario, contribuyendo y participando en mi necesidad de plasmar mi senda vital a través de este blog. Espero nunca perder las ganas y el deseo de seguir escribiendo.
Atentamente, siempre tuyo.
miércoles, 25 de julio de 2012
Ver llover.
Hacía ya mucho tiempo que no me detenía a ver llover. Hacía tiempo que no disfrutaba del aroma de la lluvia, ese característico olor a "tierra mojada" que tantos recuerdos y emociones hacen brotar en mi mente. Hoy ha sido de esos días en que las tormentas me trasladan a momentos ya vividos, casi olvidados y sólo recordados a través de los estímulos que provocan en mi interior los chaparrones estivales.
La lluvia, las tormentas, son la metáfora de nuestras vidas. Anuncian su llegada, dejan su huella, y desaparecen sin dejar rastro alguno, únicamente el recuerdo en nuestros sentidos del húmedo aroma que traen consigo.
Todas las cosas, y sobre todo, todas las personas que en algún momento forman parte de nuestras vidas, siguen el mismo patrón. Poco a poco anuncian su llegada; forman parte de nuestro círculo vital dejando su huella en él, y tarde o temprano desaparecen. En ese momento, cada persona, que durante más o menos tiempo ha formado parte de nuestro mencionado círculo vital, nos regalará un recuerdo (una imagen, un sonido, un olor..) que siempre quedará grabado en alguno de nuestros sentidos. Así, cada vez que sintamos dicho estímulo, podremos recordar a aquella persona que nos ayudó, durante un tiempo, a escribir nuestra vida, plagada de huellas imborrables.
Hacía mucho tiempo que no me detenía a ver llover. Y hacía mucho tiempo que no sentía la necesidad de que la tormenta durase para siempre.
La lluvia, las tormentas, son la metáfora de nuestras vidas. Anuncian su llegada, dejan su huella, y desaparecen sin dejar rastro alguno, únicamente el recuerdo en nuestros sentidos del húmedo aroma que traen consigo.
Todas las cosas, y sobre todo, todas las personas que en algún momento forman parte de nuestras vidas, siguen el mismo patrón. Poco a poco anuncian su llegada; forman parte de nuestro círculo vital dejando su huella en él, y tarde o temprano desaparecen. En ese momento, cada persona, que durante más o menos tiempo ha formado parte de nuestro mencionado círculo vital, nos regalará un recuerdo (una imagen, un sonido, un olor..) que siempre quedará grabado en alguno de nuestros sentidos. Así, cada vez que sintamos dicho estímulo, podremos recordar a aquella persona que nos ayudó, durante un tiempo, a escribir nuestra vida, plagada de huellas imborrables.
Hacía mucho tiempo que no me detenía a ver llover. Y hacía mucho tiempo que no sentía la necesidad de que la tormenta durase para siempre.
jueves, 28 de junio de 2012
De un amigo.
Un susurro de tu boca me basta para saber cómo te sientes. Fueron muchos años en los que me perdía entre tus encantos y tus palabras. No me puedes engañar. Otros te miran a los ojos y se detienen en tu mirada color miel, pero yo, quizá ahora entendiéndote mejor, me adentro hasta tu alma, para acabar el viaje en tu corazón. Me cuenta que naufraga entre tanta tristeza; me cuenta que lucha por no autoconsumirse entre tantas lágrimas de ira y pesadumbre.
Sé que muchas veces te escondes. Sé que te cuesta no pensar en todo lo que puedes perder. Y sé, que pese a que trates de ocultarte tras tu coraza de orgullos y temores, eres frágil y vulnerable.
Sabes que no estás sola. Sabes que no lo pienso sólo yo, sino quienes de verdad van a estar ahí en cualquier momento, en cualquier situación. No conozco tu vida más allá de nuestros lazos, pero te insto a que nunca los pierdas, es más, que los fortalezcas más si cabe.
Te espera la felicidad al doblar la esquina. Sólo tienes que apartar todo aquello que está hiriéndote y alejándote poco a poco de ser realmente feliz. Muéstrales quién de verdad eres, que yo te conozco, y no dudo que puedas hacerlo.
Camina segura, que yo estaré ahí, durante todo el camino, y esperándote al doblar esa esquina.
Sé que muchas veces te escondes. Sé que te cuesta no pensar en todo lo que puedes perder. Y sé, que pese a que trates de ocultarte tras tu coraza de orgullos y temores, eres frágil y vulnerable.
Sabes que no estás sola. Sabes que no lo pienso sólo yo, sino quienes de verdad van a estar ahí en cualquier momento, en cualquier situación. No conozco tu vida más allá de nuestros lazos, pero te insto a que nunca los pierdas, es más, que los fortalezcas más si cabe.
Te espera la felicidad al doblar la esquina. Sólo tienes que apartar todo aquello que está hiriéndote y alejándote poco a poco de ser realmente feliz. Muéstrales quién de verdad eres, que yo te conozco, y no dudo que puedas hacerlo.
Camina segura, que yo estaré ahí, durante todo el camino, y esperándote al doblar esa esquina.
lunes, 25 de junio de 2012
Entre carreteras.
Quién supo entender tus lágrimas al anochecer,
mientras yo perdía mi vida cantando hasta el amanecer.
Dónde esta el culpable que nos hizo perecer,
yo entre acordes desgañitados y tú, esperándome.
Cuándo te diste cuenta de que no te hacía feliz,
y entregaste tu vida a quien sabría cuidar de tí.
Mi vida entre escenarios, carreteras, melodías de soledad;
quebraron lo que un día llamabas eternidad.
Un lunes olvidado mi vida yo te iba a confesar,
que abandonaba las madrugadas tan lejos de tu aliento,
que tantas veces me hizo levantar.
Ahora escribo en pentagramas de melancolía, tristeza y soledad.
Sin rencores y con deseos, que quien te quiera, lo haga como yo,
pero te lo sepa demostrar.
mientras yo perdía mi vida cantando hasta el amanecer.
Dónde esta el culpable que nos hizo perecer,
yo entre acordes desgañitados y tú, esperándome.
Cuándo te diste cuenta de que no te hacía feliz,
y entregaste tu vida a quien sabría cuidar de tí.
Mi vida entre escenarios, carreteras, melodías de soledad;
quebraron lo que un día llamabas eternidad.
Un lunes olvidado mi vida yo te iba a confesar,
que abandonaba las madrugadas tan lejos de tu aliento,
que tantas veces me hizo levantar.
Ahora escribo en pentagramas de melancolía, tristeza y soledad.
Sin rencores y con deseos, que quien te quiera, lo haga como yo,
pero te lo sepa demostrar.
miércoles, 20 de junio de 2012
El destino de tu mirada. Última parte.
Se anunciaba por megafonía la última llamada de mi vuelo hacia Madrid, y allí seguía yo, inmóvil en la puerta de embarque. Había transcurrido media hora, y no me había movido de mi posición. Mi cuerpo estaba allí, pero mi mente y mis pensamientos no podían decidir que destino elegir, si Madrid o Boston.
Ela había conseguido convencerme de seguir con lo planeado, de tomar mi vuelo para lograr superar el pasado que me seguía aún atormentando, tras tantos años. Yo me había negado a ir al aeropuerto, e intenté con toda mi alma quedarme en el hospital, con Ela. Sin embargo, si en algo me ganaba siempre, era en cabezonería. No paro de llorar, de implorarme y suplicarme que no diese marcha atrás hasta que no me vio salir de la habitación donde estaba ingresada. Me tranquilizó alegando que Melissa cuidaría de ella durante los 4 días que iba a estar yo fuera, que no me preocupase, que estaba en buenas manos.
- Disculpe, ¿va a tomar el vuelo? Nos disponemos a cerrar la puerta de embarque.
No sé si había tomado la decisión correcta. Apoyé mi cabeza en la ventana tratando de evadirme de cualquier pensamiento que martilleaba mi cerebro, y ponía en entredicho la decisión tomada. Traté sin éxito de acomodarme pero tenía todo el cuerpo dolorido. No había dormido nada desde hacía más de 24 horas y los estimulantes que ingerí durante la noche comenzaban a perder su efecto. Casi sin darme cuenta me había quedado dormido.
- Disculpe caballero, siento despertarle pero ya hemos llegado al hospital.
Me desperecé como pude, pagué al taxista y caminé hacia la puerta del hospital. El corazón me retumbaba en el pecho con más intensidad a cada paso que daba, y que me acercaba a Ela. Hice una parada en la pequeña tienda de souvenirs que había en el hall del hospital y le compré un ramo de claveles blancos, sus favoritos. Tomé el ascensor hacia la sexta planta con una pareja joven, que no ocultaba su amor mientras yo intentaba disimular la envidia que sentía hacia ellos.
La habitación 650 era la última del pasillo. Caminé despacio. En las últimas horas me había dado cuenta que durante estos años había estado ciego. Había por fin conseguido quitarme esa venda de mis ojos y de mi corazón. Antes de llegar a la habitación, saqué del bolsillo interior de mi americana las cuatro fotos que siempre me acompañaban desde que abandoné Madrid. Sin dudarlo un instante las hice pedazos y las tiré en el carro de limpieza apostado en el pasillo.
Abrí la puerta con cuidado y allí estaba ella, sola. Había avisado a Melissa de que volvía y le había pedido que, con la excusa de ir a comer algo, saliese cinco minutos antes de que yo llegase. Había aceptado encantada, feliz de que yo me dispusiese a reconocer lo que me había advertido e insinuado cientos de veces.
Todavía algo somnolienta, por los efectos de los tranquilizantes, Ela tardó unos segundos en darse cuenta de que yo estaba allí. Cuando lo hizo comenzó a llorar, a recriminarme mi vuelta al hospital, a reprocharme el no haberle hecho caso. No obstante su mirada no era de enfado, si no de felicidad. Yo sabía que sus lágrimas denotaban emoción y quizá amor. De esto último me cercioré cuando me acerqué, y sin permitirle que siguiera con su discurso de reprobación, besé sus labios, tiernos y carnosos. Se paralizó en un primer momento, pero comenzó a besarme ella también, en el que fue quizá el beso con mayor carga emocional y mayor significado, que nunca me habían dado. En ese momento, nos dimos cuenta que llevábamos enamorados demasiado tiempo el uno del otro.
- He vivido todo este tiempo anclado en mi pasado, sin dar ese paso necesario para olvidar y superar el vacío que creí llenar al dejar todo atrás. Fuiste testigo de que no lo conseguí, y en el fondo sabemos que no lo hubiera conseguido en estos cuatro días en Madrid. Pero aún así me apoyaste, como me has apoyado durante todos estos años. Ahora me doy cuenta que me enamoré de tí desde el primer día que tus ojos se cruzaron con los míos. Me enamoré de esa mirada que muchos hombres desprestigiaban, pero que se grabó a fuego en mi corazón. He tardado demasiado, pero he logrado comprender que no podía dejar pasar la oportunidad de ser felices por vivir martirizado por los vestigios de mi pasado...
Ela me puso su dedo índice en mis labios, con suavidad, interrumpiendo mi discurso, para inmediatamente besarme de nuevo. No sé cuánto duró aquel beso, pero me sentí como hacía mucho mucho tiempo no me sentía. Me sentí libre.
Nos interrumpieron los sollozos de felicidad de Melissa, que acababa de irrumpir en la habitación. Le pedimos que se acercara, felices, riéndonos, y nos abrazamos los tres, como una familia que vuelve a sentirse como tal, tras demasiado tiempo sin serlo.
Ela había conseguido convencerme de seguir con lo planeado, de tomar mi vuelo para lograr superar el pasado que me seguía aún atormentando, tras tantos años. Yo me había negado a ir al aeropuerto, e intenté con toda mi alma quedarme en el hospital, con Ela. Sin embargo, si en algo me ganaba siempre, era en cabezonería. No paro de llorar, de implorarme y suplicarme que no diese marcha atrás hasta que no me vio salir de la habitación donde estaba ingresada. Me tranquilizó alegando que Melissa cuidaría de ella durante los 4 días que iba a estar yo fuera, que no me preocupase, que estaba en buenas manos.
- Disculpe, ¿va a tomar el vuelo? Nos disponemos a cerrar la puerta de embarque.
No sé si había tomado la decisión correcta. Apoyé mi cabeza en la ventana tratando de evadirme de cualquier pensamiento que martilleaba mi cerebro, y ponía en entredicho la decisión tomada. Traté sin éxito de acomodarme pero tenía todo el cuerpo dolorido. No había dormido nada desde hacía más de 24 horas y los estimulantes que ingerí durante la noche comenzaban a perder su efecto. Casi sin darme cuenta me había quedado dormido.
- Disculpe caballero, siento despertarle pero ya hemos llegado al hospital.
Me desperecé como pude, pagué al taxista y caminé hacia la puerta del hospital. El corazón me retumbaba en el pecho con más intensidad a cada paso que daba, y que me acercaba a Ela. Hice una parada en la pequeña tienda de souvenirs que había en el hall del hospital y le compré un ramo de claveles blancos, sus favoritos. Tomé el ascensor hacia la sexta planta con una pareja joven, que no ocultaba su amor mientras yo intentaba disimular la envidia que sentía hacia ellos.
La habitación 650 era la última del pasillo. Caminé despacio. En las últimas horas me había dado cuenta que durante estos años había estado ciego. Había por fin conseguido quitarme esa venda de mis ojos y de mi corazón. Antes de llegar a la habitación, saqué del bolsillo interior de mi americana las cuatro fotos que siempre me acompañaban desde que abandoné Madrid. Sin dudarlo un instante las hice pedazos y las tiré en el carro de limpieza apostado en el pasillo.
Abrí la puerta con cuidado y allí estaba ella, sola. Había avisado a Melissa de que volvía y le había pedido que, con la excusa de ir a comer algo, saliese cinco minutos antes de que yo llegase. Había aceptado encantada, feliz de que yo me dispusiese a reconocer lo que me había advertido e insinuado cientos de veces.
Todavía algo somnolienta, por los efectos de los tranquilizantes, Ela tardó unos segundos en darse cuenta de que yo estaba allí. Cuando lo hizo comenzó a llorar, a recriminarme mi vuelta al hospital, a reprocharme el no haberle hecho caso. No obstante su mirada no era de enfado, si no de felicidad. Yo sabía que sus lágrimas denotaban emoción y quizá amor. De esto último me cercioré cuando me acerqué, y sin permitirle que siguiera con su discurso de reprobación, besé sus labios, tiernos y carnosos. Se paralizó en un primer momento, pero comenzó a besarme ella también, en el que fue quizá el beso con mayor carga emocional y mayor significado, que nunca me habían dado. En ese momento, nos dimos cuenta que llevábamos enamorados demasiado tiempo el uno del otro.
- He vivido todo este tiempo anclado en mi pasado, sin dar ese paso necesario para olvidar y superar el vacío que creí llenar al dejar todo atrás. Fuiste testigo de que no lo conseguí, y en el fondo sabemos que no lo hubiera conseguido en estos cuatro días en Madrid. Pero aún así me apoyaste, como me has apoyado durante todos estos años. Ahora me doy cuenta que me enamoré de tí desde el primer día que tus ojos se cruzaron con los míos. Me enamoré de esa mirada que muchos hombres desprestigiaban, pero que se grabó a fuego en mi corazón. He tardado demasiado, pero he logrado comprender que no podía dejar pasar la oportunidad de ser felices por vivir martirizado por los vestigios de mi pasado...
Ela me puso su dedo índice en mis labios, con suavidad, interrumpiendo mi discurso, para inmediatamente besarme de nuevo. No sé cuánto duró aquel beso, pero me sentí como hacía mucho mucho tiempo no me sentía. Me sentí libre.
Nos interrumpieron los sollozos de felicidad de Melissa, que acababa de irrumpir en la habitación. Le pedimos que se acercara, felices, riéndonos, y nos abrazamos los tres, como una familia que vuelve a sentirse como tal, tras demasiado tiempo sin serlo.
lunes, 18 de junio de 2012
El destino de tu mirada. Parte tres.
El reloj de pared del reservado marcaba las 5:30 de la mañana, hora límite que me había impuesto para finalizar mi experiencia nocturna. Había perdido la costumbre de trasnochar y castigar mi cuerpo con gramos de la peligrosa felicidad que otorgan las decenas de rayas que se amontonaban en la mesa de aquel lugar.
Mientras estaba recogiendo mi chaquetón del ropero de la zona vip, John había llamado a su chófer para que nos recogiese en la puerta del club. Yo intentaba caminar erguido notando como mi cuerpo cada vez respondía peor a los estímulos de mi cerebro, y me costaba mantener la vertical. Me senté en un pequeño sofá en el hall de salida y allí aguardé a que John me avisara de que el coche estaba listo.
A las 6.30 nos acomodamos en la parte trasera de su Mercedes y dimos buena cuenta del desayuno que nos había preparado su chófer, mientras conversábamos acerca de mis sensaciones aquella noche. Mientras me explicaba cómo se preparaba el mejor gin-tonic de Boston en la discoteca de la que acabamos de salir, nos interrumpió mi teléfono móvil. Un mal pálpito me invadió al comprobar que la llamada era de Melissa, nuestra asistenta. Descolgué. Tres segundos después se me heló el corazón, comenzaron a llenarse de lágrimas incontenibles mis dilatadas pupilas, y me entró un ataque de histeria. Ordené al chófer, mediante palabras atropelladas y balbuceos incomprensibles, que pusiese rumbo al hospital general, donde habían ingresado a Ela por un fallo cardíaco. Melissa consiguió decirme, mientras lloraba desconsoladamente, que había sido trasladada en ambulancia en estado de coma.
Abrí la puerta del coche en marcha, en el parking del área de urgencias del hospital, y terminé rodando por el suelo. Pese a las magulladuras que me hice, me puse en pie como una exhalación y puse rumbo hacia la UCI, donde nos comunicaron que tenían ingresada a Ela.
Eran ya las 10 de la mañana y ahí permanecía yo, sentado delante de ella, en la misma postura que mantenía hacía ya más de 4 horas, esperando cualquier movimiento procedente del cuerpo casi inerte de Ela. Estaba invadiéndome un pesado sopor, cuando escuché un murmullo procedente de aquel cuerpecito de poco más de metro y medio. Ela tenía los ojos entreabiertos y sonreía. Tenía la misma mirada que al despedirse de mí unas horas antes, esa mirada que un día me llevó a acogerla como la persona más importante de mi vida. Me acerqué corriendo hacia sus mejillas y las besé como nunca lo había hecho hasta ahora, apretando dúlcemente sus diminutas manos. Mientras se entremezclaban nuestras lágrimas con el roce de nuestra piel, un aliento de su fina voz consiguió decir: "Tienes que irte al aeropuerto, que vas a perder el vuelo que tanto tiempo te llevó decidir coger"
Mientras estaba recogiendo mi chaquetón del ropero de la zona vip, John había llamado a su chófer para que nos recogiese en la puerta del club. Yo intentaba caminar erguido notando como mi cuerpo cada vez respondía peor a los estímulos de mi cerebro, y me costaba mantener la vertical. Me senté en un pequeño sofá en el hall de salida y allí aguardé a que John me avisara de que el coche estaba listo.
A las 6.30 nos acomodamos en la parte trasera de su Mercedes y dimos buena cuenta del desayuno que nos había preparado su chófer, mientras conversábamos acerca de mis sensaciones aquella noche. Mientras me explicaba cómo se preparaba el mejor gin-tonic de Boston en la discoteca de la que acabamos de salir, nos interrumpió mi teléfono móvil. Un mal pálpito me invadió al comprobar que la llamada era de Melissa, nuestra asistenta. Descolgué. Tres segundos después se me heló el corazón, comenzaron a llenarse de lágrimas incontenibles mis dilatadas pupilas, y me entró un ataque de histeria. Ordené al chófer, mediante palabras atropelladas y balbuceos incomprensibles, que pusiese rumbo al hospital general, donde habían ingresado a Ela por un fallo cardíaco. Melissa consiguió decirme, mientras lloraba desconsoladamente, que había sido trasladada en ambulancia en estado de coma.
Abrí la puerta del coche en marcha, en el parking del área de urgencias del hospital, y terminé rodando por el suelo. Pese a las magulladuras que me hice, me puse en pie como una exhalación y puse rumbo hacia la UCI, donde nos comunicaron que tenían ingresada a Ela.
Eran ya las 10 de la mañana y ahí permanecía yo, sentado delante de ella, en la misma postura que mantenía hacía ya más de 4 horas, esperando cualquier movimiento procedente del cuerpo casi inerte de Ela. Estaba invadiéndome un pesado sopor, cuando escuché un murmullo procedente de aquel cuerpecito de poco más de metro y medio. Ela tenía los ojos entreabiertos y sonreía. Tenía la misma mirada que al despedirse de mí unas horas antes, esa mirada que un día me llevó a acogerla como la persona más importante de mi vida. Me acerqué corriendo hacia sus mejillas y las besé como nunca lo había hecho hasta ahora, apretando dúlcemente sus diminutas manos. Mientras se entremezclaban nuestras lágrimas con el roce de nuestra piel, un aliento de su fina voz consiguió decir: "Tienes que irte al aeropuerto, que vas a perder el vuelo que tanto tiempo te llevó decidir coger"
sábado, 16 de junio de 2012
El destino de tu mirada. Parte dos.
Hacía tiempo que no salía de noche con el grupo de amigos que cada viernes y sábado trataban sin éxito de convencerme para hacerlo. Pero esa noche era diferente. Mi avión hacia Madrid despegaba a las 16 horas del día siguiente, y necesitaba una noche sin pensar ni agobiarme. Una noche como tantas y tantas que pasé durante los primeros años de mi llegada a Bostón.
Mis amigos de allí eran gente adinerada y con gustos caros y políticamente incorrectos. Cada noche que el chófer de John venía a recogerme a mi casa para llevarme a Rhode Island, yo intuía que la noche no iba a tener desperdicio. Casi siempre comenzábamos cenando en el "Bauchard", restaurante de unos conocidos de John, donde solíamos empezar con nuestros caros vicios descorchando varias botellas de Perriere Jouet, antes dirigirnos a uno de los locales de moda cerca de Providence. La mayoría de la gente que allí se encontraba, en los reservados, eran clientes habituales de mi cadena de Lounge Cafés, que no dudaban de gastar cantidades excesivas de dinero en alcohol, drogas y sexo. En pos de sentirme como uno de ellos, jamás rechacé ninguna de sus invitaciones para ser partícipe de su perdición.
Todo cambió la noche en la que conocí a Ela. Durante una de nuestras noches empapadas en vicio y degeneración, un cliente de John nos invitó a un baile privado de cuatro de sus mejores chicas a cada uno de nosotros (John, Mike, Phill y yo). El cerebro de Mike, colapsado por el alcohol y las incontables rayas de coca que había esnifado, no procesó la advertencia del personal de seguridad acerca de la prohibición de tocar a las bailarinas de streeptease. La escena sucedió muy deprisa y el recuerdo que aún martillea mi mente es el de Mike sujetando del pelo a la bailarina y perdiendo su dignidad mientras abofeteaba a aquella chica. Mi puño contactó con su cara, y nos separó de por vida, no he vuelto a saber de él. La furia y el asco que sentí en ese momento me llevó a utilizar la violencia con mi antiguo amigo, pro no lo pude evitar. Tras el altercado, Mike abandonó corriendo el local mientras yo sujetaba a la chica, tumabada en el suelo y trataba de consolarla, mientras esperaba la asistencia sanitaria. Me dijo su nombre: Ela.
Habían transcurrido ya 8 años desde aquello y Ela seguía conmigo. No éramos pareja, en el sentido amoroso del término, pero hacíamos un gran equipo como ella decía. Vivíamos juntos desde prácticamente el accidente con Mike y desde ese momento, comenzó a ayudarme con mi negocio, que despegó exponencialmente.
Aquella noche antes de regresar a Madrid, Ela organizó todo lo necesario para que reviviera una de mis noches de desenfreno. Contó con la ayuda de John y Phill, que dudaban de que consiguiese convencerme para ello, debido a que desde el puñetazo a Mike, yo había renunciado a las corruptas noches en Rhode Island. Sin embargo aquello era diferente. Ela lo sabía y supo entrelazar las palabras adecuadas para hacerme ver que necesitaba una noche de desconexión antes de enfrentarme a mi pasado.
Parecía que nada había cambiado cuando vi aparecer el coche del chófer de John. Se me hizo un pequeño nudo en el estómago, fruto de los nervios y la ansiedad por volver a salir tras tanto tiempo. Quizá también por las pocas horas que quedaban para tomar mi avión. Me acomodé en la parte de atrás y me serví una copa de champán del minibar del que disponía el coche. Cerré los ojos, puse mi mente en blanco y me dejé llevar.
Mis amigos de allí eran gente adinerada y con gustos caros y políticamente incorrectos. Cada noche que el chófer de John venía a recogerme a mi casa para llevarme a Rhode Island, yo intuía que la noche no iba a tener desperdicio. Casi siempre comenzábamos cenando en el "Bauchard", restaurante de unos conocidos de John, donde solíamos empezar con nuestros caros vicios descorchando varias botellas de Perriere Jouet, antes dirigirnos a uno de los locales de moda cerca de Providence. La mayoría de la gente que allí se encontraba, en los reservados, eran clientes habituales de mi cadena de Lounge Cafés, que no dudaban de gastar cantidades excesivas de dinero en alcohol, drogas y sexo. En pos de sentirme como uno de ellos, jamás rechacé ninguna de sus invitaciones para ser partícipe de su perdición.
Todo cambió la noche en la que conocí a Ela. Durante una de nuestras noches empapadas en vicio y degeneración, un cliente de John nos invitó a un baile privado de cuatro de sus mejores chicas a cada uno de nosotros (John, Mike, Phill y yo). El cerebro de Mike, colapsado por el alcohol y las incontables rayas de coca que había esnifado, no procesó la advertencia del personal de seguridad acerca de la prohibición de tocar a las bailarinas de streeptease. La escena sucedió muy deprisa y el recuerdo que aún martillea mi mente es el de Mike sujetando del pelo a la bailarina y perdiendo su dignidad mientras abofeteaba a aquella chica. Mi puño contactó con su cara, y nos separó de por vida, no he vuelto a saber de él. La furia y el asco que sentí en ese momento me llevó a utilizar la violencia con mi antiguo amigo, pro no lo pude evitar. Tras el altercado, Mike abandonó corriendo el local mientras yo sujetaba a la chica, tumabada en el suelo y trataba de consolarla, mientras esperaba la asistencia sanitaria. Me dijo su nombre: Ela.
Habían transcurrido ya 8 años desde aquello y Ela seguía conmigo. No éramos pareja, en el sentido amoroso del término, pero hacíamos un gran equipo como ella decía. Vivíamos juntos desde prácticamente el accidente con Mike y desde ese momento, comenzó a ayudarme con mi negocio, que despegó exponencialmente.
Aquella noche antes de regresar a Madrid, Ela organizó todo lo necesario para que reviviera una de mis noches de desenfreno. Contó con la ayuda de John y Phill, que dudaban de que consiguiese convencerme para ello, debido a que desde el puñetazo a Mike, yo había renunciado a las corruptas noches en Rhode Island. Sin embargo aquello era diferente. Ela lo sabía y supo entrelazar las palabras adecuadas para hacerme ver que necesitaba una noche de desconexión antes de enfrentarme a mi pasado.
Parecía que nada había cambiado cuando vi aparecer el coche del chófer de John. Se me hizo un pequeño nudo en el estómago, fruto de los nervios y la ansiedad por volver a salir tras tanto tiempo. Quizá también por las pocas horas que quedaban para tomar mi avión. Me acomodé en la parte de atrás y me serví una copa de champán del minibar del que disponía el coche. Cerré los ojos, puse mi mente en blanco y me dejé llevar.
domingo, 10 de junio de 2012
El destino de tu mirada. Primera parte.
Habían pasado ya veinte años desde que me fui y aún no había regresado. Caminaba hacia el pequeño despacho donde gestionaba la cadena de lounge cafes, que había abierto hacía ya más de 10 años, cansado y apesadumbrado. Llevaba varias noches durmiendo mal, justo desde el día en que recibí un email con la invitación a un evento de antiguos alumnos de mi universidad.
Había releído la invitación una y otra vez hasta que casi podía describirla de memoria: "Con motivo de la conmemoración de los 20 años de la promoción del 2011, se hace un llamamiento a todos los alumnos de la misma para compartir una velada en el Salón de Actos de la Universidad, el día 24 de junio a las 20 horas. Necesario llevar la entrada que se adjunta en el e-mail, tanto para el titular como para el acompañante"
No podía quitarme aquella invitación de la cabeza pese a que un primer momento deseché por completo la idea de acudir al evento. No había regresado desde que me trasladé a Boston y había perdido todo contacto con mis compañeros y amigos. Nada había que pudiera empujarme a volver; o sí que lo había.
Volvía a abrirse paso entre mis pensamientos el recuerdo de aquella mirada. Aquellos profundos ojos que me pedían a gritos que no me fuese, que no abandonase todo lo que tenía. Durante años no había podido olvidarlos y me perseguían a cada momento. Me había costado deshacerme de aquella mirada, o quizá esconderla entre mis pensamientos más profundos. Sin embargo, un e-mail de los cientos que recibo al día, me hizo regresar del olvido y rememorar el pasado.
Esa misma noche, al llegar a casa, busqué entre todas las cajas en que había trastos viejos inservibles pero de los que me costaba deshacerme. Allí estaban, las cuatro únicas fotos que conservaba de mi antigua vida, antes de dejar todo atrás.
Desde que me llamaron de la pequeña empresa de marketing en la que empecé a trabajar en Bostón confirmándome que comenzaría mi empleo tres meses después, hasta el día que me fui, hice daño a cuatro personas importantes de mi vida, las cuatro personas que aparecían en aquellas fotos.
Debía decidir si tomar un vuelo Madrid en 5 días o hacer como si no hubiese pasado nada. Aquel e-mail habría sido un spam que nunca habría llegado a leer. Tenía esos 5 días para valorar si debía seguir con mi vida como hasta ahora, desde hacía ya veinte años, o volver para conseguir paliar el daño que hice. Lograr que las miradas de aquellas fotografías, sobre todo la de una de ellas, dejasen de emanar tristeza. Volver tras unos días navegando entre antiguas tempestades, con 4 nuevas fotografías que reflejasenn el perdón de aquellas miradas.
Había releído la invitación una y otra vez hasta que casi podía describirla de memoria: "Con motivo de la conmemoración de los 20 años de la promoción del 2011, se hace un llamamiento a todos los alumnos de la misma para compartir una velada en el Salón de Actos de la Universidad, el día 24 de junio a las 20 horas. Necesario llevar la entrada que se adjunta en el e-mail, tanto para el titular como para el acompañante"
No podía quitarme aquella invitación de la cabeza pese a que un primer momento deseché por completo la idea de acudir al evento. No había regresado desde que me trasladé a Boston y había perdido todo contacto con mis compañeros y amigos. Nada había que pudiera empujarme a volver; o sí que lo había.
Volvía a abrirse paso entre mis pensamientos el recuerdo de aquella mirada. Aquellos profundos ojos que me pedían a gritos que no me fuese, que no abandonase todo lo que tenía. Durante años no había podido olvidarlos y me perseguían a cada momento. Me había costado deshacerme de aquella mirada, o quizá esconderla entre mis pensamientos más profundos. Sin embargo, un e-mail de los cientos que recibo al día, me hizo regresar del olvido y rememorar el pasado.
Esa misma noche, al llegar a casa, busqué entre todas las cajas en que había trastos viejos inservibles pero de los que me costaba deshacerme. Allí estaban, las cuatro únicas fotos que conservaba de mi antigua vida, antes de dejar todo atrás.
Desde que me llamaron de la pequeña empresa de marketing en la que empecé a trabajar en Bostón confirmándome que comenzaría mi empleo tres meses después, hasta el día que me fui, hice daño a cuatro personas importantes de mi vida, las cuatro personas que aparecían en aquellas fotos.
Debía decidir si tomar un vuelo Madrid en 5 días o hacer como si no hubiese pasado nada. Aquel e-mail habría sido un spam que nunca habría llegado a leer. Tenía esos 5 días para valorar si debía seguir con mi vida como hasta ahora, desde hacía ya veinte años, o volver para conseguir paliar el daño que hice. Lograr que las miradas de aquellas fotografías, sobre todo la de una de ellas, dejasen de emanar tristeza. Volver tras unos días navegando entre antiguas tempestades, con 4 nuevas fotografías que reflejasenn el perdón de aquellas miradas.
lunes, 4 de junio de 2012
Acudí a tí.
Acudo a tí de nuevo y me recibes con esa sonrisa traviesa. Me recuerdas que ya me avisaste que volvería a tu territorio cuando peor se pusiera el camino. Pero no me guardas rencor, es más, me ayudas a sentir que, aunque sea durante estos momentos que compartimos confidencias, he de subir la barbilla y mantener la mirada al frente. Jamás caminar cabizbajo recordando los posibles " ...y si hubiera.." y lamentando no haberlos llevado a cabo. Me instas a que mis equivocaciones fortalezcan mi persona y allanen mi devenir, tan difuso, tan plagado de posibilidades que navegan entre mis pensamientos. Consigues que vuelva a creer y logras que dé las pinceladas que yo quiera no las que debiera, pese a que pueda estrellarme. Me aseguras que me ayudará a crecer.
Ya estamos aquí los dos, yo tecleando y tú recibiendo mis palabras, filtrándolas y dándolas un toque de tu estilo humorístico. Me has hecho reír y estamos consiguiendo que nuestra amistad sea cada vez más verdadera. Creo que empezaré a acudir a tí, no sólo para desahogarme y pedirte ayuda, sino para disfrutar haciendo algo de lo que más me gusta hacer: escribir.
Ya estamos aquí los dos, yo tecleando y tú recibiendo mis palabras, filtrándolas y dándolas un toque de tu estilo humorístico. Me has hecho reír y estamos consiguiendo que nuestra amistad sea cada vez más verdadera. Creo que empezaré a acudir a tí, no sólo para desahogarme y pedirte ayuda, sino para disfrutar haciendo algo de lo que más me gusta hacer: escribir.
sábado, 26 de mayo de 2012
Despedida.
Las últimas despedidas son las que más cuestan, las más dolorosas, las más emotivas. Hacía más de un mes que había confirmado mi marcha, y había ido poco a poco transmitiéndoselo a mis amigos y familiares. Unos me apoyaron, otros quizá no se lo creyeron, pero era cierto: el cambio que desde hace tanto tiempo venía necesitando, se iba a producir.
Durante ese último mes casi toda mi gente sacó un momento de su vida para poder compartirlo conmigo, y desear que mi aventura fuese lo mejor posible. Una tarde de conversaciones y cañas con cada uno, una tarde de recuerdos y añoranzas, una tarde para darme cuenta que durante todos estos años había ido abandonando por mi camino a demasiadas personas, demasiados amigos que en algún momento de mi vida se ganaron un hueco en mi corazón.
Quedaban ya escasos días para mi partida, y comenzaron a sucederse los "hasta pronto" más difíciles: Mis grandes amigos, que no pudieron aguantar las lágrimas el día que volvimos a estar todos juntos con motivo de mi despedida. Nada me hizo más ilusión que vernos a todos allí, disfrutando, hablando, siendo el grupo que un día fuimos y que probablemente nunca más volvamos a ser.
Llegué a mi casa, la noche anterior a que mi vuelo despegase hacia nuevos horizontes. Un nudo en el estómago, una pesadumbre que jamás había sentido y al mismo tiempo, unas ganas inusitadas de descubrir lo que me depararía mi futuro, lejos de todo lo que había sido mi vida hasta ahora.
Quedaban escasos minutos para embarcar y allí estaban ellos, mis padres, los que nunca me abandonaron y siempre me apoyaron. Mi madre incapaz de contener las lágrimas y mi padre, quien desde que salimos del coche insistió en llevarme la maleta por todo el aeropuerto, intentando contenerlas pero aun así, con los ojos vidriosos. Era ya la hora, nos fundimos los tres en un abrazo. Sabíamos que era la mejor decisión, que necesitaba esto, pero en ese instante mi madre no pudo reprimir la frase que durante las últimas 24 horas más me había repetido: "Todavía estás a tiempo de cambiar de opinión, hijo". Su hilo de voz se había transformado en un interminable sollozo. Le abracé y le dí un beso como hacía tiempo que no le daba, de hijo a madre, de los que tantas veces me pidió y yo fui incapaz de regalarle.
Ya estaba sentado en mi asiento del avión, y mientras las azafatas comenzaron a explicar las medidas de seguridad, comencé a llorar en silencio, comencé a echar de menos, pero a la vez comencé a sentirme libre porque tras muchos intentos, había conseguido tomar una decisión propia; había conseguido empezar a escribir la vida que realmente quería vivir; y lo más importante, me sentía respaldado, porque aquellas personas que de verdad me querían, de las que tanto me había costado despedirme, estarían felices porque finalmente, lo había logrado.
Durante ese último mes casi toda mi gente sacó un momento de su vida para poder compartirlo conmigo, y desear que mi aventura fuese lo mejor posible. Una tarde de conversaciones y cañas con cada uno, una tarde de recuerdos y añoranzas, una tarde para darme cuenta que durante todos estos años había ido abandonando por mi camino a demasiadas personas, demasiados amigos que en algún momento de mi vida se ganaron un hueco en mi corazón.
Quedaban ya escasos días para mi partida, y comenzaron a sucederse los "hasta pronto" más difíciles: Mis grandes amigos, que no pudieron aguantar las lágrimas el día que volvimos a estar todos juntos con motivo de mi despedida. Nada me hizo más ilusión que vernos a todos allí, disfrutando, hablando, siendo el grupo que un día fuimos y que probablemente nunca más volvamos a ser.
Llegué a mi casa, la noche anterior a que mi vuelo despegase hacia nuevos horizontes. Un nudo en el estómago, una pesadumbre que jamás había sentido y al mismo tiempo, unas ganas inusitadas de descubrir lo que me depararía mi futuro, lejos de todo lo que había sido mi vida hasta ahora.
Quedaban escasos minutos para embarcar y allí estaban ellos, mis padres, los que nunca me abandonaron y siempre me apoyaron. Mi madre incapaz de contener las lágrimas y mi padre, quien desde que salimos del coche insistió en llevarme la maleta por todo el aeropuerto, intentando contenerlas pero aun así, con los ojos vidriosos. Era ya la hora, nos fundimos los tres en un abrazo. Sabíamos que era la mejor decisión, que necesitaba esto, pero en ese instante mi madre no pudo reprimir la frase que durante las últimas 24 horas más me había repetido: "Todavía estás a tiempo de cambiar de opinión, hijo". Su hilo de voz se había transformado en un interminable sollozo. Le abracé y le dí un beso como hacía tiempo que no le daba, de hijo a madre, de los que tantas veces me pidió y yo fui incapaz de regalarle.
Ya estaba sentado en mi asiento del avión, y mientras las azafatas comenzaron a explicar las medidas de seguridad, comencé a llorar en silencio, comencé a echar de menos, pero a la vez comencé a sentirme libre porque tras muchos intentos, había conseguido tomar una decisión propia; había conseguido empezar a escribir la vida que realmente quería vivir; y lo más importante, me sentía respaldado, porque aquellas personas que de verdad me querían, de las que tanto me había costado despedirme, estarían felices porque finalmente, lo había logrado.
miércoles, 23 de mayo de 2012
Te recuerdo.
Te recuerdo, como algo pasajero, un anhelo en la distancia, un vaivén de circunstancias que te grabaron en mi mente como eso, un recuerdo.
Te recuerdo con dulzura en mis noches en vela, dibujando primaveras en la senda, donde caminan de la mano, tus recuerdos y mis penas.
Te recuerdo y sin embargo, tu mirada no es la misma que la que un día me hizo preso, y se difumina en mi mente como eso, un recuerdo.
Te recuerdo y te olvido y recuerdo como eras, aunque ya cada vez menos.
Te recuerdo sin echarte de menos, pero al menos, te recuerdo.
Te recuerdo con dulzura en mis noches en vela, dibujando primaveras en la senda, donde caminan de la mano, tus recuerdos y mis penas.
Te recuerdo y sin embargo, tu mirada no es la misma que la que un día me hizo preso, y se difumina en mi mente como eso, un recuerdo.
Te recuerdo y te olvido y recuerdo como eras, aunque ya cada vez menos.
Te recuerdo sin echarte de menos, pero al menos, te recuerdo.
jueves, 17 de mayo de 2012
Sueño sin sueños.
Todo se tiñe de un silencio sepulcral mientras tu cerebro busca los recuerdos anhelados y los momentos casi inadvertidos que tu memoria no pudo retener, para moldear a su antojo ese sueño que tanto ansiaste disfrutar durante esta noche primaveral.
Te acomodas en tu colchón, testigo de tantas y tantas noches de insomnio, contemplando el relieve del techo de tu habitación, gracias a que, tras unos instantes de contienda con la temible oscuridad, consigues acostumbrarte a su hipocresía, y te permite ver a través de ella. En ese momento caes rendido a sus encantos, y pierdes toda esperanza de poder cerrar los ojos y vagar por ese mundo de fantasías y emociones en el que se entrelazan los sueños, esperando a ser asediados por aprendices de soñadores ávidos de aquella felicidad que no les reporta su existencia real.
Amanece y te encuentras abandonado a la suerte de un sueño sin sueños; una necesidad humana carente de toda belleza; supérflua, intrascendente; que sólo te permite seguir viviendo tu vacía vida real y seguir anhelando aquella utopía, aquel sueño de ensueño, que una vez te prometieron y que cada vez estás más seguro de que nunca llegará.
Te acomodas en tu colchón, testigo de tantas y tantas noches de insomnio, contemplando el relieve del techo de tu habitación, gracias a que, tras unos instantes de contienda con la temible oscuridad, consigues acostumbrarte a su hipocresía, y te permite ver a través de ella. En ese momento caes rendido a sus encantos, y pierdes toda esperanza de poder cerrar los ojos y vagar por ese mundo de fantasías y emociones en el que se entrelazan los sueños, esperando a ser asediados por aprendices de soñadores ávidos de aquella felicidad que no les reporta su existencia real.
Amanece y te encuentras abandonado a la suerte de un sueño sin sueños; una necesidad humana carente de toda belleza; supérflua, intrascendente; que sólo te permite seguir viviendo tu vacía vida real y seguir anhelando aquella utopía, aquel sueño de ensueño, que una vez te prometieron y que cada vez estás más seguro de que nunca llegará.
martes, 15 de mayo de 2012
Un segundo es un mundo para alguien con ganas de vivir
Allí nos encontrábamos los tres, en silencio, con los codos apoyados en las rodillas y sujetando nuestras cabezas, más que nunca, evitando el cruel efecto de la gravedad. Todos aquellos conocidos que quisieron despedirse de él habían ido desfilando por aquel pequeño adosado en el que solía vivir, mostrándonos sus condolencias, uno a uno, para no permanecer más de diez minutos disfrazando su hipocresía de bellas palabras hacia su persona.
Yo había sido el elegido para abrir el sobre (aunque dejó bien claro, escrito con su caligrafía de imprenta en el dorso, que debíamos estar juntos, como lo habíamos estado durante toda nuestra vida). Habíamos conversado en varias ocasiones, desde el momento de su muerte, horas después de que nos diese aquel sobre, hacía ya 4 días, sobre el posible contenido del mismo: una carta era la opción que más barajábamos, lo más habitual en estos casos (por lo menos en las películas).
Me dispuse a abrirlo ante la atenta mirada de mis dos acompañantes, mis dos mejores amigos. Sus ojos seguían vidriosos e hinchados, al igual que los míos, fruto de tantas lágrimas derramadas durante las últimas horas, durante los últimos días. Permanecíamos en silencio. Finalmente lo abrí. Tomé el contenido del mismo. Comenzó a dibujarse una sonrisa en cada uno de nuestros rostros, hasta ese momento tristes y sombríos. Observamos que en la primera foto de aquella emotiva colección, unida (cronológicamente como pudimos comprobar posteriormente) con una pequeña goma elástica, aparecíamos los cuatro, el día que le confirmaron que padecía esclerosis múltiple severa, y que no le quedaría mucho tiempo de vida. Él sobresalía disfrazado de Leónidas, el protagonista de 300, blandiendo una espada, haciendo ademán de atacarnos. Había escrito en ella la frase que nos acompañó desde aquel día hasta, tras tres años de locuras y aventuras después, el día de su fallecimiento: "Un segundo es un mundo, para alguien con ganas de vivir; cuatro hermanos, una vida"
Aquellas fotos eran de todos los viajes que habíamos hecho desde la fatal noticia: Río de Janeiro, Doha, Shanghai, Praga,... y una lista de lugares alrededor del mundo que contabilizamos en 35 durante esos tres años.
Nuestro amigo nos pidió (obligó) que compartiésemos con él sus últimos años de vida, que aprovechásemos para hacer todas las locuras y emprender todas las aventuras que en algún momento habían surcado alguna de nuestras mentes pero que no habíamos tenido el valor de no dejarlas caer en el olvido. Él se encargaba del aspecto económico. Invirtió todo lo que había ahorrado durante su vida en poner en marcha lo que el denominaba "la verdadera vida". Cada uno de nosotros elegía 4 destinos al año y visitamos todos y cada uno de ellos, salvo el último, elegido por él pocos días antes de su muerte: el cielo: "allí no vamos a ir ninguno de los cuatro" nos dijo, con el ténue hilo de voz que le quedaba, riéndose de su propia gracia, a lo que siguieron nuestras carcajadas.
Mientras contemplábamos las fotos, recordando con alegría todos aquellos momentos, comprobamos los tres cómo foto tras foto, el estado físico de nuestro amigo se deterioraba. Él era el que mejor lo sabía, y lo primero que nos dijo antes de nuestro primer viaje fue: "No quiero ver en vuestros ojos ni una sola mirada de pena cuando os deis cuenta de mis pequeños cambios. Pensad que cada viaje que haga equivaldrá a un año cumplido, me haré un año más viejo por cada aventura que tengamos, y serán los cumpleaños más felices de mi vida". Una mirada cómplice bastó para asegurarnos de que cada uno de nosotros recordamos aquello, que nos dijo en el aeropuerto de Barajas antes de embarcar hacia Nueva York, nuestro primer destino.
Nos reímos durante largo tiempo comentando todas aquellas estampas de nuestros viajes: en Praga, donde nuestro amigo comenzó a perder la sensibilidad en una pierna, y caminaba disfrazado de Lord británico del s. XIX con un bastón de marfil flirteando con cualquier mujer checa con la que se cruzaba; en París, ya en silla de ruedas, haciendo carreras por los Campos Elíseos con los coches de caballos; en Río de Janeiro, donde comenzó a perder la visión de un ojo, disfrazado de pirata y contando relatos de piratería a todas las "damas", como el decía, en la playa de Copacabana; en la Gran Muralla China, a lomos de alguno de nosotros, alternándonos para ser sus corceles...y un sin fin más de anécdotas de momentos inolvidables e irrepetibles que compartimos los cuatro. En todas aquellas fotos había un denominador común: pese a todas las minusvalías que iba padeciendo paulatinamente, lo que más brillaba en aquellas instantáneas era su gran sonrisa, que nunca perdió durante los tres años, como no lo había hecho a lo largo de su vida.
En la última imagen de la colección, el la que aparecía él entubado en el hospital de Kuala Lumpur, vestido de buzo (nos hizo comprar un traje de buzo mientras el permanecía en el hospital porque quería el equipo completo de buceo y solo tenía los tubos), en el que fue nuestro último viaje, había escrito algo en el reverso: " Nunca una mala notica me hizo ser tan feliz. Amad la vida tanto como lo he hecho yo estos últimos años y no dejéis de hacer todo aquello que anelais. Pero sobre todo, siempre juntos; cuatro amigos, una vida"
Esparcimos sus cenizas por el pequeño jardín de su chalet; cerramos puertas y ventanas; bajamos las persianas y colgamos un cartel de "VENDIDO". Esas fueron las instrucciones de nuestro amigo: nos dijo que quería estar seguro de que nadie le turbara mientras echaba una cabezadita (nunca paró de bromear, ni en los últimos coletazos de su vida).
Lo último que nos pidió horas antes de morir, además de lo anterior fue: "Celebrad mi último cumpleaños, mi último viaje"
Arrancamos el coche. Mientras nos alejábamos del lugar donde descansaría nuestro amigo, con una inesperada alegría en nuestros rostros, íbamos pensando cuál podría ser el destino que hubiera elegido él para que celebrásemos su cumpleaños....
Yo había sido el elegido para abrir el sobre (aunque dejó bien claro, escrito con su caligrafía de imprenta en el dorso, que debíamos estar juntos, como lo habíamos estado durante toda nuestra vida). Habíamos conversado en varias ocasiones, desde el momento de su muerte, horas después de que nos diese aquel sobre, hacía ya 4 días, sobre el posible contenido del mismo: una carta era la opción que más barajábamos, lo más habitual en estos casos (por lo menos en las películas).
Me dispuse a abrirlo ante la atenta mirada de mis dos acompañantes, mis dos mejores amigos. Sus ojos seguían vidriosos e hinchados, al igual que los míos, fruto de tantas lágrimas derramadas durante las últimas horas, durante los últimos días. Permanecíamos en silencio. Finalmente lo abrí. Tomé el contenido del mismo. Comenzó a dibujarse una sonrisa en cada uno de nuestros rostros, hasta ese momento tristes y sombríos. Observamos que en la primera foto de aquella emotiva colección, unida (cronológicamente como pudimos comprobar posteriormente) con una pequeña goma elástica, aparecíamos los cuatro, el día que le confirmaron que padecía esclerosis múltiple severa, y que no le quedaría mucho tiempo de vida. Él sobresalía disfrazado de Leónidas, el protagonista de 300, blandiendo una espada, haciendo ademán de atacarnos. Había escrito en ella la frase que nos acompañó desde aquel día hasta, tras tres años de locuras y aventuras después, el día de su fallecimiento: "Un segundo es un mundo, para alguien con ganas de vivir; cuatro hermanos, una vida"
Aquellas fotos eran de todos los viajes que habíamos hecho desde la fatal noticia: Río de Janeiro, Doha, Shanghai, Praga,... y una lista de lugares alrededor del mundo que contabilizamos en 35 durante esos tres años.
Nuestro amigo nos pidió (obligó) que compartiésemos con él sus últimos años de vida, que aprovechásemos para hacer todas las locuras y emprender todas las aventuras que en algún momento habían surcado alguna de nuestras mentes pero que no habíamos tenido el valor de no dejarlas caer en el olvido. Él se encargaba del aspecto económico. Invirtió todo lo que había ahorrado durante su vida en poner en marcha lo que el denominaba "la verdadera vida". Cada uno de nosotros elegía 4 destinos al año y visitamos todos y cada uno de ellos, salvo el último, elegido por él pocos días antes de su muerte: el cielo: "allí no vamos a ir ninguno de los cuatro" nos dijo, con el ténue hilo de voz que le quedaba, riéndose de su propia gracia, a lo que siguieron nuestras carcajadas.
Mientras contemplábamos las fotos, recordando con alegría todos aquellos momentos, comprobamos los tres cómo foto tras foto, el estado físico de nuestro amigo se deterioraba. Él era el que mejor lo sabía, y lo primero que nos dijo antes de nuestro primer viaje fue: "No quiero ver en vuestros ojos ni una sola mirada de pena cuando os deis cuenta de mis pequeños cambios. Pensad que cada viaje que haga equivaldrá a un año cumplido, me haré un año más viejo por cada aventura que tengamos, y serán los cumpleaños más felices de mi vida". Una mirada cómplice bastó para asegurarnos de que cada uno de nosotros recordamos aquello, que nos dijo en el aeropuerto de Barajas antes de embarcar hacia Nueva York, nuestro primer destino.
Nos reímos durante largo tiempo comentando todas aquellas estampas de nuestros viajes: en Praga, donde nuestro amigo comenzó a perder la sensibilidad en una pierna, y caminaba disfrazado de Lord británico del s. XIX con un bastón de marfil flirteando con cualquier mujer checa con la que se cruzaba; en París, ya en silla de ruedas, haciendo carreras por los Campos Elíseos con los coches de caballos; en Río de Janeiro, donde comenzó a perder la visión de un ojo, disfrazado de pirata y contando relatos de piratería a todas las "damas", como el decía, en la playa de Copacabana; en la Gran Muralla China, a lomos de alguno de nosotros, alternándonos para ser sus corceles...y un sin fin más de anécdotas de momentos inolvidables e irrepetibles que compartimos los cuatro. En todas aquellas fotos había un denominador común: pese a todas las minusvalías que iba padeciendo paulatinamente, lo que más brillaba en aquellas instantáneas era su gran sonrisa, que nunca perdió durante los tres años, como no lo había hecho a lo largo de su vida.
En la última imagen de la colección, el la que aparecía él entubado en el hospital de Kuala Lumpur, vestido de buzo (nos hizo comprar un traje de buzo mientras el permanecía en el hospital porque quería el equipo completo de buceo y solo tenía los tubos), en el que fue nuestro último viaje, había escrito algo en el reverso: " Nunca una mala notica me hizo ser tan feliz. Amad la vida tanto como lo he hecho yo estos últimos años y no dejéis de hacer todo aquello que anelais. Pero sobre todo, siempre juntos; cuatro amigos, una vida"
Esparcimos sus cenizas por el pequeño jardín de su chalet; cerramos puertas y ventanas; bajamos las persianas y colgamos un cartel de "VENDIDO". Esas fueron las instrucciones de nuestro amigo: nos dijo que quería estar seguro de que nadie le turbara mientras echaba una cabezadita (nunca paró de bromear, ni en los últimos coletazos de su vida).
Lo último que nos pidió horas antes de morir, además de lo anterior fue: "Celebrad mi último cumpleaños, mi último viaje"
Arrancamos el coche. Mientras nos alejábamos del lugar donde descansaría nuestro amigo, con una inesperada alegría en nuestros rostros, íbamos pensando cuál podría ser el destino que hubiera elegido él para que celebrásemos su cumpleaños....
martes, 1 de mayo de 2012
Perfecciones.
Una tarde más; un café rebosante de espuma y un toque de cacao, para endulzar las heridas; una vez más tus lágrimas son protagonistas de nuestros encuentros. ¿Qué por qué te pasa? Quien sabe. Pero te contaré algo que una vez escuché, por casualidad, mientras afinaba las cuerdas de mi guitarra:
"En este mundo imperfecto, cada persona se distinge de cualquier otra por unos rasgos característicos. Hay gente con menos suerte y gente con más suerte. Siempre se piensa que los más afortunados son aquéllos de objetiva belleza física o aquéllos cuya belleza interior es desbordante; Casi nadie duda que quien acumula ambas cualidades, ha sido bendecido con la fortuna de ser ¿perfecto?. No, nada más lejos de la realidad. Este tipo de gente, escasa, tiene un defecto, una losa que les acompaña y un lastre difícil de afrontar: lo que para el resto de personas es visto con admiración e incluso con envidia, por ser aquello a lo que aspirarían, estos entes "perfectos" son incapaces de valorarlo. No llegan a quererse nunca tal y como son, aunque a vista de cualquier persona, podría parecer hasta una ofensa, y en muchas ocasiones, caen en profundas depresiones; entran en una espiral de autodestrucción de la que no pueden salir. Es el peaje que tienen que pagar por ser tan "perfectos" a ojos de quien les rodea"
Me has escuchado en silencio y sin derramar una sola lágrima ¿Es acaso que te has sentido identificada? Claro que sí, eres una de esos pocos elegidos, y vas a ser de las que consigan poder comprobarlo por tí misma descubriendo la verdadera persona que yace en tu interior y de la que todos los que te rodeamos estamos enamorados. Cada uno de nosotros tiene algo que agradecerte y en mi caso, demasiado, y me gustaría que pudieses disfrutar de tí misma como yo lo hago.
Nunca más volvimos a aquella pequeña cantina.
Nunca más volvieron los espejos a distorsionar la imagen de aquella persona que consiguió verse perfecta a la luz de su mirada.
jueves, 26 de abril de 2012
25
Uno más, pero uno diferente. Ya son 25, pero este año, estos últimos 6 meses antes de llegar al cuarto de siglo, han moldeado una nueva personalidad que poco a poco puedo mostrar sin tapujos; me han hecho madurar a base de sufrimiento, aunque creo que he conseguido ser más fuerte, mejor persona y sobre todo disfrutar de todo aquél que me rodea.
Mi gente ha sabido responder cuando más lo necesitaba; mi familia ha sido mi familia, sin más, lo mejor que tengo; y he de agradecer a alguien muy especial el seguir siendo parte de mi vida, una parte diferente, pero una parte al fin y al cabo. Quise correr, me estrellé, caí, y creo que he conseguido levantarme.
Estos 25 años han sido un cúmulo de altibajos; un bochorno de situaciones dispares y peligrosos devenires, en los que he sido de incapaz de moldear mi vida, de cimentar un futuro que peligrosamente me está encontrando. Sin embargo me he dado cuenta que esta incerteza en mi vida, es mi sino: soy, como dije hace varios meses, en una entrada de este blog, un príncipe de los momentos, un poeta de cinco minutos con miedo al futuro. Me identifico como un mercenario del tiempo y el espacio, alguien incapaz de ser feliz si no es disfrutando de su presente y a quien mirar más allá del mismo le provoca un miedo que no puede afrontar.
Este cumpleaños ha sido diferente, ha sido un cumpleaños "solitario", en el que me he sentido extraño, pero no por ello infeliz. Mañana toca celebración y todas estas palabras quedarán en el olvido como meras reflexiones en un momento de esos en los que "volarán las palabras sin control", pero lo más importante, no tendrán sentido sin esta última frase: FELICIDADES EMILIO.
Mi gente ha sabido responder cuando más lo necesitaba; mi familia ha sido mi familia, sin más, lo mejor que tengo; y he de agradecer a alguien muy especial el seguir siendo parte de mi vida, una parte diferente, pero una parte al fin y al cabo. Quise correr, me estrellé, caí, y creo que he conseguido levantarme.
Estos 25 años han sido un cúmulo de altibajos; un bochorno de situaciones dispares y peligrosos devenires, en los que he sido de incapaz de moldear mi vida, de cimentar un futuro que peligrosamente me está encontrando. Sin embargo me he dado cuenta que esta incerteza en mi vida, es mi sino: soy, como dije hace varios meses, en una entrada de este blog, un príncipe de los momentos, un poeta de cinco minutos con miedo al futuro. Me identifico como un mercenario del tiempo y el espacio, alguien incapaz de ser feliz si no es disfrutando de su presente y a quien mirar más allá del mismo le provoca un miedo que no puede afrontar.
Este cumpleaños ha sido diferente, ha sido un cumpleaños "solitario", en el que me he sentido extraño, pero no por ello infeliz. Mañana toca celebración y todas estas palabras quedarán en el olvido como meras reflexiones en un momento de esos en los que "volarán las palabras sin control", pero lo más importante, no tendrán sentido sin esta última frase: FELICIDADES EMILIO.
domingo, 15 de abril de 2012
Destino caprichoso.
Se distorsiona el tiempo cuando lloras; se entremezclan tus lágrimas con el rimmel que hace cuestión de minutos iluminaba tu mirada;
Me gustaría abrazarte, poder sentir cómo se humedecen mis manos al retirarte dulcemente las gotas de llanto sordo que pueblan tus mejillas;
Nos sentaríamos a mirar la luna, en silencio, tú ya calmada y yo buscando mi paz; no hablaríamos, sentiríamos el aire cortante en nuestros rostros, pero no nos importaría; no nos moveríamos.
Tomaría tu mano y la agarraría fuertemente; notaría el frío de tus dedos y la apretaría contra mi pecho, como si fuera parte de mí.
Nos miraríamos y sin decir nada, cómplices de de un destino cada vez más caprichoso e hiriente, nos levantaríamos y comenzaríamos a andar, cada uno por su lado, con paso firme, dejando tras de nosotros, triste, hundido y resignado, el atisbo de amor que por un momento sobrevoló e inquietó nuestros corazones.
Me gustaría abrazarte, poder sentir cómo se humedecen mis manos al retirarte dulcemente las gotas de llanto sordo que pueblan tus mejillas;
Nos sentaríamos a mirar la luna, en silencio, tú ya calmada y yo buscando mi paz; no hablaríamos, sentiríamos el aire cortante en nuestros rostros, pero no nos importaría; no nos moveríamos.
Tomaría tu mano y la agarraría fuertemente; notaría el frío de tus dedos y la apretaría contra mi pecho, como si fuera parte de mí.
Nos miraríamos y sin decir nada, cómplices de de un destino cada vez más caprichoso e hiriente, nos levantaríamos y comenzaríamos a andar, cada uno por su lado, con paso firme, dejando tras de nosotros, triste, hundido y resignado, el atisbo de amor que por un momento sobrevoló e inquietó nuestros corazones.
sábado, 14 de abril de 2012
Casi siempre.
Casi siempre entre sonrisas, unas veces verdaderas, unas veces de cara a la galería;
Casi siempre entre bromas, desplegando mi imaginación en pos de conseguir la sonrisa ajena;
Casi siempre mis palabras acuden en ayuda de quien busca sentido a un momento inusual;
Casi siempre me regalan compañías que nunca pueden ser mejores;
Casi siempre tengo en la manga un as para despertar a la alegría;
Casi siempre que escribo mi corazón se estremece y mi mirada se difumina;
Casi siempre que alguien cree que me conoce, se equivoca, ni yo mismo tengo el placer de conocerme;
Casi siempre que pienso en el futuro, me cuesta más vivir el presente y más aún deshacerme de mi pasado;
Casi siempre me lamento y me entristezco de puertas para dentro.
Casi siempre...
Casi nunca...olvido que tras esa cortina de seda, tras ese muro de emociones, yace la verdadera razón de estas reflexiones.
Casi siempre entre bromas, desplegando mi imaginación en pos de conseguir la sonrisa ajena;
Casi siempre mis palabras acuden en ayuda de quien busca sentido a un momento inusual;
Casi siempre me regalan compañías que nunca pueden ser mejores;
Casi siempre tengo en la manga un as para despertar a la alegría;
Casi siempre que escribo mi corazón se estremece y mi mirada se difumina;
Casi siempre que alguien cree que me conoce, se equivoca, ni yo mismo tengo el placer de conocerme;
Casi siempre que pienso en el futuro, me cuesta más vivir el presente y más aún deshacerme de mi pasado;
Casi siempre me lamento y me entristezco de puertas para dentro.
Casi siempre...
Casi nunca...olvido que tras esa cortina de seda, tras ese muro de emociones, yace la verdadera razón de estas reflexiones.
martes, 10 de abril de 2012
Escribir.
Hablar de escribir es hablar de cómo me siento enfrente de mi ordenador y escupo todo aquello que distorsiona mi mente, apaga mi alma y hiere mi corazón. Cada vez que el desasosiego puede conmigo, mi terapia es siempre la misma: los malos pensamientos, las dudas y los llantos ahogados fluyen desde mi cerebro hacia mis dedos, que siempre encuentran la forma de llenarlos de sentimiento y melancolía, de un significado que hace que el lector sienta que son verdaderos, reales, pese a los recursos estilísticos que puedan disfrazarlos.
Tras unas líneas, reflejo duro de emociones encontradas, me encuentro liberado. Encarcelo a través de mis palabras la pesadumbre de mis días. Descubro que mi pantalla es mi claro confidente y cada vez que releo todas aquellas emotivas a la par que dolorosas realidades que yacen prisioneras en este blog, me descubro con un nudo en el estómago y una ligera neblina recubriendo mis pupilas. Sin embargo, me encuentro feliz por poder plasmar de una manera atractiva para el lector, mis debacle a través de palabras.
Tras unas líneas, reflejo duro de emociones encontradas, me encuentro liberado. Encarcelo a través de mis palabras la pesadumbre de mis días. Descubro que mi pantalla es mi claro confidente y cada vez que releo todas aquellas emotivas a la par que dolorosas realidades que yacen prisioneras en este blog, me descubro con un nudo en el estómago y una ligera neblina recubriendo mis pupilas. Sin embargo, me encuentro feliz por poder plasmar de una manera atractiva para el lector, mis debacle a través de palabras.
martes, 3 de abril de 2012
Viaje al pasado desde mi futuro (4) ENE
Fue un abrazo de esos que se dan una vez en la vida; un contínuo trasvase de sentimientos entre dos cuerpos que no pueden (o no quieren) separarse. No puedo decir con exactitud cuánto tiempo estuvimos entrelazados, sintiendo cada uno los sollozos incontrolables del otro, su respiración agitada, sus lágrimas sinceras que tanto tiempo fueron presas del olvido.
Finalmente nos separamos, nos miramos...nuestras miradas transmitían todo lo que nuestros labios, sellados, no eran capaz de lograr expresar. Nos cogimos de nuevo la mano, como tantas veces lo hicimos en aquel lugar. Dejamos de observarnos y cada uno perdió su mirada en un horizonte abstracto, insignificante si lo comparamos con la cantidad de recuerdos, momentos, vivencias que transcurrían veloces por nuestras mentes y hacían brotar más y más lágrimas que intentábamos, sin éxito, controlar.
Noté, mientras mi mente vagaba por mi antigua vida, un brusco apretón de su mano. Se giró rápidamente hacia mí, y mientras mi cabeza rotaba hasta el punto en el que se encontraría frente a la suya, comenzó a hablar. Durante más de dos horas me contó con todo lujo de detalles cómo había sido su vida estos últimos ocho años, desde que nos separamos hasta ayer mismo. Me confesó además, que se enteró por la prensa que iba a venir a recoger el premio y que nuestro encuentro no fue fruto de la casualidad. Asímismo me explicó que no se sentía preparada para este momento, para verme de nuevo, pero que su marido le animó, incluso le obligó a ello.
Durante esas dos horas yo escuché en silencio lo que me decía. A cada palabra suya se deshacía un candado de mi corazón, entraba un pequeño haz de luz en mi vida, y notaba como la losa que había cargado durante tanto tiempo iba cada vez haciéndose menos pesada. Tras el relato de su vida, me instó a que le contase la mía. Al principio me encontré dubitativo por no saber si debía remover el pasado. Se lo expliqué, que no merecía ser recordado pero ella insistió, me lo pidió dulcemente, y finalmente sucumbí. Le relaté todo, desde que cogí aquel avión hasta que volé desde Praga a recoger mi premio. Le conté cómo escribir había conseguido tranquilizar mi alma; cómo había sido una terapia con excelentes resultados frente a la depresión en la que me vi inmerso y cómo Nadia me ayudó de una manera que no podré agradecerle nunca a superar mi sobrevenida adicción a la cocaína.
Fueron tres horas sin parar de hablar. Tres horas sin dejar de mirar cómo sus ojos color miel me contemplaban casi sin pestañear, haciéndome sentir importante al contar mi vida, como en las presentaciones de mi primer libro, que realicé en diversos colegios, donde leía unas páginas ante la atenta y atónita mirada de los niños que allí se encontraban.
Acabé y ya se veían las primeras luces del alba. Mi vuelo salía a las 10 y eran ya las 7 de la mañana. Le invité a desayunar en mi hotel y mientras charlábamos (animadamente, de cualquier tema) se ofreció a llevarme al aeropuerto. Lo que hace unas horas habría sido una condena para mí, en ese instante me pareció la mejor de las ideas. Durante el trayecto continuamos charlando, sin parar, como dos grandes amigos que nunca perdieron el contacto, incluso bromeando y siendo confidentes uno del otro, al igual que en los primeros meses en los que nos conocimos.
Estuvo conmigo hasta el momento en que debí cruzar el control al que que únicamente acceden los pasajeros para continuar hacia las diferentes puertas de embarque. Miré a mi alrededor y vi a familiares y amigos despidiéndose de su compañeros "viajeros". Cogí mi pequeña maleta de mano (regalo de Nadia) y me dispuse a despedirme de ella. Antes de que pudiese darme cuenta se echó en mis brazos y me abrazó fuertemente, casi dejándome sin respiración.
- Hoy ha sido de los días más felices de mi vida - exclamó, con una sonrisa que me recordaba a la mujer de la que me enamoré - ojalá te sientas tú también así, creo que los dos necesitábamos esto. Espero a partir de ahora ser los grandes amigos que fuimos y nunca más dejar de serlo. Sabes que te quiero y te querré siempre - Dijo esta última frase mientras me besaba en la mejilla rozando con sus labios la comisura de los míos.
El avión despegó. Antes de que lo hiciera, ya me había quedado dormido, lo que no había conseguido en los últimos 8 años que me había pasado entre aviones. Sentía una profunda paz, me sentía liviano, me sentía libre. Me sentía, gracias a aquella noche, en aquel lugar, con aquella persona, dueño de mí mismo. Me sentía feliz. Volvía a ser yo.
Finalmente nos separamos, nos miramos...nuestras miradas transmitían todo lo que nuestros labios, sellados, no eran capaz de lograr expresar. Nos cogimos de nuevo la mano, como tantas veces lo hicimos en aquel lugar. Dejamos de observarnos y cada uno perdió su mirada en un horizonte abstracto, insignificante si lo comparamos con la cantidad de recuerdos, momentos, vivencias que transcurrían veloces por nuestras mentes y hacían brotar más y más lágrimas que intentábamos, sin éxito, controlar.
Noté, mientras mi mente vagaba por mi antigua vida, un brusco apretón de su mano. Se giró rápidamente hacia mí, y mientras mi cabeza rotaba hasta el punto en el que se encontraría frente a la suya, comenzó a hablar. Durante más de dos horas me contó con todo lujo de detalles cómo había sido su vida estos últimos ocho años, desde que nos separamos hasta ayer mismo. Me confesó además, que se enteró por la prensa que iba a venir a recoger el premio y que nuestro encuentro no fue fruto de la casualidad. Asímismo me explicó que no se sentía preparada para este momento, para verme de nuevo, pero que su marido le animó, incluso le obligó a ello.
Durante esas dos horas yo escuché en silencio lo que me decía. A cada palabra suya se deshacía un candado de mi corazón, entraba un pequeño haz de luz en mi vida, y notaba como la losa que había cargado durante tanto tiempo iba cada vez haciéndose menos pesada. Tras el relato de su vida, me instó a que le contase la mía. Al principio me encontré dubitativo por no saber si debía remover el pasado. Se lo expliqué, que no merecía ser recordado pero ella insistió, me lo pidió dulcemente, y finalmente sucumbí. Le relaté todo, desde que cogí aquel avión hasta que volé desde Praga a recoger mi premio. Le conté cómo escribir había conseguido tranquilizar mi alma; cómo había sido una terapia con excelentes resultados frente a la depresión en la que me vi inmerso y cómo Nadia me ayudó de una manera que no podré agradecerle nunca a superar mi sobrevenida adicción a la cocaína.
Fueron tres horas sin parar de hablar. Tres horas sin dejar de mirar cómo sus ojos color miel me contemplaban casi sin pestañear, haciéndome sentir importante al contar mi vida, como en las presentaciones de mi primer libro, que realicé en diversos colegios, donde leía unas páginas ante la atenta y atónita mirada de los niños que allí se encontraban.
Acabé y ya se veían las primeras luces del alba. Mi vuelo salía a las 10 y eran ya las 7 de la mañana. Le invité a desayunar en mi hotel y mientras charlábamos (animadamente, de cualquier tema) se ofreció a llevarme al aeropuerto. Lo que hace unas horas habría sido una condena para mí, en ese instante me pareció la mejor de las ideas. Durante el trayecto continuamos charlando, sin parar, como dos grandes amigos que nunca perdieron el contacto, incluso bromeando y siendo confidentes uno del otro, al igual que en los primeros meses en los que nos conocimos.
Estuvo conmigo hasta el momento en que debí cruzar el control al que que únicamente acceden los pasajeros para continuar hacia las diferentes puertas de embarque. Miré a mi alrededor y vi a familiares y amigos despidiéndose de su compañeros "viajeros". Cogí mi pequeña maleta de mano (regalo de Nadia) y me dispuse a despedirme de ella. Antes de que pudiese darme cuenta se echó en mis brazos y me abrazó fuertemente, casi dejándome sin respiración.
- Hoy ha sido de los días más felices de mi vida - exclamó, con una sonrisa que me recordaba a la mujer de la que me enamoré - ojalá te sientas tú también así, creo que los dos necesitábamos esto. Espero a partir de ahora ser los grandes amigos que fuimos y nunca más dejar de serlo. Sabes que te quiero y te querré siempre - Dijo esta última frase mientras me besaba en la mejilla rozando con sus labios la comisura de los míos.
El avión despegó. Antes de que lo hiciera, ya me había quedado dormido, lo que no había conseguido en los últimos 8 años que me había pasado entre aviones. Sentía una profunda paz, me sentía liviano, me sentía libre. Me sentía, gracias a aquella noche, en aquel lugar, con aquella persona, dueño de mí mismo. Me sentía feliz. Volvía a ser yo.
viernes, 30 de marzo de 2012
Viaje al pasado desde mi futuro (3)
Se movió lentamente cediéndome "mi" lado de aquel banco que tantas ocasiones había sido testigo de nuestras conversaciones y de nuestros besos infinitos. Aún atónito por encontrarme con ella de nuevo allí, como si el tiempo no hubiese pasado y nuestros corazones aún estuviesen entrelazados, tomé asiento en su respaldo. Sentí su calor, el aroma de melancolía y de vivencias que mi memoria quiso y no pudo olvidar y noté un profundo escalofrío al ver su mano acercándose a la mía, tomándola y apretándola con firmeza y delicadeza a partes iguales.
- Al despedirmos hace unas horas, comencé a andar sin rumbo fijo - comenzó- y sin quererlo mis pasos me guiaron hasta aquí, hasta nuestro banco. Cuando llegué acababa de iluminarse el palacio. Me dejé caer, con un nudo en la garganta y mis ojos empañados en lagrimas de tristeza y aquí he permanecido hasta que has aparecido, en el sitio que ocupaste durante tantos años y desde el cual me hiciste la mujer más feliz del mundo. No sé por qué, pero tenía la certeza de que aparecerías, de que te sucedería lo mismo que a mí: tus pasos o el destino, nos darían una oportunidad de pasar, definitivamente y sin resquicios de resentimiento, la página del libro en la que se escribió nuestro amor.
Yo le había escuchado y cada palabra que salía de su boca era una punzada en mi corazón. No creía que estuviese preparado para volver a pasar una noche con ella allí, nuestro lugar secreto, donde nos apartábamos del mundo y soñábamos con imposibles que en nuestras alocadas mentes parecían tan reales...Definitivamente, era incapaz de pasar ni un minuto más en aquel lugar, necesitaba llegar a la habitación de mi hotel, pedirme una Hendrick's en el lobby bar y liberar mi mente, como tantas veces me había a instado a hacerlo Nadia, mi actual pareja y psicóloga de profesión. Hice ademán de levantarme, pero apretó su mano contra la mía con más fuerza, impidiéndo mi huída.
- Edu, por favor - su voz se entrecortaba mientras sus lágrimas cada vez se hacían más frecuentes en sus mejillas, tan suaves como siempre, tan suaves como las recordaba - me gustaría que no te fueses como la última vez. ¿No te acuerdas que tú eras el que hablabas de amistad, el que necesitabas no perderme como amiga y que ibas a luchar por ello?
Ya no pudo controlar más sus lágrimas y comenzó a llorar desconsoladamente. Yo no sabía que hacer y cada vez sentía con más claridad que mi cuerpo comenzaba a separarse de mi mente. Empecé a temblar, se nubló mi vista; necesitaba abandonar aquella peligrosa situación. Me había costado casi dos años de insomnio y pastillas; dos años de gramos de cocaína cada noche en la que me ponía a escribir; dos años de lloros constantes y de reclusión en el pequeño ático que Nadia poseía en Nueva York. No podía tirar todo ahora por la borda aunque los síntomas parecían indicar que así lo haría.
Sin embargo, una sensación de tranquilidad como no recordaba desde hace tiempo; un hálito protector que invadía mis sentidos y me proporcionaba la calidez necesaria para dejar de temblar y el control de mí mismo que segundos antes había perdido: sin darme cuenta me encontré abrazado a ella e intentando detener el tiempo para que aquel momento durase eternamente.
- Al despedirmos hace unas horas, comencé a andar sin rumbo fijo - comenzó- y sin quererlo mis pasos me guiaron hasta aquí, hasta nuestro banco. Cuando llegué acababa de iluminarse el palacio. Me dejé caer, con un nudo en la garganta y mis ojos empañados en lagrimas de tristeza y aquí he permanecido hasta que has aparecido, en el sitio que ocupaste durante tantos años y desde el cual me hiciste la mujer más feliz del mundo. No sé por qué, pero tenía la certeza de que aparecerías, de que te sucedería lo mismo que a mí: tus pasos o el destino, nos darían una oportunidad de pasar, definitivamente y sin resquicios de resentimiento, la página del libro en la que se escribió nuestro amor.
Yo le había escuchado y cada palabra que salía de su boca era una punzada en mi corazón. No creía que estuviese preparado para volver a pasar una noche con ella allí, nuestro lugar secreto, donde nos apartábamos del mundo y soñábamos con imposibles que en nuestras alocadas mentes parecían tan reales...Definitivamente, era incapaz de pasar ni un minuto más en aquel lugar, necesitaba llegar a la habitación de mi hotel, pedirme una Hendrick's en el lobby bar y liberar mi mente, como tantas veces me había a instado a hacerlo Nadia, mi actual pareja y psicóloga de profesión. Hice ademán de levantarme, pero apretó su mano contra la mía con más fuerza, impidiéndo mi huída.
- Edu, por favor - su voz se entrecortaba mientras sus lágrimas cada vez se hacían más frecuentes en sus mejillas, tan suaves como siempre, tan suaves como las recordaba - me gustaría que no te fueses como la última vez. ¿No te acuerdas que tú eras el que hablabas de amistad, el que necesitabas no perderme como amiga y que ibas a luchar por ello?
Ya no pudo controlar más sus lágrimas y comenzó a llorar desconsoladamente. Yo no sabía que hacer y cada vez sentía con más claridad que mi cuerpo comenzaba a separarse de mi mente. Empecé a temblar, se nubló mi vista; necesitaba abandonar aquella peligrosa situación. Me había costado casi dos años de insomnio y pastillas; dos años de gramos de cocaína cada noche en la que me ponía a escribir; dos años de lloros constantes y de reclusión en el pequeño ático que Nadia poseía en Nueva York. No podía tirar todo ahora por la borda aunque los síntomas parecían indicar que así lo haría.
Sin embargo, una sensación de tranquilidad como no recordaba desde hace tiempo; un hálito protector que invadía mis sentidos y me proporcionaba la calidez necesaria para dejar de temblar y el control de mí mismo que segundos antes había perdido: sin darme cuenta me encontré abrazado a ella e intentando detener el tiempo para que aquel momento durase eternamente.
martes, 27 de marzo de 2012
Viaje al pasado desde mi futuro (2)
Una nube de alabanzas, un cúmulo de buenas palabras, un aluvión de sonrisas forzadas y una falsa alegría que debía exteriorizar y que últimamente me costaba más. Cada vez era menos amigo de los grandes acontecimientos, ni aunque, como en este caso, fuese yo el protagonista. Es más, en estos últimos me sentía aún si cabe más perdido, por el mero hecho de actuar en aras de parecer el más feliz del momento, el héroe al que todos quieren acercarse, tocar, recibir unas palabras de afecto, al tiempo que alaban sus hazañas...
Tras un breve discurso, preparado durante las dos horas que duró mi vuelo desde Praga, y tras responder a algunas preguntas (siempre las mismas, que porqué viajo solo, no llevo a mi pareja, paso tan poco tiempo en Madrid) ninguna referida a mi libro, me excusé ante los promotores de la ceremonia y alegué que no podía disfrutar del tentempié que habían preparado y el coloquio entre autores, por motivos familiares. En realidad mi cabeza no estuvo en aquel teatro en ninguno de los minutos que duró la entrega del premio, ni siquiera al formular mi discurso (que poco tiempo después tildaron de poco profundo e impersonal). Desde mi encuentro con ella, todo el mobiliario que durante tantos años me había costado encajar entre los muros de mi cerebro y corazón, se había despedazado.
Por fin salí al exterior del edificio. La ligera brisa templada propia de las madrugadas del mes de mayo acarició mi piel, mientras dirigía mis pasos hacia el Palacio de Oriente. Siempre me gustó aquel lugar por la noche, iluminado. Solía, mientras me sentaba a contemplarlo pasada la media noche, imaginarme las historias que podría albergar en su interior.
Fui andando hacia allí, mientras recordaba la última vez que lo contemplé, la madrugada anterior a coger mi vuelo hacia Nueva York, hacía ya más de ocho años. Siempre me sentaba en el mismo banco y siempre en el mismo lado de éste. Encontrándome cerca de él, me percaté de que había alguien sentado allí, y en mi lado. Parece difícil de creer, pero durante todo el tiempo que frecuenté "mi banco", nunca me encontré a nadie a esas horas, es más, la plaza de Oriente casi siempre estaba desierta, salvo por el grupo mendigos que malvivía allí, que agitaba sus ya vacías botellas mientras esperaba paciente el día de su autodestrucción.
Pensé en pasar de largo, mirar de reojo quién había sido capaz de usurpar mi inmueble más preciado de Madrid, para sentarme justo en el banco siguiente. Mientras realizaba mi operación, al levantar la mirada y girar sutilmente mi cabeza para comprobar cómo era la persona que había osado ocupar mi valioso lugar, un susurro procedente de aquella forma sombría heló mi sangre, paralizó mis sentidos y casi provocó que me desmayase.
- ¿Quieres que te deje tu sitio?- Allí estaba ella, en el que fue nuestro banco durante tantos años, el lugar que albergó nuestras primeras pasiones y medió en nuestras últimas discusiones. No había sido capaz de reconocer su silueta debido a que ninguna farola estaba encendida a esas altas horas de la madrugada. Era sin duda lo que más me gustaba de aquel fantástico a la par que enigmático lugar: a partir de la media noche sólo tenían cabida vaivenes de sombras sin rumbo establecido únicamente vigiladas por el imponente e iluminado palacio.
domingo, 25 de marzo de 2012
Viaje al pasado desde mi futuro.
-No puede ser...¿De verdad eres tú?- Había vuelto a Madrid para disfrutar de un fin de semana, tras 8 años, en el que me entregarían un premio por mi tercer libro (ya el tercero, quién me lo iba a decir), titulado "El destino de tu mirada". No había querido avisar a nadie, sólo a mi familia más directa y mis allegados, porque pretendía coger el primer vuelo de la mañana del domingo, con destino a Praga, donde establecí mi residencia hacía casi dos años. Sin embargo, mientras daba un paseo una hora antes, por las inmediaciones del lugar de celebración de la gala en la que me entregarían el mencionado premio, me crucé con ella, quizá con la persona que menos pensaba (o tenía ganas de) encontrarme en mi visita express.
-¿Cuánto tiempo hace ya que te fuiste?- Ella fue la primera que me vio, me detuvo mientras yo intentaba pasar de largo con la esperanza de que no me hubiese visto. En el momento que me dí cuenta que no podría evitar esa situación, frené mis pasos, y me dirigí a ella como si acabase de notar su presencia.
- ¡Es imposible!- exclamé - ¡Ya 8 años sin pisar España! ¿Cómo te va todo? ¿Qué ha sido de tí? ¿A qué te dedicas?- Hice por parecer interesado en lo que había sido su vida desde que, hacía más de 8 años, nos despedimos en el aeropuerto, con lágrimas en los ojos, en lo que fue el comienzo de mi viaje hacia ningún lugar, un viaje para olvidar.
- ¡Qué ilusión verte de nuevo, de verdad!- me dijo- La verdad que la vida me ha ido muy bien. Comencé a trabajar en la empresa donde quería, tengo un gran salario, me casé tras 3 años de noviazgo con el hombre que te dije, y soy madre de dos hijos preciosos, no me puedo quejar. ¿Y tú? Que no te has dignado a escribir, ni siquiera para saber que te iba bien...
- Me alegro de que seas feliz- musité mientras miraba mi reloj, comprobando que quedaba apenas un cuarto de hora para el comienzo de la ceremonia- Yo me fui, como sabes, a Nueva York en busca de una nueva vida y para dejar todo atrás y comenzar de nuevo. Trabajé en diferentes sitios mientras comencé a escribir y publiqué tres libros, que han tenido, por suerte, gran acogida. Ahora vivo en Praga con una mujer checa que conocí en Nueva York, y estoy aquí para recoger un premio por mi último libro, que por cierto, en 10 minutos me lo dan aquí al lado. Y, si nada extraño ocurre, me iré mañana de nuevo a Praga con expectativas de no volver en mucho tiempo.
Ella me había escuchado casi sin pestañear. Atisbé un brillo cristalino en sus ojos, pero no quise profundizar más en ello.
- Me alegro- susurró- te mereces todo lo bueno que te ocurra.-Se hizo un silencio incómodo, interminable, mientras los minutos pasaban y mi encuentro con ella se acercaba a su fin.
- He de irme - dije apretadamente - De verdad me ha hecho ilusión verte- ¿Ilusión? Esa no era la palabra, por lo menos no era la que definía la sensación de pesadez y tristeza que tenía en mi interior. Nos abrazamos muy impersonalmente y ella acertó a decir - Hazme saber cómo te va, por favor. Hasta siempre.
Nos separamos, y mientras me dirigía hacia el teatro donde sería obsequiado con el galardón, iba pensando que hice lo correcto abandonando todo lo que tenía, abandonando todo resquicio de su presencia. Sin embargo, me asaltaba la duda de si era realmente feliz, de si no hubiese sido más feliz con ella. Estaba seguro que mientras se alejaba, ella pensaba lo mismo.
-¿Cuánto tiempo hace ya que te fuiste?- Ella fue la primera que me vio, me detuvo mientras yo intentaba pasar de largo con la esperanza de que no me hubiese visto. En el momento que me dí cuenta que no podría evitar esa situación, frené mis pasos, y me dirigí a ella como si acabase de notar su presencia.
- ¡Es imposible!- exclamé - ¡Ya 8 años sin pisar España! ¿Cómo te va todo? ¿Qué ha sido de tí? ¿A qué te dedicas?- Hice por parecer interesado en lo que había sido su vida desde que, hacía más de 8 años, nos despedimos en el aeropuerto, con lágrimas en los ojos, en lo que fue el comienzo de mi viaje hacia ningún lugar, un viaje para olvidar.
- ¡Qué ilusión verte de nuevo, de verdad!- me dijo- La verdad que la vida me ha ido muy bien. Comencé a trabajar en la empresa donde quería, tengo un gran salario, me casé tras 3 años de noviazgo con el hombre que te dije, y soy madre de dos hijos preciosos, no me puedo quejar. ¿Y tú? Que no te has dignado a escribir, ni siquiera para saber que te iba bien...
- Me alegro de que seas feliz- musité mientras miraba mi reloj, comprobando que quedaba apenas un cuarto de hora para el comienzo de la ceremonia- Yo me fui, como sabes, a Nueva York en busca de una nueva vida y para dejar todo atrás y comenzar de nuevo. Trabajé en diferentes sitios mientras comencé a escribir y publiqué tres libros, que han tenido, por suerte, gran acogida. Ahora vivo en Praga con una mujer checa que conocí en Nueva York, y estoy aquí para recoger un premio por mi último libro, que por cierto, en 10 minutos me lo dan aquí al lado. Y, si nada extraño ocurre, me iré mañana de nuevo a Praga con expectativas de no volver en mucho tiempo.
Ella me había escuchado casi sin pestañear. Atisbé un brillo cristalino en sus ojos, pero no quise profundizar más en ello.
- Me alegro- susurró- te mereces todo lo bueno que te ocurra.-Se hizo un silencio incómodo, interminable, mientras los minutos pasaban y mi encuentro con ella se acercaba a su fin.
- He de irme - dije apretadamente - De verdad me ha hecho ilusión verte- ¿Ilusión? Esa no era la palabra, por lo menos no era la que definía la sensación de pesadez y tristeza que tenía en mi interior. Nos abrazamos muy impersonalmente y ella acertó a decir - Hazme saber cómo te va, por favor. Hasta siempre.
Nos separamos, y mientras me dirigía hacia el teatro donde sería obsequiado con el galardón, iba pensando que hice lo correcto abandonando todo lo que tenía, abandonando todo resquicio de su presencia. Sin embargo, me asaltaba la duda de si era realmente feliz, de si no hubiese sido más feliz con ella. Estaba seguro que mientras se alejaba, ella pensaba lo mismo.
domingo, 18 de marzo de 2012
FUTURE
Noto el aliento de un futuro incierto cada vez más cerca, cada vez más incrustado en la parte de mi cerebro que últimamente, con más frecuencia, se preocupa por mi devenir. Todo mi mundo escribe su futuro con pasos firmes y seguros mientras yo me resisto a madurar, me resisto a dejar de lado una etapa de mi vida agridulce, de extremos, de toboganes de emociones y lamentos, que ipertérritamente se deshace cual papel de periódico que sobrevuela azoteas de angostos edificios, sabiéndose libre, hasta que desgraciadamente su etapa de libertad termina al alcanzarle la lluvia, indicador concluyente de cambios y novedades.
Este dramático final, que tarde o temprano me alcanzará, no traerá certidumbre a mi mente; me lanzaré hacia nuevos horizontes sin un colchón de realidad que amortigüe mi caída hacia desconocidos caminos, donde mi personaje será un mero figurante o incluso jamás llegará a formar parte de ninguna obra conocida, y menos aún, de ninguna realidad conocida.
Mientras tanto, ahogo mis últimos vestigios de presente observando y envidiando como los que me rodean dan sus primeros pasos en su futuro. Un futuro realmente buscado. En mi caso, un futuro con tintes de tragedia y drama mezclados con pinceladas de optimismo.
martes, 13 de marzo de 2012
Corsé.
Encorsetado entre una una amalgama de miedos entrelazados cual tela de araña, construida para atraer aquello necesario para subsistir; no consigo que mis ganas superen mis miedos, que mis virtudes anulen mis defectos y que mis oscuras sensaciones se tiñan de colores mate, para que posteriormente brillen con todo su esplendor.
Un sepulcro de sentimientos encontrados; una tempestad de necesidades de autorrealización que me llevan a confiar cada día en conseguir escapar de la mencionada trampa, tela de araña, como queráis, que imposibilita que una puerta más se abra, ¿quizá la última? no lo sé, pero sé que cada una de ellas que he traspasado, ha provocado que mi paz interior se haya incrementado y que haya deshecho unos pocos hilos del corsé que aún limita mi desarrollo pleno.
domingo, 11 de marzo de 2012
11M
Nadie merece ser conocido por pertenecer a ese grupo de gente, de personas, que nunca debió existir; que tienen el dudoso honor de ser famosos por haber perdido la vida a manos de otro grupo de personas, si se les puede calificar de esa manera, que resquebrajan el equilibrio de la humanidad apoderándose ilegitimamente del derecho de decidir sobre las vidas ajenas. Si pudiera cambiar algo, eliminaría estos dos totalmente prescindibles grupos, y haría un poco más coherente al ser humano. Mientras tanto, sólo me queda acordarme de todos aquellos que no merecieron perder su vida a manos del terrorismo.
De alegrías y tristezas.
Y que se escapa volando la alegría por esa ventana entreabierta, mientras la puerta de atrás, la que olvidaste cerrar, permite que irrumpa la ya alejada sensación de tristeza, los cantos sordos de sirenas que hace tiempo abandonaron el mar.
Momentos duros, preveiendo una vuelta a lo anterior, al fango, a la desdicha del saqueador de almas en cuerpos vacíos y corazones contaminados.
Sin embargo no; conseguí el antídoto a los malos pensamientos, al sinvivir de las horas muertas siguiendo el compás de una mente presa de su propia voluntad de autodestruirse.
He aprendido a controlar mi mente, a minimizar sus viajes suicidas hacia territorios minados, y sobre todo, a cerrar bien su ventana y su puerta, para que mi alegría no huya hacia ningún lugar y no tenga noticias de la temida tristeza.
Momentos duros, preveiendo una vuelta a lo anterior, al fango, a la desdicha del saqueador de almas en cuerpos vacíos y corazones contaminados.
Sin embargo no; conseguí el antídoto a los malos pensamientos, al sinvivir de las horas muertas siguiendo el compás de una mente presa de su propia voluntad de autodestruirse.
He aprendido a controlar mi mente, a minimizar sus viajes suicidas hacia territorios minados, y sobre todo, a cerrar bien su ventana y su puerta, para que mi alegría no huya hacia ningún lugar y no tenga noticias de la temida tristeza.
lunes, 20 de febrero de 2012
Mi espejo
Amaneceres difíciles que se tornan imposibles al observar detenidamente mi deteriorada imagen, proyectada en el espejo; un rostro desdibujado, en el que se confunden la tristeza y el cansancio que emanan de mis profundas ojeras, fruto de incontables noches en vela, bañadas por el sudor que provocan los constantes cambios de postura buscando la anhelada comodidad que presidía mi cama.
Tras una jornada completa, un día para el olvido ó para el recuerdo, según se mire, me encuentro de nuevo ante ese maldito espejo; el único capaz de no mentirme; el único que muestra mi verdadera realidad, sin hipocresías, y que pese a su terrorífica sinceridad, le agradezco que mientras me mire a él cada amanecer y cada medianoche, toda mi vida fluirá en el sentido adecuado.
Tras una jornada completa, un día para el olvido ó para el recuerdo, según se mire, me encuentro de nuevo ante ese maldito espejo; el único capaz de no mentirme; el único que muestra mi verdadera realidad, sin hipocresías, y que pese a su terrorífica sinceridad, le agradezco que mientras me mire a él cada amanecer y cada medianoche, toda mi vida fluirá en el sentido adecuado.
sábado, 18 de febrero de 2012
Víctima perfecta
Las tragedias se escriben con brocha gorda; no importan los detalles, importa el masificar su desarrollo y sus consecuencias; crear un estado de victimismo tal, que un mero observador, aun sin conocer el núcleo, el desencadenante de esta tragedia, sienta una pena incontrolable para con el protagonista de la misma.
Yo soy más de pequeñas pinceladas, preocupadas por todos los detalles de aquello a lo que dan forma; lentas pero seguras; repasando una y otra vez sus creaciones e impidiendo que YO, jamás, pueda ser calificado de víctima perfecta.
Yo soy más de pequeñas pinceladas, preocupadas por todos los detalles de aquello a lo que dan forma; lentas pero seguras; repasando una y otra vez sus creaciones e impidiendo que YO, jamás, pueda ser calificado de víctima perfecta.
viernes, 17 de febrero de 2012
El ejército de vivencias.
Me gusta cuando miras más allá de mi mirada;
profundizas y descubres que mis ojos albergan
navegando entre mis heridas de guerra,
restos de experiencias aún no cicatrizadas.
Revivo decepciones que dejaron mi alma marcada
situaciones que no puedo expulsar de mi cabeza
que encienden el contador de mis velas
y se alistan en ejército de mis vivencias pasadas.
profundizas y descubres que mis ojos albergan
navegando entre mis heridas de guerra,
restos de experiencias aún no cicatrizadas.
Revivo decepciones que dejaron mi alma marcada
situaciones que no puedo expulsar de mi cabeza
que encienden el contador de mis velas
y se alistan en ejército de mis vivencias pasadas.
lunes, 13 de febrero de 2012
6ª parte.
"No confíes en lo que has leído; no sabes quién lo ha escrito y será mejor que siga así" Su voz se tornó mucho más grave y extrañamente familiar para mí. Traté de levantarme pero aquél pequeño ser (tras escuchar su neva voz no era capaz de distinguir si me encontraba ante un hombre o ante una mujer) me lo impidió, aplicando una fuerza inusitada para su tamaño sobre mis hombros: "Hasta ahora te he dejado actuar, pero a partir de ahora seguirás mis indicaciones y te vigilaré de cerca".
Había perdido totalmente la confianza en aquella persona que me había acompañado desde el extraño suceso qué me aconteció, pero tuve el valor de pedirle explicaciones, de preguntarle qué significaba todo esto a lo que me respondió, con una voz muy grave y más conocida para mí si cabía que la anterior: "Estoy intentando que acabes tu camino de la mejor manera posible, acorde con todo lo que has vivido y lo que has dejado de vivir; lo que has sentido y has dejado de sentir; lo que has encontrado y has dejado de encontrar...no dejaré que te equivoques...Ahora vas a empezar a entender...."
Tras esta última frase, destapó su rostro retirándose la capucha que lo había cubierto desde que le vi por primera vez, y lo último que contemplé antes de desmayarme súbitamente fue mi rostro reflejado en aquella persona.
Había perdido totalmente la confianza en aquella persona que me había acompañado desde el extraño suceso qué me aconteció, pero tuve el valor de pedirle explicaciones, de preguntarle qué significaba todo esto a lo que me respondió, con una voz muy grave y más conocida para mí si cabía que la anterior: "Estoy intentando que acabes tu camino de la mejor manera posible, acorde con todo lo que has vivido y lo que has dejado de vivir; lo que has sentido y has dejado de sentir; lo que has encontrado y has dejado de encontrar...no dejaré que te equivoques...Ahora vas a empezar a entender...."
Tras esta última frase, destapó su rostro retirándose la capucha que lo había cubierto desde que le vi por primera vez, y lo último que contemplé antes de desmayarme súbitamente fue mi rostro reflejado en aquella persona.
domingo, 5 de febrero de 2012
FELICIDAD
Fui a buscarte; pregunté por tí, acababas de marcharte; me dijeron por dónde solías estar, y no me lo pensé dos veces, y hacia allí fui;
te vi de lejos; notaba algo extraño en tí, habías cambiado desde la última vez que compartimos unos instantes;
significabas lo mismo pero de distinta manera; hacías que sonriera pero no utilizabas los trucos que venías usando estos años;
habías evolucionado en la manera de hacerme olvidar mis penas y miedos;
destruiste la losa del tiempo y me proporcionaste el placer de sentir tu aliento, liviano, protector...que me permitiría poder y saber buscarte mucho más a menudo, tu nueva versión, mi nueva FELICIDAD.
te vi de lejos; notaba algo extraño en tí, habías cambiado desde la última vez que compartimos unos instantes;
significabas lo mismo pero de distinta manera; hacías que sonriera pero no utilizabas los trucos que venías usando estos años;
habías evolucionado en la manera de hacerme olvidar mis penas y miedos;
destruiste la losa del tiempo y me proporcionaste el placer de sentir tu aliento, liviano, protector...que me permitiría poder y saber buscarte mucho más a menudo, tu nueva versión, mi nueva FELICIDAD.
viernes, 3 de febrero de 2012
03-02-2012
Cuando cinco más uno no son séis. Cuando echas la vista atrás con una sonrisa pese vivir en una contínua transición hacia algo desconocido. Cuando las palabras se ahogan saturadas de emociones y momentos pasados, vividos y melancólicamente recordados....
Pudo y no fue. Hoy sería ese día en que nos alegraríamos de lo que pudo ser, y hoy es el día en el que me alegro de lo que fue, algo imborrable que merece este recordatorio.
No seremos lo que fuimos, pero me has abierto los ojos. Cinco más uno siempre son séis, lo mires por donde lo mires.
Pudo y no fue. Hoy sería ese día en que nos alegraríamos de lo que pudo ser, y hoy es el día en el que me alegro de lo que fue, algo imborrable que merece este recordatorio.
No seremos lo que fuimos, pero me has abierto los ojos. Cinco más uno siempre son séis, lo mires por donde lo mires.
miércoles, 1 de febrero de 2012
Secretos enterrados.
Encontré por casualidad el camino a tus secretos;
a los de alcoba y a los verdaderos, los de dentro,
los que duelen y no borra el tiempo, grabados con lamentos;
escondidos en tu seno, bañados por el miedo
a expresar tus emociones, a que puedan conocerlos
y robarte tu pasado plagado de tintes negros;
vacío de orgullo, rebosante de arrepentimientos.
No llores; conmigo están a salvo, enterrados;
deja atrás esos momentos, que aunque no olvidados,
hibernarán en los rincones más lúgubres y oxidados
de lo que un día llamaste alma, ahora un paraíso olvidado,
que quizá jamás existió para tí, o dejaste simplemente de lado;
para evitar cargas tan pesadas en tu corazón ya lastimado,
y escapar de las condenas y perdones jamás otorgados;
por los que un día pagarás, aunque ese día aún no ha llegado.
a los de alcoba y a los verdaderos, los de dentro,
los que duelen y no borra el tiempo, grabados con lamentos;
escondidos en tu seno, bañados por el miedo
a expresar tus emociones, a que puedan conocerlos
y robarte tu pasado plagado de tintes negros;
vacío de orgullo, rebosante de arrepentimientos.
No llores; conmigo están a salvo, enterrados;
deja atrás esos momentos, que aunque no olvidados,
hibernarán en los rincones más lúgubres y oxidados
de lo que un día llamaste alma, ahora un paraíso olvidado,
que quizá jamás existió para tí, o dejaste simplemente de lado;
para evitar cargas tan pesadas en tu corazón ya lastimado,
y escapar de las condenas y perdones jamás otorgados;
por los que un día pagarás, aunque ese día aún no ha llegado.
martes, 31 de enero de 2012
5ª parte
Una vivienda diáfana, sin amueblar, iluminada por una pequeña hoguera situada en su centro. Eso fue lo que me encontré al atravesar la desmembrada puerta. Nadie en su interior. Ni un atisbo de la dueña de la voz femenina que había escuchado con anterioridad y que me invitó a pasar.
Dí varias vueltas a la pequeña estancia con el fin de encontrar algún rastro, alguna pista, algo que probase que había escuchado aquellas palabras. Nervioso, sin saber qué significaba aquello, comencé a pensar que me estaba volviendo loco. Me acerqué a las escasas ascuas que quedaban de lo que en su momento pudo ser una bonita hoguera, y frente a ellas me dejé caer. No podía ordenar en mi mente todo lo que me había sucedido en las horas anteriores: me vi reflejado en el rostro de una mujer a la que seguí pensando que era mi amor platónico de juventud, que tras unos años había vuelto a mi vida; una encapuchada desconocida me había conducido hasta este lugar, y sin saber porqué, había sido incapaz de oponer resistencia, porque algo extraño me hacía confiar en dicha desconocida; ahora me encontraba en aquél edificio, en la vivienda desde la cual, una mujer inexistente me había invitado a pasar...
Mientras mi cerebro se entretenía buscando una explicación observé, de pura casualidad, porque me había quedado fijamente mirando las ascuas, que allí había un pequeño y brillante objeto. Lo miré con detenimiento y era una llave, muy grande para ser de una vivienda normal. Parecía una llave de un castillo, pero estaba fundiéndose, y me iba a ser imposible cogerla. Sin embargo, en el hueco de la misma, había un cordel metálico anudado, que se deslizaba a través de las ascuas y salía de la hoguera. Continué dicho cordel con la mirada y en su extremo, en el lado opuesto de la hoguera al que yo me encontraba, había un pequeño llavero con una inscripción, que pude leer cuando me levanté y me acerqué a él: " No confíes en la encapuchada; nos veremos en un sitio más seguro, en dos horas; Candice market store; líbrate de ella; quema este llavero"
"Estás aquí, estaba preocupada por tí, que estabas tardando demasiado".Se me heló la sangre al escuchar esa voz. Debido al miedo y los nervios de la situación, no me había percatado que la mujer encapuchada había entrado en el piso "D", donde yo me encontraba. Arrojé rápidamente el llavero a las ascuas. Temblaba de pavor. No tenía ni idea qué debía hacer. No sabía en quien confiar. La mujer encapuchada estaba ya a mi altura, y yo era incapaz de controlar mi nerviosismo.
Dí varias vueltas a la pequeña estancia con el fin de encontrar algún rastro, alguna pista, algo que probase que había escuchado aquellas palabras. Nervioso, sin saber qué significaba aquello, comencé a pensar que me estaba volviendo loco. Me acerqué a las escasas ascuas que quedaban de lo que en su momento pudo ser una bonita hoguera, y frente a ellas me dejé caer. No podía ordenar en mi mente todo lo que me había sucedido en las horas anteriores: me vi reflejado en el rostro de una mujer a la que seguí pensando que era mi amor platónico de juventud, que tras unos años había vuelto a mi vida; una encapuchada desconocida me había conducido hasta este lugar, y sin saber porqué, había sido incapaz de oponer resistencia, porque algo extraño me hacía confiar en dicha desconocida; ahora me encontraba en aquél edificio, en la vivienda desde la cual, una mujer inexistente me había invitado a pasar...
Mientras mi cerebro se entretenía buscando una explicación observé, de pura casualidad, porque me había quedado fijamente mirando las ascuas, que allí había un pequeño y brillante objeto. Lo miré con detenimiento y era una llave, muy grande para ser de una vivienda normal. Parecía una llave de un castillo, pero estaba fundiéndose, y me iba a ser imposible cogerla. Sin embargo, en el hueco de la misma, había un cordel metálico anudado, que se deslizaba a través de las ascuas y salía de la hoguera. Continué dicho cordel con la mirada y en su extremo, en el lado opuesto de la hoguera al que yo me encontraba, había un pequeño llavero con una inscripción, que pude leer cuando me levanté y me acerqué a él: " No confíes en la encapuchada; nos veremos en un sitio más seguro, en dos horas; Candice market store; líbrate de ella; quema este llavero"
"Estás aquí, estaba preocupada por tí, que estabas tardando demasiado".Se me heló la sangre al escuchar esa voz. Debido al miedo y los nervios de la situación, no me había percatado que la mujer encapuchada había entrado en el piso "D", donde yo me encontraba. Arrojé rápidamente el llavero a las ascuas. Temblaba de pavor. No tenía ni idea qué debía hacer. No sabía en quien confiar. La mujer encapuchada estaba ya a mi altura, y yo era incapaz de controlar mi nerviosismo.
lunes, 30 de enero de 2012
la coraza de mi corazón
Encontrar sentido a las sonrisas que esbozas y que esconden lágrimas, ocultas tras un caparazón impenetrable. Nadie lo ve, ni sospecha que existe, pero ahí está, protegiendo la intimidad de mis sentimientos y emociones, y filtrando lo que entra y sale de mi corazón. Es el único que conoce mi verdadera personalidad, mi verdadero yo, no aquél que proyecto hacia el mundo y que ha creado un personaje en torno a mí. Un personaje a la medida de los momentos vividos que busca ser el antagonista del que mora en mi interior; totalmente distinto, pero que a veces sufre de pequeños flechazos de emociones procedentes del corazón, que mi coraza no es capaz de bloquear, los cuales palía exagerando más si cabe su personalidad antagónica.
4ª parte.
Me adentré a través del portal de aquel edificio, muy deteriorado por el paso del tiempo y por todo lo que había tenido que soportar en su seno, y me encontré en un hall, iluminado por un pequeño candil alrededor del cual, hacían volar su imaginación cuatro yonkis bajo los efectos del caballo. Crucé la distancia entre el portal y las escaleras que me conducirían hacia los pisos superiores (obviamente no había ascensor en un edificio tan antiguo) esquivando todas las jeringuillas, cucharas y preservativos usados que encontraba en mi camino.
Llegué al primer piso de aquel edificio, por unas escaleras en las que en cada paso, la sensación de que podían quebrarse y propiciar una caída indeseada, sobrevolaba mi cabeza. Eché un rápido vistazo al primer piso, y observé que todas las puertas de las viviendas allí situadas estaban alicatadas, por lo que llegué a la conclusión de que allí no vivía nadie. Al darme la vuelta para emprender mi camino hacia el segundo piso, a través de las putrefactas escaleras por las que había venido, un escalofrío inundó mi cuerpo, y mi corazón se detuvo por un momento: apoyado en las escaleras, interrumpiendo el paso, se hallaba el cadáver de una anciana en avanzado estado de descomposición. Debido al mal olor que reinaba en todo aquel lugar, no había sido capaz de distinguir el fuerte hedor que emanaba del cadáver. Aguantando una arcada, lo empujé con el zapato, y corrí por las escaleras hacia el segundo piso sin mirar atrás.
En el segundo piso, deseando que mi aventura en ese siniestro edificio acabara, repetí la operación: Eché un rápido vistazo, comprobé que, como en el anterior piso, estaban todas las puertas alicatadas, y dejé de contener la respiración, cuando me cercioré de que entre toda la mugre que reinaba en ese descansillo, no había ningún otro cadáver.
Emprendí la subida al tercer y último piso, deseando que no hubiese nada allí y que mi aventura concluyese, pero teniendo el presentimiento de que algo me aguardaría allí. Algo extasiado, y con el corazón latiendo cada vez más deprisa, llegué a este último piso. Comprobé lentamente las puertas...alicatada, alicatada, alicatada.....Mi corazón dio un vuelco al observar que la vivienda "d", no tenía su puerta alicatada, sino que una antigua y muy deteriorada puerta de madera, entreabierta, se mantenía allí como podía, sujeta por cuatro clavos oxidados.
Sin saber por qué, debido a que era presa del más absoluto miedo, me acerqué hacia la mencionada puerta. La curiosidad pudo conmigo, y pegué mi oído a la maltrecha madera que la mantenía en pie, con el objetivo de escuchar lo que sucedía en el interior de la vivienda. Previamente, el pequeño hilo de luz ténue que emanaba desde dentro, y escapaba a través del pequeño hueco existente entre el marco y la puerta, me hicieron pensar que dentro había alguien. La voz que paralizó todo mi cuerpo, e hizo que casi me desmayase, proviniente del interior, me hizo cerciorarme de ello: "Has tardado mucho pero por fin has llegado. Pasa, te estaba esperando".
viernes, 27 de enero de 2012
Estrella
No podía dormir. Mi cama, tantas veces acogedora y hechizante, trataba con todas sus fuerzas de no ser el el inicio y final de mis sueños. Tras muchos rodeos y cambios de postura con el mismo resultado, no conseguir conciliar el sueño, decidí levantarme, vestirme e irme a pasear, disfrutando de la noche estrellada que sólo ofrecen los pequeños pueblos, aislados del bullicio de las grandes urbes.
Caminé disfrutando de la agradable brisa de las noches abulenses de julio, sin más sonidos que los producidos por los miles de insectos que rondaban entre la maleza. Casi sin darme cuenta, había llegado a mi lugar predilecto de la zona: una roca situada en una colina, desde donde se divisaba todo el valle y se podía contemplar una espléndida panorámica del cielo estrellado de una noche de verano.
Allí me senté ( no era la primera noche que lo hacía, desde que había llegado hacía un par de semanas) y miré con nostalgia y melancolía aquel valle que hacía unos años, tantos veranos inolvidables me había hecho pasar. Ahora, pasada la treintena, todo era diferente. Lo que antes esperaba con ganas de diversión, ahora lo hago con las mismas ganas, pero de desconectar y descansar.
Miré al cielo, como tantas veces en los últimos años, y allí seguía mi estrella. Esa estrella que siempre me recuerda que cuando menos te lo esperas, aparece en tu vida alguien especial, que te ayuda, pidiendo a cambio únicamente que no vuelvas a necesitar esa ayuda; que hace que tus malos momentos duren lo menos posible; y lo más importante, lo hace sin tener porqué.
Esas son las verdaderas estrellas, las que brillan con luz propia. Yo tuve suerte de toparme con una en un momento crucial de mi vida, y no puedo agradecer todavía su inestimable ayuda. Lo único que está en mis manos es, cada noche en vela, mirar al cielo y recordar que merece la pena abrir el corazón a personas que tienen un sitio en el firmamento.
Caminé disfrutando de la agradable brisa de las noches abulenses de julio, sin más sonidos que los producidos por los miles de insectos que rondaban entre la maleza. Casi sin darme cuenta, había llegado a mi lugar predilecto de la zona: una roca situada en una colina, desde donde se divisaba todo el valle y se podía contemplar una espléndida panorámica del cielo estrellado de una noche de verano.
Allí me senté ( no era la primera noche que lo hacía, desde que había llegado hacía un par de semanas) y miré con nostalgia y melancolía aquel valle que hacía unos años, tantos veranos inolvidables me había hecho pasar. Ahora, pasada la treintena, todo era diferente. Lo que antes esperaba con ganas de diversión, ahora lo hago con las mismas ganas, pero de desconectar y descansar.
Miré al cielo, como tantas veces en los últimos años, y allí seguía mi estrella. Esa estrella que siempre me recuerda que cuando menos te lo esperas, aparece en tu vida alguien especial, que te ayuda, pidiendo a cambio únicamente que no vuelvas a necesitar esa ayuda; que hace que tus malos momentos duren lo menos posible; y lo más importante, lo hace sin tener porqué.
Esas son las verdaderas estrellas, las que brillan con luz propia. Yo tuve suerte de toparme con una en un momento crucial de mi vida, y no puedo agradecer todavía su inestimable ayuda. Lo único que está en mis manos es, cada noche en vela, mirar al cielo y recordar que merece la pena abrir el corazón a personas que tienen un sitio en el firmamento.
viernes, 20 de enero de 2012
De puertas para adentro...
Se acabó, anticipadamente, pero se acabó. Una decisión muy difícil, plagada de lágrimas, lamentos y caras de decepción que quizá sea lo más doloroso.
Siempre hay algo, siempre, y esta vez ha sido peor que nunca. Qué difícil es pasar tanto tiempo en casa y qué difícil se hace controlar mi cabeza de puertas para adentro, sin más distracciones que intentar estudiar.
He tenido apoyos (especialmente uno) pero al final no he podido más, porque se hace muy complicado en estos momentos tirar solo.
No quiero lamentaciones, no quiero más lloros. Esto que me ha pasado me hará mucho más fuerte, y he dado un paso esencial: sé que puedo estudiar.
De todo se aprende y llegaré a la próxima época de exámenes con más ganas y más decidido que nunca.
Ahora, relax y volver a salir de casa.
Gracias a mis padres por su comprensión, espero no volver a hacerles vivir escenas tan tristes.
Siempre hay algo, siempre, y esta vez ha sido peor que nunca. Qué difícil es pasar tanto tiempo en casa y qué difícil se hace controlar mi cabeza de puertas para adentro, sin más distracciones que intentar estudiar.
He tenido apoyos (especialmente uno) pero al final no he podido más, porque se hace muy complicado en estos momentos tirar solo.
No quiero lamentaciones, no quiero más lloros. Esto que me ha pasado me hará mucho más fuerte, y he dado un paso esencial: sé que puedo estudiar.
De todo se aprende y llegaré a la próxima época de exámenes con más ganas y más decidido que nunca.
Ahora, relax y volver a salir de casa.
Gracias a mis padres por su comprensión, espero no volver a hacerles vivir escenas tan tristes.
jueves, 19 de enero de 2012
pensamientos y fantasías
Vivo de los pensamientos y fantasías que vagan por mi mente, fluyen a través de mi cerebro y terminan deshaciéndose, como barcos de papel que intentan navegar, hasta que descubren, mientras se hunden, su triste realidad, tras unos pocos segundos de esperanza.
miércoles, 18 de enero de 2012
Siento la tardanza....
Cerca de 25 años han pasado desde que nací, y cerca de 25 años he tenido para cerciorarme de que soy lo que soy, tengo lo que tengo, y seré lo que sea en un futuro, gracias a dos personas, que aunque no se lo demuestre a ellos personalmente, son lo más importante de mi vida.
Nunca han consentido que me viniese abajo (y en estos últimos años por desgracia ha habido muchas ocasiones para ello); me han animado, a su manera, siempre, incondicionalmente, aun a sabiendas de que no había hecho lo correcto y nunca me han pedido nada a cambio, es más, me han dado mucho más de lo que me he merecido.
Últimamente, debido a los malos momentos que he pasado, he agradecido a mi gente su apoyo, pero no así con estas dos personas, que sin lugar a dudas, han sido la piedra angular que ha posibilitado que siguiera adelante; han sido, como siempre lo son, los artífices de generar en mi interior una personalidad de la que puedo sentirme orgulloso, casi tanto como de ellos.
Estas palabras no son ni una milésima parte de lo que ellos se merecen, porque son el aliento que siempre me empuja a ser mejor; el mejor apoyo en el que puedo sustentar mi vida, y en definitiva, lo que más quiero en este mundo: MIS PADRES.
Nunca han consentido que me viniese abajo (y en estos últimos años por desgracia ha habido muchas ocasiones para ello); me han animado, a su manera, siempre, incondicionalmente, aun a sabiendas de que no había hecho lo correcto y nunca me han pedido nada a cambio, es más, me han dado mucho más de lo que me he merecido.
Últimamente, debido a los malos momentos que he pasado, he agradecido a mi gente su apoyo, pero no así con estas dos personas, que sin lugar a dudas, han sido la piedra angular que ha posibilitado que siguiera adelante; han sido, como siempre lo son, los artífices de generar en mi interior una personalidad de la que puedo sentirme orgulloso, casi tanto como de ellos.
Estas palabras no son ni una milésima parte de lo que ellos se merecen, porque son el aliento que siempre me empuja a ser mejor; el mejor apoyo en el que puedo sustentar mi vida, y en definitiva, lo que más quiero en este mundo: MIS PADRES.
3ª parte
Turbado, desconcertado, preso del miedo...Dí unos pasos hacia atrás, lentos, intentando no hacer ruido, con la mala suerte de que perdí el equilibrio y acabé de rodillas en el suelo, con las manos agrietadas, y notando como comenzaban a brotar lágrimas en mis ojos. ¿Qué era lo que acababa de presenciar?
Lentamente conseguí incorporarme, y al instante entré en estado de shock: una silueta se acercaba cada vez más hacia donde yo me encontraba, con paso firme. A unos 10 metros conseguí distinguir la figura de una mujer, de corta estatura, cuyo rostro tapaba con una capucha. Se situó a mi altura. No conseguía distinguir su cara, debido a que inclinaba su cuello y conseguía que su perfil se inundase de sombra. Me cogió de la mano ( tenía las manos heladas, como un cadáver) y me arrastró, sin que yo, sin entender por qué no, opusiese resistencia.
Me llevó a través del parque donde nos encontrábamos, alejándonos del lugar en el que me vi reflejado en la cara de la mujer más bella del mundo. Seguía sin comprenderlo. Le pregunté a aquella desconocida si sabía algo al respecto y dónde me llevaba. No obtuve respuesta alguna.
Tras abandonar el parque, y deambular por una serie de callejones inhóspitos, donde se amontonaban los "sin techo" entre una pila de cartones, llegamos a un edificio destartalado, como si hubiese soportado un holocausto o una guerra.
Aquella mujer soltó mi mano, y me dijo :" Entra. A partir de aquí no puedo acompañarte, pero velaré por tí". Tenía una voz muy aguda, áspera y dulce al mismo tiempo, embriagadora quizá, pero que no pudo detener el pánico que inundaba mi cuerpo: ¿Por qué había de entrar a aquel lugar tan tétrico y sinuoso? Sin embargo, otra vez sin saber por qué, hice caso a mi acompañante encapuchada y dirigí mis pasos hacia el portal, o lo que quedaba de él, del mencionado edificio.
Lentamente conseguí incorporarme, y al instante entré en estado de shock: una silueta se acercaba cada vez más hacia donde yo me encontraba, con paso firme. A unos 10 metros conseguí distinguir la figura de una mujer, de corta estatura, cuyo rostro tapaba con una capucha. Se situó a mi altura. No conseguía distinguir su cara, debido a que inclinaba su cuello y conseguía que su perfil se inundase de sombra. Me cogió de la mano ( tenía las manos heladas, como un cadáver) y me arrastró, sin que yo, sin entender por qué no, opusiese resistencia.
Me llevó a través del parque donde nos encontrábamos, alejándonos del lugar en el que me vi reflejado en la cara de la mujer más bella del mundo. Seguía sin comprenderlo. Le pregunté a aquella desconocida si sabía algo al respecto y dónde me llevaba. No obtuve respuesta alguna.
Tras abandonar el parque, y deambular por una serie de callejones inhóspitos, donde se amontonaban los "sin techo" entre una pila de cartones, llegamos a un edificio destartalado, como si hubiese soportado un holocausto o una guerra.
Aquella mujer soltó mi mano, y me dijo :" Entra. A partir de aquí no puedo acompañarte, pero velaré por tí". Tenía una voz muy aguda, áspera y dulce al mismo tiempo, embriagadora quizá, pero que no pudo detener el pánico que inundaba mi cuerpo: ¿Por qué había de entrar a aquel lugar tan tétrico y sinuoso? Sin embargo, otra vez sin saber por qué, hice caso a mi acompañante encapuchada y dirigí mis pasos hacia el portal, o lo que quedaba de él, del mencionado edificio.
martes, 17 de enero de 2012
2ª parte.
Captó mi presencia desde el primer momento. No parecía importarle que le importunara con mi mirada, a todo punto descarada, pese a mis intentos por parecer invisible. Es más, sus pausados y sensuales movimientos de cabello me hacían pensar que disfrutaba sabiéndose observada por mí. Hizo ademán de levantarse, y al girar su cabeza, sentí una punzada en el pecho, como si el aguijón de un escorpión se hubiese introducido en mí, expandiendo todo su veneno a través de mis órganos, provocando una mortífera sensación: en su rostro sólo podía ver mi cara reflejada.
1ª parte
Sentada se hallaba, bajo un manto de estrellas que iluminaban el tenue tiritar de sus labios. El frío de la noche hacía estragos en sus mejillas y las teñía de un color cobrizo que incluso resaltaba con más fuerza el cobalto de sus ojos. Quizá fue eso lo que no me permitió apartar mi mirada de ella, tan bella y tan temible. Allí estaba yo, como una sombra deslizándome entre la oscuridad con el único objetivo de contemplar aquella aparición.
Sé que con una sola vez que hubiésemos entrecruzado nuestras miradas hubiera bastado para hacer añicos mi corazón, y esclavizar mi alma para el resto de mis días.
Sé que con una sola vez que hubiésemos entrecruzado nuestras miradas hubiera bastado para hacer añicos mi corazón, y esclavizar mi alma para el resto de mis días.
lunes, 16 de enero de 2012
Mi muro
Cuando los grandes logros cojean por dudar de su validez, y las palabras profundizan más que el acero candente a través de la piel, es el momento de no pensar, de sólo sentir. Es el momento de valorar el sonido de tu propia respiración como la más dulce de las melodías y de saber que detrás de ese impenetrable y a su vez inconsistente muro, hay un latido propio y fugaz que debe llenar de orgullo la más mortal de las tristezas.
Reducidos a la nada más absoluta revolotean los flujos imaginarios de felicidad, escrutando anchos parajes teñidos de pesadumbres abandonadas por antiguos soñadores que consiguieron, durante un escaso pero apasionante momento, saberse protagonistas de su realidad.
Encontré refugio en tu mirada, que no pedía nada, que atraía mis recuerdos y sin preguntar, escondía mis lamentos y secaba mis lágrimas.
Reducidos a la nada más absoluta revolotean los flujos imaginarios de felicidad, escrutando anchos parajes teñidos de pesadumbres abandonadas por antiguos soñadores que consiguieron, durante un escaso pero apasionante momento, saberse protagonistas de su realidad.
Encontré refugio en tu mirada, que no pedía nada, que atraía mis recuerdos y sin preguntar, escondía mis lamentos y secaba mis lágrimas.
domingo, 15 de enero de 2012
Mi yo escondido.
Me descubro como un triste observador de tempestades, una mente dispersa en busca de esa sensación de tranquilidad que da el saberse en el sitio adecuado en el momento adecuado.
No llegará nunca el destino a cambiar tu tendencia al fracaso salvo cuando creas ciegamente en tí y valores el potencial que tienes, aletargado sí, pero dispuesto a despertar.
Me quito ante tí el sombrero, pequeño trovador especialista en sacar sonrisas. Nunca pensé que tras esa fachada de inmaduro e informal personaje, yacía una fortaleza mental inusitada.
Una vez más me dejas sin palabras, las mismas que tú sabes entremezclar de la mejor manera para agradar a quien las escucha.
Todos saben lo que tú eres. No escondas ese verdadero tú que enamora hasta a tu falso yo.
No llegará nunca el destino a cambiar tu tendencia al fracaso salvo cuando creas ciegamente en tí y valores el potencial que tienes, aletargado sí, pero dispuesto a despertar.
Me quito ante tí el sombrero, pequeño trovador especialista en sacar sonrisas. Nunca pensé que tras esa fachada de inmaduro e informal personaje, yacía una fortaleza mental inusitada.
Una vez más me dejas sin palabras, las mismas que tú sabes entremezclar de la mejor manera para agradar a quien las escucha.
Todos saben lo que tú eres. No escondas ese verdadero tú que enamora hasta a tu falso yo.
martes, 10 de enero de 2012
LAST DAY, LAST OPORTUNITY
Hoy es el último día para conseguir mis metas. Hoy debe ser ese punto de inflexión tan ansiadamente buscado, no por razones empíricas o circunstanciales, sino por razones matemáticas o técnicas: si a lo largo del día de hoy no consigo hacer que al acostarme me sienta orgulloso de todo lo que he hecho, lo realizado anteriormente no servirá para nada, y abandonaré los tres objetivos que me aguardan la semana que viene.
so....good luck.
so....good luck.
domingo, 8 de enero de 2012
Somos príncipes de los momentos.
Abres los ojos a nuevas realidades. Te ciegas con destellos desconocidos de emociones turbadas. Descubres cálidos y acogedores sentimientos prohibidos para tu otro yo. Absorbes lo que puedes, prácticamente nada porque no sabes qué es lo que se te viene encima. Te agobias. Respiras fuerte. Te agobias de nuevo pensando en una pifia mayor que todas las que llevas a tu espalda. Necesitas algo. Necesitas cumplir con lo pactado y rediseñar un nuevo plan, una nueva estrategia, que como siempre cumplirás a medias o ni siquiera eso.
Todo sigue igual. Nada cambia. La historia es la misma, nuevos capítulos, nuevas temporadas, personajes que se van, personajes que vienen, pero la trama argumental se muestra invariable, inalterable e inalienable. Quién sabe si merece la pena un cambio drástico de guión, pero por ahora, aunque intentado, nunca ha llegado a buen puerto.
Seguimos apareciendo al mundo como príncipes de los momentos, poetas que viven para el minuto que viene después y se desconectan de la realidad al pensar en el futuro. Somos los personajes para los que un día hicieron un papel. Somos únicos pero inestables. Somos, soy yo.
Todo sigue igual. Nada cambia. La historia es la misma, nuevos capítulos, nuevas temporadas, personajes que se van, personajes que vienen, pero la trama argumental se muestra invariable, inalterable e inalienable. Quién sabe si merece la pena un cambio drástico de guión, pero por ahora, aunque intentado, nunca ha llegado a buen puerto.
Seguimos apareciendo al mundo como príncipes de los momentos, poetas que viven para el minuto que viene después y se desconectan de la realidad al pensar en el futuro. Somos los personajes para los que un día hicieron un papel. Somos únicos pero inestables. Somos, soy yo.
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